COMPARTIR

Loading

NÚMERO CERO/ EXCELSIOR

La coalición de Morena está sometida a fuerzas internas opuestas en una batalla muy larga hacia 2024. Sus tensiones expuestas públicamente le representan hoy mayor peligro que el desafío opositor porque el sobrecalentamiento y división por las candidaturas en ocho estados y en la CDMX pueden evaporar, como líquido en ebullición, su plan C para lograr un gobierno fuerte el próximo sexenio. Queda mucho para las urnas y las campañas adelantas ya exhiben irritación y las secuelas del “efecto Ebrard” de la interna. Pronto comenzarán a cansar a electores a quienes aguardan meses de bombardeo de propaganda y “guerra sucia”, en detrimento de la competitividad del partido. El año electoral, como advierte Ricardo Monreal, no será “día de campo” para ellos; y no precisamente por una improbable derrota ante la oposición, sino por desgaste natural de sus gobiernos y una crisis de crecimiento que agudiza el desembarco de figuras externas y cuadros de otros partidos por la ambición de triunfo.

Comienza a parecerse a la “casa de los famosos”, a la que todos quieren entrar, aunque el hacinamiento desajusta al partido y “familias” originarias que defienden la “pureza” del linaje, no sin cierto sectarismo. Las tiranteces de Morena se deben a su expansión, a diferencia del transfuguismo que socava al PRI. Pero no por eso es un problema menor. El abordaje de políticos “priistas” o de gobiernos anteriores que representan el rostro de su crítica a la corrupción y el abuso de poder, desdibujan su identidad y proyecto. La integración de perfiles del pasado como Manuel Bartlett o ligados a administraciones proscritas, como García Harfuch, estuvo presente desde su origen y llegada al poder en 2018, pero el estrés de la contradicción tiene un impacto distinto en una fuerza en el poder y pujante, como la lucha por la CDMX. Es escenario de tensión entre el Presidente y Claudia Sheinbaum por la candidatura de su “superpolicía”, que pone a prueba el alcance del bastón de mando en su poder para definir las candidaturas.

Su defensa de Harfuch también tensa la relación con los “puros”, quienes, al igual que el Presidente, lo ven como antítesis de su narrativa de condena al pasado, ligado además al caso Iguala, y una peligrosa pendiente de gobierno policiaco en CDMX. Sheinbaum se mueve en un espacio corto entre el pragmatismo electoral y la irritación de candidatas como Clara Brugada, con décadas en el movimiento popular y cercana a las bases en el bastión morenista de Iztapalapa. La incoherencia suele provocar fatiga y segregación, lo que obligó a su dirigencia a ceder a la maniobra de encartar a López-Gatell para relajar tensión o voltear la decisión en el proceso, aunque sin disipar el temor a los dedos cargados.

Los perfiles peor recibidos por la militancia son los de destacados priistas invitados por las cúpulas morenistas, como los de sus figuras en fuga de su bancada en el Senado. Para muchos de ellos, es el reencuentro con antiguos correligionarios del PRI que, como varios gobernadores, les abren espacios mientras los “compañeros de lucha” en la base, alcaldías, sindicaturas y municipios comienzan a sentirse relegados, a pesar de ser claves en la movilización y operación electoral.

La política de puertas abiertas a los “arrepentidos” viene de López Obrador con señales incluso a los vástagos del Grupo Atlacomulco, que Sheinbaum ha secundado. Para ella, el crecimiento plantea dilemas internos, pero ninguno más importante que las cuentas para echar a andar el plan C. A Morena no le alcanza con sus bases tradicionales para lograr los votos de la mayoría calificada en el Congreso y ganar estados y municipios en 2024, como condición para desbloquear las reformas energéticas y al Poder Judicial. Y, sobre todo, no dejar un gobierno débil sin la figura de López Obrador en la Presidencia, aunque permanezca como líder indiscutido del movimiento. Por eso recuerda que “hasta en la religión hay arrepentimiento”, para defender el ingreso de priistas, aunque ya se haya llevado abucheos por ello en Sinaloa y Oaxaca desde la galería de los indignados. La ampliación de la franja de votantes hacia clases medias y decepcionados de Morena es imperativo para Sheinbaum, pero también son claras las llamadas de atención sobre el riesgo de debilitar las bases y del “efecto Ebrard”. El pragmatismo tiene límites cuando la negociación y conciliación no alcanzan a relajar la tensión.