NÚMERO CERO/ EXCELSIOR
Morena vive tiempo de marea agitada a su interior por las incógnitas sobre el rumbo que tomará en el futuro, a pesar de encabezar las encuestas hacia 2024. En su tercer Congreso Nacional, el partido en el gobierno ha decidido llevar el “gobierno al partido” para encumbrar una nueva nomenclatura con la cual retener el poder en la próxima elección presidencial. Lo hizo con la mirada puesta en el horizonte de una era postLópez Obrador que abriría el fin de su sexenio, cuando su máximo líder dice que se alejará de la política.
Un hecho relevante en el que se ha reparado poco es el mensaje de López Obrador al congreso con su declinación a ser consejero nacional, invitado por la dirigencia. En el congreso se nombró al gobernador de Sonora, Alfonso Durazo, como nuevo presidente del Consejo Nacional y se renovó la integración del órgano de dirección que, según estatutos, es la segunda autoridad del partido, sólo por debajo del Congreso Nacional. La decisión de no asistir al cónclave partidista le sirvió para recordarles —como ha dicho varias veces— que se retirará de la política al concluir su mandato, lo que incluiría al partido que fundó en 2011 para alcanzar la Presidencia.
Morena es un fenómeno político-electoral porque, con tan sólo siete años de vida, logró alcanzar el poder bajo el liderazgo carismático de López Obrador y su experiencia de trabajo en las bases en otros partidos de los que salió para fundarlo. Desde el gobierno, la relación con su partido no ha sido tersa, pues ha amenazado incluso con renunciar si se corrompe y hasta pedir el cambio de nombre. Hace apenas unos días volvía a cargar contra la “desubicación” de militantes que “no quieren aceptar que el pueblo manda”, para deslindarse del nombramiento de su candidato de acuerdo con los viejos cánones del “tapadismo” presidencial. Su reclamo permanente ha sido dejar claro que “luchamos muchos años para que no se usara el gobierno a favor de ningún partido”, en referencia a los procesos electorales internos y la cargada oficial.
En efecto, ésta fue leitmotiv de las denuncias de fraude durante tres décadas como opositor, pero ahora no queda clara su valoración sobre el desembarco del poder de los gobernadores y de los equipos de los presidenciables en el aparato, incluido el secretario de Gobernación, Adán Augusto López Hernández. La reorientación de Morena apunta más a la conformación de un partido de representación territorial de “hombres fuertes” que a un proyecto para institucionalizarlo. Los gobernadores se constituyen en una nueva nomenclatura y se reparten el partido hasta 2025, para controlar las candidaturas y marcar el rumbo después de que haya concluido el sexenio.
¿Hay una redefinición en función de pactos regionales? En Morena no hay liderazgos que rivalicen con el de López Obrador, pero el ejercicio del poder con su consolidación como primera fuerza política y el control territorial en dos terceras partes del país confiere a los gobernadores una fuerza que hace sólo tres años simplemente no existía. El ejercicio del poder transforma y comienza a pasar factura al esquema de partido-movimiento que López Obrador había defendido para anclar su proyecto de la 4T. Pero ahora su reconfiguración parece apostar a esa nomenclatura para asegurar la continuidad una vez que el partido tenga que navegar sin su líder indiscutido.
El rumbo preocupa a grupos internos por implicar la marginación del movimiento social que llevó a López Obrador a la Presidencia en favor de la dirigencia partidista. Su lectura es que este esquema los acercará a la vieja práctica de usarlo como instrumento del poder público para ganar elecciones, a pesar de la cantaleta de decir que son distintos como sustento de la promesa ética de honestidad y combate a la corrupción. Les preocupa que Morena se conforma en estructuras verticales no muy diferentes a las que antes criticó y toma definiciones políticas amorfas y pragmáticas que rehúyen a la crítica interna y castigan a la disidencia como traición.