Número cero/ EXCELSIOR
El mayor riesgo de Morena para la sucesión es el incumplimiento del acuerdo y que alguna corcholata” deslegitime el resultado de la encuesta para elegir al candidato presidencial. Los aspirantes tienen un convenio firmado para acatar las reglas diseñadas por su máximo líder para garantizar la unidad, pero el diablo está en los detalles y en las sorpresas del juego sucesorio.
El método, que López Obrador usa desde que estuviera en el PRD, le ha servido para evitar rupturas en la selección de candidaturas e identificar las más populares. Su entrada de lleno en el proceso para marcar la ruta, además, tiende un cerco alrededor de los aspirantes para controlar sus movimientos y conjurar divisiones, como le ocurrió en Coahuila con el rechazo del resultado de la encuesta. La sucesión parece bien atada, pero hay cabos sueltos que puedan dar cabida a la inconformidad.
La campaña es terreno de lo imprevisto, aun cuando arranca con la aprobación del acuerdo en el Consejo Nacional de Morena en los términos propuestos por López Obrador para tener “humo blanco” el 6 de septiembre. Aunque desde el inició también salta lo inesperado con una cuarteadura a la unidad por las dudas sobre a quién perjudicaría la tentativa de Yeidckol Polevnsky de sumarse a la carrera fuera del pacto.
También se escucha ya la demanda de establecer sanciones al incumplimiento de los términos del pacto, fiscalización del dinero de campaña y sobre el arbitraje interno y externo.
Respecto al externo, el Presidente tiende puentes con el INE, que ya recibe quejas de la oposición contra el proceso por actos anticipados de campaña. Morena se escuda en el subterfugio legal de que, según sus estatutos, se elegirá al coordinador de la defensa de la 4T, aunque todos sepamos que será su candidato presidencial. En los 71 días de campaña, las corcholatas recorrerán el país para ganar las preferencias de la gente en una campaña a ras de piso, como exige el obradorismo, frente a la mirada del árbitro electoral. Le será imposible no verlo y pronunciarse sobre la violación o no de plazos de selección de candidatos.
No obstante, es el plano interno donde concentra su esfuerzo para sofocar rebeldías. Si bien el acuerdo sobre las reglas de la encuesta parece resolver el mayor escollo, la preocupación por la subestimación o sobrestimación de las mediciones mantendrá el temor a un juego con dados cargados para que el resultado coincida con la favorita de Palacio Nacional. La elección del Edomex se planteó también como un caso de sobreexposición de un candidato y de expectativas de triunfo, aunque los encuestólogos defienden que es distinto fallar en los porcentajes que en el probable ganador.
Las críticas en general a las encuestas y la exigencia de “piso parejo” son baches que aún puede encontrar la campaña, junto con el desgaste por ataques cruzados entre candidatos, como en la primera fase del proceso. ¿López Obrador será el máximo árbitro para hacer cumplir los acuerdos, incluso el de compensación, con la promesa de cargos a los perdedores más allá de su sexenio? ¿Cómo se modificaría la ecuación si, como dice alguna encuesta, Ebrard cae al tercer lugar ante un ascenso de Adán Augusto? ¿Cómo se ponderarán las preguntas sobre el valor de los atributos de los aspirantes, tratándose de un asunto que definió la encuesta entre Ebrard y López Obrador por la candidatura presidencial de 2012?
El acuerdo cerró con eficacia la primera fase del proceso, pero quedan muchas preguntas abiertas, como la prohibición a las corcholatas de participar en “medios conservadores” y, luego, dejar la valoración al juicio del pueblo. Pero ilustra el problema de fondo sobre, ¿quién y cómo definirán las sanciones a las violaciones?, ¿intervendrá el INE si hay quejas de los participantes o de la oposición?
A pesar de que la sucesión marcha sobre ruedas en los cálculos del Presidente, hay todavía preguntas abiertas, aunque el objetivo sigue siendo el mismo: lograr que todas las corcholatas levanten la mano al ganador de la encuesta definitiva que elaborará Morena a finales de agosto con otras cuatro de empresas privadas que sirvan como espejo. El acuerdo es un efectivo marco de contención, aunque quizás el mayor disuasivo para sofocar inconformes sea que no tienen a dónde ir y sea mejor quedarse para no quemar las naves el próximo sexenio.