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NÚMERO CERO/ EXCELSIOR

Los mitos son sismógrafos de su tiempo, cuando se derrumban, revelan cosas que no sabemos, no queremos o no nos interesa ver. Los resultados de la elección fueron claros y contundentes en favor de la 4T, pero también descubrieron creencias, formas de captar y expresar la realidad que a unos dejan atónitos y a otros, con sus falsos datos, en las densas arenas de la frustración.

En varios sentidos, la elección fue un seísmo que tumbó discursos que parecían expresar la convicción de la mayoría de votantes, como la fidelidad de la clase media con la oposición de Xóchitl; la sociedad tomada por la polarización; la sumisión absoluta de votantes anestesiados por programas sociales y desdén a la voluntad popular o bien, un voto oculto que resucitaría el locus de la moderación y la virtud como un marcador genético del héroe de las fábulas contra el peligro para la democracia de ganar Morena.

Opiniones comunes, unas ingenuas y otras cínicas. Pero, como en todo mito, imágenes mentales asociadas a la crítica moral más que a la propuesta política en un país que pide ser visto y atendido. Construidas no para recuperar la confianza en las instituciones y representatividad de las políticas públicas, sino para el deseo, casi inconsciente, de que apareciera un justo medio que contenga extremos de pobreza y concentración de riqueza, donde la moralidad ve el vicio y el exceso, en vez de mecanismos de justicia para asegurar derechos.

Por esa confusión, la oposición no alcanza a entender los resultados, aunque cree que conserva la verdad y razón aun en la derrota; así como impide a analistas y comentaristas explicar, y menos justificar, el refrendo al gobierno de la 4T si es un rotundo fracaso. Algunos así lo creyeron desde burbujas desconectadas de lo que sucede en el país, otros, por sacar provecho pragmático de mitos que los han favorecido y también minorías que perdieron privilegios y la prioridad política indiscutida frente a todos los demás grupos.

La primera creencia en caer fue que el país estaba partido a la mitad por la confrontación de López Obrador. En efecto, la polarización política le ha funcionado como una estrategia para gobernar, pero la división no es sólo discurso, sino producto de la exclusión y, sobre todo, de la inhabilitación de las instituciones para traducir la voluntad de la mayoría en políticas públicas. Por eso la campaña opositora de responsabilizar al “populismo” de la crisis de la democracia resultó poco creíble en un país con 53% de pobres y 40% de trabajadores que no llegan a fin de mes.

La mayor prueba de ello es la amplitud del triunfo de Sheinbaum por encima de la marca histórica de López Obrador en 2018 en todos los grupos de edad y el apoyo transversal de clases sociales, que contradice la idea del país escindido y también de la manipulación omnipotente de los programas sociales. Hasta la clase media dio la espalda mayoritariamente a la oposición en un voto en el que pesó más el “bolsillo” por las mejoras en el ingreso y las reformas laborales en el sexenio, que la promesa de vivir sin miedo; el voto de castigo por la inseguridad tampoco llegó de las zonas más violentas del país.

En el fondo, la elección es una refutación al relato del país al borde del abismo y la destrucción con que la oposición y minorías afectadas por el gobierno de la 4T trataron de tumbarlo en las urnas. El mayor rechazo para Sheinbaum provino de los sectores con las rentas más altas, a los que no impacta la política social, pero a los que sí puede perjudicar el costo del aumento al salario mínimo o la reforma de outsourcing entre los que sean patrones de empresas. Así como un menor apoyo entre jóvenes desencantados con Morena por la precarización del empleo y la incertidumbre sobre su futuro.

En definitiva, los resultados son un golpe al mito de la visión liberal de que la democracia puede avanzar sin divisiones ni confrontaciones como en un todo armónico, y aunque sus instituciones no escuchen la inconformidad de las mayorías y la conviertan en políticas públicas contra la exclusión y el clasismo. Si no, cómo podría explicarse el aval a un gobierno de continuidad de la 4T, salvo con el argumento cínico de justificar la derrota porque el pueblo se alzó contra la democracia.