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Con motivo de los recursos planteados para liberar a Mario Aburto, asesino de Luis Donaldo Colosio, han brotado por todas partes los testigos de todo lo relacionado con el caso. Uno muy famoso acaba de declarar, yo cené con él la noche anterior.
Conozco reporteros —no diré nombres— cuya cobertura del asesinato en Lomas Taurinas se hizo, inexplicablemente, desde San Diego. De la comitiva de prensa de aquella tarde de marzo de 1994 eran más los ausentes en el mitin. Pero ahora resulta lo contrario. Hasta quienes siguieron el caso por la televisión en la ciudad de México, de pronto se presentaron como testigos.
Y no solo del crimen, sino de los hechos posteriores. Todos vieron a Manlio Fabio Beltrones en los separos; todos hablaron con Aburto, todos recogieron la chamarra ensangrentada. Todos conocían a todos, hablaron con todos, se enteraron de la conjura, de los conjurados y de los resultados.
—Uno de ellos me dijo convencido de su propia mentira: yo lo vi la noche anterior y le dije que no fuera a Lomas Taurinas, que lo cancelara. Que lo iban a matar. No le creyó y mira… salud.
Con ese caso sucede como con la noche de Tlatelolco. El libro más famoso, respetado y citado, casi un libro de texto en la mitología de la izquierda, sobre ese acontecimiento (ni siquiera fue en la noche), lo escribió alguien ausente del lugar de los hechos.
Elena Poniatowska recogió testimonios (en algunos casos, como con textos de Luis González de Alba simplemente se los apropió, como sabemos tras aquella acusación del difunto) y los noveló para hacer una crónica periodístico-literaria de lo ocurrido. Independientemente de su valía, pues la tiene, es un ejemplo de cómo la presencia no es formalidad necesaria cuando se enaltecen asuntos sensacionales.
Los grandes acontecimientos, casi todos relacionados con la sangre, la violencia, el cambio repentino, la muerte y demás factores dramáticos, necesitan más protagonistas, porque los directamente involucrados ya se han ido muriendo y los mitos necesitan refrescarse. Y mito, conste, no es sinónimo de mentira, sino de leyenda. Conocimiento generalmente admitido por encima del aprendizaje directo. Son cosas sabidas, son ecos del pasado.
Y si antes ya hablábamos de lomeríos taurinos, pues hay otra leyenda cuyos protagonistas aumentan año con año: todos estuvieron en la plaza de Linares cuando “Islero” mató a Manolete en 1947.
Un conocido periodista taurino me decía emocionado su vivencia. Y haciendo cuentas tenía doce años cuando eso sucedió. Pero juraba y perjuraba haber estado ahí en misión profesional.
La Plaza de Linares (50 mil habitantes) es pequeña (10 mil personas) aunque su ruedo es de primera (50 metros de diámetro). ¿Cómo cupieron ahí los millones de pasmados espectadores cuyos ojos vieron herido de muerte a uno de los cuatro califas del toreo? Es un misterio.
Absurdo
La guerra contra el Poder Judicial emprendida por el gobierno federal con pretexto de la opulencia insultante y la austeridad conveniente se origina en una mentira, como las anteriores.
Pero para abono del reino de lo absurdo: su final tendrá rumbos judiciales y la Suprema Corte deberá decidir su destino y el del resto de la judicatura. Serán juez y parte porque no hay otros jueces, ni otras partes.
Sólo en los países banana suceden estas cosas.
Palenque
Y para celebrar una reunión inútil, pero de harto empaque populista; nuestro bienamado presidente se reúne con los dignatarios (algunos sin dignidad) de América Latina, para hablar de fenómenos tan incontenibles e irresolubles como los movimientos migratorios impulsados por la miseria, la inestabilidad política o el sofocamiento de las libertades.
¿Llegarán a alguna conclusión importante? No. Puro parlamentarismo de papagayos (menos nuestro bienamado presidente). Las causas de la miseria son los bloqueos del capitalismo, la injusticia, bla, bla, bla…
Palenque, con su finca de sonoro nombre… allá se van todos.