“Abrázame que el tiempo pasa y él nunca perdona…” Juan Gabriel
¿Cuánto dura el duelo? Te he preguntado, Moy.
En tres años las ausencias han sido marcadas; ya pocos y pocas preguntan, menos recuerdan. Elemental, hijo, cada quien con los suyos, cada cual con su dolor. Nadie se atreve a compartir el duelo que es perenne y muy personal.
Y se llora en la soledad de las madrugadas y no porque avergüence hacerlo en público, no, las lágrimas son básicas cuando duele el alma y ese dolor se ensaña en las horas privadas, duele como el primer día, mas tiene sus bemoles, Moy.
Por ejemplo, hace tres años grité en privado tu partida porque, lo sabes, tiempo ha que resuelvo mi vida solo. Un tiempo, ¿recuerdas?, compartimos el espacio de esa soledad y lo aprovechamos.
Sí, trabajabas, viajabas, te habías decidido por la opción que te devolvería la felicidad que habías perdido a tu retorno de Ecuador.
¡Ah! Quienes no nos conocen y leen estas líneas redactadas con la tinta del luto de por vida, se preguntarán por qué el título. Bueno, bueno, porque hoy, justamente 13 de mayo se cumplen tres años de tu partida.
Es un enorme secreto saber por qué la vida se te escapó cuando te imaginaba en recuperación de esa maldita consecuencia de la pandemia.
¡Caray, Moy! Ya no es tiempo de lamentos; creo que nunca fue porque tú me adelantaste el riesgo de un desenlace sin ubicación en el tiempo.
“Papá, me voy a morir antes de los 40”, me comentaste en algún momento. Y te respondí que no era tiempo y habría más horas, más días para compartir.
Y fíjate cómo me juega el destino mi forma de aceptar la realidad. Me niego a decir que falleciste, pero no caben los eufemismos, aunque me quedo con el verbo partir.
Y sí, partiste aquella tarde de mayo y se me partió el alma, hijo.
Pero, vaya, el acompañamiento de tus hermanos Daniel y Carlitos, luego el de Brenda y Astrid, tus tíos César y Anel, File y Anselmo me dieron fortaleza como la que, tú lo sabes, me mantiene en pie y con proyectos como si fuera un adolescente recién desempacado de la experiencia de Avándaro.
Sí, Moy. ¡Ay!, esas noches, esas tardes cuando platicábamos en sobremesa, con un cafecito y de pronto un trago, y compartíamos vivencias y me pedías que te hablara de mis juventudes, de aquel tránsito por la prepa, el Colegio de Ciencias y Humanidades.
–¿Dónde vas a cursar la prepa? –te pregunté vísperas de que concluyeras tus estudios en la Secundaria 78.
–Quiero estudiar donde estudiaste: en el CCH Naucalpan —respondiste firme, convencido.
–Pero es de rompe y rasga –te advertí.
–Quiero estudiar ahí –subrayaste y así fue y luego, ya adulto me comentaste que tu mejor época estudiantil fue ahí, en el CCH Naucalpan.
Y luego fuiste el “Chavo Ibero”, como te decía César, tu compadre, porque estudiaste diseño textil en la Ibero. Exitoso, hijo, chingón. Y te lo decía, tanto que precisamente Ecuador fue un destino cuando ganaste el concurso internacional y te fuiste contratado Fashion Coordinator de la empresa De Prati, en Guayaquil.
¡Qué orgullo, Moy! ¡Qué orgullo!
A mis 15 lectores pido paciencia. Es mi espacio personal de cada año, éste es el tercero de mi amado Moy como, en diciembre, será el noveno de Yaz, mi amada Yaz.
Sí, sí, cada quien sabe cómo se atraganta con el dolor que pega en el pecho y anega la mirada; entonces, usted simpatizará conmigo, o por lo menos me concederá la fortuna de saberme comprendido.
Aunque no es ése el objetivo. No, es mi espacio muy personal de cada año y me nace convidarle de esta reflexión.
¿Qué te parece Moy?
¡Ah!, cuánto ha pasado en un año. Sin duda te has enterado puntualmente del deceso de amigos y amigas que conociste. La semana pasada falleció mi compadre Alfredo Camacho, ¿recuerdas aquel fin de año que pasamos en su casa? De lujo, la cena, de lujo la compañía y nos despachamos buena tanda de abrazos y buenos deseos.
¡Caray, Moy! ¡Caray!
Se han ido esos tiempos, aunque los que corren tienen su especial concepto. Tus hermanos son adultos y tu hermana Daniela se ha convertido en mi roomie; Brenda que superó una crisis que la llevó al hospital.
Me niego a tocar el tema de las amistades o los conocidos que, en aquellos días de mayo de 2022 te acompañaron. Y fueron a la misa oficiada en tu recuerdo y al oído me susurraron que contaba con ellas y ellos.
No reprocho ausencias. No.
Cada quien, elemental, tiene sus prioridades. Y, en el tiempo se esfuman imágenes, anécdotas, cariños, amores.
Pero yo, aunque sea pleonasmo, traigo en la memoria aquellos momentos duros, difíciles, alegres y de felicidad plena que vivimos juntos, Moy, con Yaz en la inclemencia de la orfandad en la que, apostaban nuestros malquerientes, naufragaríamos.
Disculpa, hijo, que aluda estos pasajes, pero creo me hace bien expiar mis culpas; y lo cito así, aunque me exculpabas y preferías hablar de los momentos gratos, horas felices, cumpleaños, viajes, como cuando íbamos a San Lorenzo Chiautzingo a comer mole, en casa de las tías, de tu abuela Leonor o con la tía Emma y mi primo Roberto.
¡Chin!
Hace tres años, Moy. La vida corre y estás presente, al lado de Yaz. Insisto en que ambos fueron mis extraordinarios maestros. Tu hermana ofreció su vida si te salvabas de aquella primera crisis.
Y sí, se fue primero.
¿Por qué? No pregunto más, admito la realidad, Moy.
Corren las horas de esta madrugada rumbo al amanecer del martes 13 de mayo de 2025 y te traigo en el corazón, hijo.
Sí, mi duelo es por el resto de mi vida. Y no es causal de abatimiento, no. Hago honor a la fortaleza que tú y Yaz demostraron en aquellas batallas libradas contra la enfermedad física porque siempre fueron sanos de mente y objetivos.
¿Recuerdas cuando, uniformado, saliste temprano de la casa en la colonia Industrial para tu primer día de clases en la secundaria? Guardo la foto, Moy.
Y guardo con profundo amor tu recuerdo. No, no es de cada año, es permanente, pero, vaya, es un aniversario que recuerdo profundamente orgulloso de ti. No hay que llorar, déjame reír a tu lado e invitarte a comer esos taquitos que tanto te gustan.
Sí, así, en presente, señoras y señores. Les presumo a mi hijo Moy, a quien beso en su cachete de gato bodeguero. ¿A poco no, Drakko? Digo.
sanchezlimon@gmail.com @sanchezlimon1
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