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NÚMERO CERO/ EXCELSIOR

El duelo entre liderazgos de Morena y la dirigencia del PRI, como en las mejores familias, se desenvuelve como una telenovela de persecución, abuso y corrupción. La estrategia del escándalo avanza con la mirada en las encuestas para ver quién se queda con la estructura territorial priista y evitar que caiga en la órbita del bloque opositor. A pesar de que el costo es alto porque la política como espectáculo condena a los partidos a la intrascendencia y degrada la democracia.

Hay pocas dudas de quién tiene más oportunidad de quedarse con lo que queda del PRI si se observa la fuga de militantes a Morena, que en buena medida explica su vertiginoso crecimiento en los estados. Por lo pronto, el objetivo de la confrontación es evitar que el PRI se sume al frente en 2023 y 2024, como pretende su presidente, Alejandro Alito Moreno. Aunque ya muchos lo dan por muerto, se aferra al cargo con todos los recursos legales y políticos a su alcance. Si logra sobrevivir al embate externo y el fuego interno, saldría fortalecido o, al menos, eso creen sus socios en el bloque, que él jura mantener a toda costa.

La campaña de filtraciones de audios de la gobernadora morenista de Campeche, Layda Sansores, tiene a Alito contra las cuerdas y bajo la mirada de la FGR, que lo investiga por delitos graves, como lavado de dinero, enriquecimiento ilícito y fraude fiscal. Ella también tiene un ojo puesto en la sucesión. Sin embargo, él domina el aparato priista gracias a una reforma estatutaria que centralizó las decisiones en su presidencia y controla las candidaturas, que son su garantía para mantener un respaldo del PAN y del PRD cada día más costoso.

En los últimos tres meses, el apoyo al bloque opositor ha caído 5 puntos, según la más reciente encuesta de El Financiero, en medio de su creciente irrelevancia política. A pesar de ello, el partido oficial preferiría su relevo por algún priista más cercano a la 4T, como el gobernador de Oaxaca, Alejandro Murat, que también aspira a la candidatura presidencial.

Pero la intención de Alito de entronizarse hasta 2024 —como revelan los audios— es el mayor riesgo para la sobrevivencia del PRI, que en su presidencia ha vivido un desastre electoral con la pérdida de 11 estados. Y el descalabro puede ser mayor si logra imponer candidatos panistas en bastiones priistas, como en el Edomex, o respaldar la continuidad del PAN en Guanajuato. El PRI está en una encrucijada entre quedar como un cascaron vacío sin militantes y huérfano de ideología con el bloque o ser absorbido por Morena.

El enfrentamiento es una jugada a dos bandas, por un lado, causar bajas en el bloque opositor y, por el otro, abrir terreno a una nueva dirigencia afín a sus posiciones. Dentro del PRI la situación parece desesperada y crece la presión de expresidentes del PRI para forzar su renuncia, a los que desestima como faltos de carácter para resistir los embates.

Pero el nudo dramático de esta telenovela no es quién gane, sino su saldo para la democracia. El drama convierte a la justicia en un juguete de la política y a la política en rehén de procesos judiciales. El espectáculo revela, sobre todo, la debacle de liderazgos que son administradores del poder partidista y obstáculo de renovación, aunque tiene todos los ingredientes de taquilla por las dosis de traición, ambición, violencia sexual y desenfreno político.

En ese proceso de desinstitucionalización cabe la persecución política a opositores y el cateo de la casa de Alito para apuntalar denuncias de corrupción, como lo ha hecho Sansores, pero no para llevarlas a tribunales. Cabe la confesión pública de una gobernadora de tener fotos íntimas de legisladoras priistas obtenidas, al parecer, por espionaje a Alito, lo que supone amenazas y acoso que deberían investigarse; si las fotografías existen, las implicadas deberían denunciarlo porque habrían servido para condicionar candidaturas o su trabajo legislativo. Cabe que los actores se amparen contra las filtraciones y politicen un delito como coartada de persecución política, todo lo cual, en efecto, conduce a un deterioro de la vida pública y una degradación de la democracia. Pero no pasa nada, en vez de ir a los tribunales sirven como munición para la batalla política. Y así, gane quien gane, la política pierde.