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El antiguo jefe militar que consolidó al Ejército Popular Sandinista, terminó enfrentado con su hermano Daniel Ortega y bajo arresto domiciliario en sus últimos días

Figura fundamental de la Revolución Sandinista, desempeñó un papel crucial como estratega militar y líder de las fuerzas armadas de Nicaragua. Sin embargo, tras años de desacuerdos y tensiones familiares, sus últimas críticas al régimen de su hermano Daniel lo aislaron en sus propios dominios. Tuve la oportunidad de conocerlo de cerca como periodista, y nuestras interacciones fueron tensas, marcadas por la complejidad de su personalidad y su rigidez como líder militar

Humberto Ortega Saavedra nació el 10 de enero de 1947 en La Libertad, un municipio del departamento de Chontales, ubicado en la región central de Nicaragua, y fue ahí donde comenzó su vida política, antes de integrarse al Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) y desempeñar un papel crucial. Desde joven se comprometió con los ideales revolucionarios que marcarían su vida y junto a su hermano Daniel Ortega, participó en la lucha para derrocar a la dictadura de Anastasio Somoza, pero su enfoque fue más táctico que combativo. Su habilidad para planear estrategias militares le permitió destacar entre los líderes sandinistas.

 

A finales de los años 60 participó en dos operaciones guerrilleras que —aunque fallidas— lo catapultaron como un estratega clave del FSLN. La primera fue en 1967, cuando intentaron emboscar a la caravana de Somoza, operación que resultó en su captura. La segunda fue en 1969, durante un intento de liberar a Carlos Fonseca, el fundador del FSLN, de una prisión en Costa Rica. Esta operación no solo fracasó, sino que lo dejó gravemente herido, afectando su movilidad de por vida.

 

Carlos Fonseca fue una figura emblemática para el sandinismo. Intelectual y revolucionario, se convirtió en el cerebro ideológico del FSLN. Su encarcelamiento en 1969 fue considerado un golpe para el movimiento, y el intento de rescate liderado por Humberto Ortega subrayó su importancia. Fonseca murió en combate en 1976, antes de ver el triunfo del FSLN, lo que lo convirtió en un mártir para la causa revolucionaria.

 

Las dos heridas de bala que sufrió durante la operación en Costa Rica afectaron su movilidad, especialmente en las manos, y lo obligaron a dejar el combate directo y a enfocarse en la planificación estratégica. Durante su tratamiento en Cuba y la Unión Soviética, sus manos recuperaron algo de movilidad, pero nunca volvieron a estar completamente funcionales. Estas heridas lo marcarían por el resto de su vida y le dieron una perspectiva más centrada en la táctica, alejándolo de la acción directa en el campo de batalla.

 

Con el paso de los años, se consolidó como el arquitecto de la estrategia insurreccional urbana que eventualmente resultaría decisiva para la caída del régimen de Somoza en 1979. A diferencia de otros líderes sandinistas, que preferían la guerra de guerrillas en las montañas, él abogaba por una insurrección en las ciudades, movilizando a las masas urbanas y estableciendo alianzas amplias con sectores que no necesariamente compartían el socialismo.

 

Tras el triunfo de la revolución, fue nombrado jefe del Ejército Popular Sandinista (EPS). Bajo su liderazgo, el ejército creció en tamaño y capacidad, consolidándose como una de las fuerzas militares más grandes de la región. Utilizó sus destrezas estratégicas para coordinar la defensa del gobierno revolucionario durante la guerra civil que siguió, enfrentando a la Contra, una guerrilla financiada por los Estados Unidos.

 

Sin embargo, una de sus decisiones más controvertidas fue la imposición del Servicio Militar Patriótico (SMP), que obligaba a los jóvenes nicaragüenses a alistarse en el ejército. Aunque él justificó esta medida como necesaria para defender la revolución, fue profundamente impopular y generó un gran descontento entre la juventud. El SMP dejó un gran descontento en la sociedad nicaragüense, afectando su legado.

 

Mis experiencias con Humberto Ortega y los líderes sandinistas

 

Mi relación con él se intensificó a mediados de los años 80, cuando viajé varias veces a Nicaragua. Durante esos años, él ya era el jefe del EPS y uno de los hombres más poderosos del país. Siempre mantuvo una actitud distante y era difícil de acercarse a él. Con Tomás Borge —ministro del Interior de Nicaragua, cuando el FSLN estaba en el poder tras la Revolución Sandinista y quien dirigió la policía y los servicios de seguridad del país, convirtiéndose en una figura clave, otro de los líderes más prominentes del sandinismo—, compartían una actitud reservada, pero arrogante y hasta altanera, con la prensa y sus críticos.

 

 

 

En contraste, tuve una relación más fluida con otros líderes sandinistas como Sergio Ramírez —el gran novelista y vicepresidente del gobierno que se mantiene en el exilio en España—, con Edén Pastora el Comandante Cero y hasta con el propio Daniel Ortega, quien en esos años aún no había mostrado el rostro tiránico que exhibe hoy como presidente ante el mundo.

 

Mis escasos encuentros con él fueron limitados, pero marcados casi siempre por su esencia osca y autoritaria, una interacción que subrayó su difícil carácter y su distancia, incluso con aquellos que tenían acceso a los círculos del poder sandinista. A lo largo de estos años, mantuvo una disciplina y una seriedad que lo diferenciaron de los otros líderes sandinistas.

 

Recuerdo una discusión acalorada entre él y yo durante una conferencia de prensa en la Embajada de Nicaragua en México a finales de los años 80. En ese tiempo —como enviado del diario UnomásUno, dirigido por Manuel Becerra Acosta—, yo había estado con anterioridad en la frontera con Honduras, en el Frente Norte, incluso participé en muchas de las actividades del Batallón de Lucha Irregular (BLI) Juan Pablo Umanzor —una de las unidades de vanguardia en la lucha contrarrevolucionaria, fundado el 4 de octubre de 1984—, conformado por jóvenes que cumplían el Servicio Militar Patriótico.

Los combatientes del batallón operaban en condiciones extremadamente difíciles, combinando el combate armado con el trabajo político para ganar el apoyo de la población en las zonas rurales. Fui testigo directo de sus riesgosas y fatales tareas.

 

Durante mis estancias en Nicaragua, pude observar cómo manejaba las tensiones dentro del ejército y las fuerzas sandinistas. Aunque no era un hombre de muchas palabras, sus decisiones estratégicas eran respetadas por aquellos a su alrededor. Sin embargo, también era evidente que su carácter rígido generaba cierta fricción dentro del movimiento sandinista.

 

En la conferencia en la embajada, mis directas preguntas de cómo se hallaba realmente en esos momentos la situación político-social en Nicaragua, lo molestaron de sobremanera, enfureciéndolo y la conferencia de prensa escaló a una confrontación casi personal con él, quien portaba su uniforme verde olivo, con sus distintivos de jefe del Ejército.

 

Molesto, exigió hablar conmigo al final del encuentro con los periodistas y minutos después, ya frente a él, volví a la carga. Le dije que yo había estado en la montaña, con el BLI Juan Pablo Umanzor y conocía muy bien la situación del país en general. Que no me creía el supuesto estado de las cosas que él pregonaba. Rompiendo entonces el tono diplomático que debía imperar en el recinto, con el brazo derecho me dibujó el ademán internacional de vete al carajo, al cual yo respondí con la mexicana frase deváyase a la chingada. Uno de los funcionarios de la embajada intervino sorprendido, tratando de calmar los ánimos y sin conseguirlo luego me escoltó hasta la puerta. Fue la última ocasión que nos encontramos cara a cara. No lo traté de nuevo, a pesar de que volví nuevamente a Nicaragua y nos vimos, a la distancia, en algún acto.

 

Más allá de ese encontronazo que forma parte de mis anécdotas, debo reconocer que su enfoque era claramente militar, lo que lo distanciaba de figuras más carismáticas como lo eran entonces su hermano Daniel o el propio Sergio Ramírez. Este carácter distante lo hizo menos accesible, pero también lo consolidó como un líder enfocado en la tarea de construir un ejército fuerte y capaz de defender la revolución.

 

Humberto Ortega también fue un destacado escritor que documentó la historia de la Revolución Sandinista y su participación en el proceso revolucionario. A lo largo de su carrera, escribió varios libros. Algunos de sus trabajos más representativos fueron “La epopeya de la insurrección” (2004). En él reconstruye los eventos claves que llevaron a la caída de la dictadura de Anastasio Somoza. Para esta obra dedicó años de investigación utilizando sus propios registros y archivos, en los que analiza el proceso revolucionario y la estrategia militar que empleó el Frente Sandinista.

 

“Nicaragua: Revolución y Democracia” fue publicada en 1992, después de su retiro como jefe del Ejército Popular Sandinista. En este libro, Ortega reflexionó sobre los desafíos de la Nicaragua posrevolucionaria, abordando las tensiones entre los ideales revolucionarios y la transición hacia un gobierno democrático, tras la derrota electoral del Frente Sandinista en 1990 y abordó la implementación de políticas democráticas en un contexto de guerra civil y presión internacional.

 

En 1978 publicó “50 años de lucha sandinista” un año antes del triunfo de la Revolución en el que describe el desarrollo del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) desde sus primeras luchas hasta su consolidación como fuerza política. En 1981 escribió “Sobre la insurrección”, en el que analiza las tácticas empleadas durante la revuelta popular contra el régimen de Somoza, destacando la importancia de la movilización urbana y la participación de la población civil en la lucha revolucionaria.

 

El distanciamiento con el régimen de su hermano

 

Con el paso de los años, las tensiones entre él y su hermano Daniel —a quien entrevisté varias veces, una de ellas en compañía de mi compañera, la fotoperiodista Christa Cowrie—, comenzaron a hacerse más evidentes. Aunque ambos habían compartido la lucha revolucionaria, sus visiones sobre el futuro de Nicaragua comenzaron a divergir, especialmente después de la derrota electoral del Frente Sandinista en 1990. Humberto, quien se había mantenido al frente del ejército durante la transición política, comenzó a distanciarse de las políticas autoritarias de Daniel Ortega.

Edén Pastora, el “Comandante Cero,” con el brazo extendido, acompañado por Fidel Castro y Humberto Ortega, cruzado de brazos, durante la primera visita del exdirigente cubano a Nicaragua

 

Una de las críticas más fuertes que lanzó en los últimos años contra su hermano fueron en relación con el plan de sucesión dinástica que favorecía a Laureano Ortega, el hijo de Daniel y Rosario Murillo. En varias entrevistas, dejó claro que no veía un sucesor viable dentro del sandinismo, lo que provocó tensiones familiares y políticas.

 

En una entrevista cuestionó la capacidad de su hermano para gobernar de manera democrática y criticó abiertamente el proyecto de sucesión familiar. Declaró que “sin Daniel, no hay nadie” y que el liderazgo de la familia Ortega-Murillo no tenía un futuro claro. Estas declaraciones provocaron la ira del régimen, que respondió aislándolo y restringiendo su acceso a los medios.

 

Dora María Téllez, una exguerrillera sandinista—quien también se distanció del régimen autoritario de Daniel—, fue una de las figuras que apoyaron las críticas de Humberto. Téllez, al igual que él, abogaba por una salida democrática a la crisis política en Nicaragua y se convirtió en una de las principales voces disidentes dentro del sandinismo.

 

Téllez, exministra de salud y una de las comandantes más respetadas del FSLN, compartió las preocupaciones de Humberto sobre la concentración de poder en la familia Ortega-Murillo. Ambos consideraban que el sandinismo se había desviado de sus principios originales y que el régimen de Daniel Ortega había traicionado los ideales revolucionarios. En varias ocasiones, tanto él como Téllez criticaron abiertamente el giro autoritario del gobierno y el plan de sucesión dinástica que favorecía a Laureano Ortega. Aunque él siempre fue más reservado en sus críticas públicas, compartía las mismas inquietudes que otros disidentes sandinistas.

 

A pesar de su distanciamiento del régimen, nunca dejó de ser una figura respetada dentro de ciertos círculos del sandinismo. Otros exguerrilleros también simpatizaban con sus críticas, aunque no siempre lo expresaron de manera tan abierta. Las tensiones dentro del sandinismo eran evidentes y estas divisiones internas fueron uno de los factores que llevaron al aislamiento en la última etapa de su vida.

 

La entrevista con Infobae que detonó su fin

 

Humberto Ortega pasó sus últimos meses bajo arresto domiciliario en su residencia ubicada en las afueras de Managua, Nicaragua. A partir de mayo de 2024, fue vigilado de cerca por la policía tras haber concedido una entrevista a Infobae, célebre medio informativo fundado en argentina, con oficinas en México en la que criticó abiertamente el régimen de su hermano Daniel Ortega y señaló que no veía un sucesor viable dentro del sandinismo. Las autoridades justificaron su arresto como una medida de “cuidado médico,” aunque estaba claro que se trataba de una represalia por sus críticas. Durante este tiempo, se le impidió recibir visitas de su familia y médicos privados, y solo un doctor del Ministerio de Salud lo visitaba esporádicamente para tomarle la presión.

 

En la entrevista concedida a Infobae el 19 de mayo de 2024, abordó temas cruciales sobre la situación política de Nicaragua y su relación con el régimen sandinista. Desde el inicio de la conversación, dejó claro que su visión del futuro de Nicaragua no contemplaba un sucesor natural para su hermano, calificando al régimen de Daniel como un “poder dictatorial sin herederos viables”. Este comentario marcó una diferencia significativa respecto a la narrativa oficial del gobierno, que había tratado de promover la sucesión dinástica a través de Rosario Murillo o sus hijos.

 

Señaló que la única forma de evitar una crisis política tras la eventual desaparición de Daniel Ortega sería convocar a elecciones. Según él, ni Murillo ni los hijos del presidente tienen la capacidad de mantener la cohesión del país, destacando que la estructura actual del poder en Nicaragua es tan personalista que, al desaparecer Daniel, el vacío sería insalvable sin un proceso electoral. Fabián Medina Sánchez, periodista de Infobae le preguntó:

 

—Daniel Ortega tiene 78 años. ¿Su muerte podría crear un vacío de poder en Nicaragua o usted ve activándose la sucesión dinástica?

 

—Cuando hay un poder de tipo autoritario, dictatorial como el actual, que depende muchísimo de la figura de un líder que ejerce la Presidencia, ante la ausencia de este, es muy difícil que haya una continuidad del grupo de poder inmediato. ¿Por qué razón? Porque la misma tendencia autoritaria, personalista, verticalista de mandar, ha castrado las correas de trasmisión del partido. El partido actualmente no tiene repuesto. Están ahí, no por una mística, sino por estar ahí como funcionarios, muchos queriendo hacer bien, pero más que todo, teniendo beneficios de esa participación gubernamental y política. Si falta Daniel Ortega, para mí, Humberto Ortega, no hay posibilidad de que nadie de ese grupo de poder pueda ejercer la influencia frente a un proceso…

 

—Ni Rosario Murillo…

 

—Nadie. Nadie. No quiero mencionar a nadie en particular. Sin Daniel no hay nadie, porque, con todo y todo, Daniel es el único líder, histórico, que aún conserva los créditos de esa lucha. Sin Daniel veo muy difícil que haya unos dos o tres que se junten. Mucho menos uno en particular, y más difícil en la familia. Hijos que no han tenido el acumulado de una lucha política. Ni Somoza pudo establecer a su hijo. Con la ausencia de Daniel sería muy frágil sostener todo lo que hasta ahora ha logrado sostener con gran esfuerzo y con enormes complejidades. No solo a nivel interno, sino también con las fuerzas aliadas de las izquierdas y los gobiernos de la región. Al único que conocen es a Daniel.

—Y el resto de las líderes sandinistas…

—Hay algunos ahí que tuvieron relevancia, que están en el gobierno, algunos que fueron miembros de la Dirección Nacional histórica, que están ahí apoyando a Daniel. Esta gente ha perdido liderazgo porque no ha sabido luchar por él. Ellos mismos se han castrado. Sandinistas que fueron de la Dirección y que en esta coyuntura ni siquiera son capaces de sacar un artículo como los que yo escribo, y sacar una crítica constructiva como la que yo he sacado, y me he expuesto ante gente radical que quisiera matarme. Yo jamás les he mostrado miedo, y jamás he dicho me voy de Nicaragua. Jamás he dicho que me voy a exiliar. Y si me quieren hacer eso, no lo voy a tolerar y voy a preferir morir defendiendo esos principios que darles el chance de que me humillen. Hay unos cuatro miembros de la Dirección (Nacional sandinista) que quedan ahí, no hablan. Tienen miedo de comunicarse con otros. Esa gente ya no son aquellos. Como decía Séneca: su poder reside en el miedo, y si no te tengo miedo tu poder sobre mi persona no sirve para nada, aunque te impongás sobre mí, incluso desaparecerme.

 

Durante la entrevista también habló sobre su salud, mencionando que había sufrido eventos cardiovasculares graves, pero que, pese a su condición, se encontraba recuperado. La relación entre los dos hermanos Ortega también fue un punto central de la conversación.

 

Comentó que, aunque las tensiones entre ambos han sido notorias a lo largo de los años, en ese momento mantenían una comunicación fluida. Sin embargo, dejó claro que sus diferencias, especialmente en la visión sobre cómo gobernar el país, seguían presentes.

 

Una parte importante de la conversación giró en torno a las alianzas internacionales del régimen sandinista. Él fue crítico con la alineación del gobierno de su hermano con potencias como Rusia y China, señalando que Nicaragua debía mantener relaciones de beneficio mutuo con los Estados Unidos. Aunque apoyaba una política de no alineamiento, reconocía que cualquier intento por enemistarse con EU podría resultar desastroso para el país. En este contexto, advirtió sobre la posibilidad de “golpes quirúrgicos”, como el que Estados Unidos llevó a cabo en Panamá contra Noriega en 1989, para desestabilizar a regímenes incómodos.

 

Humberto también fue cuestionado sobre la crisis de 2018 en Nicaragua, una revuelta que dejó cientos de muertos y que fue duramente reprimida por el gobierno. Reconoció que el régimen de su hermano cometió graves errores al subestimar el malestar popular y respondió de manera violenta y desmedida. No obstante, también criticó a la oposición extremista por haber avivado las tensiones y promover protestas fuera de la legalidad, lo que, en su opinión, exacerbó el conflicto.

 

Otro tema clave de la entrevista fue el papel del Ejército durante la represión de 2018. Criticó al Ejército por tolerar la presencia de paramilitares, algo que, según él, dañó su imagen y profesionalismo. Aunque no acusó directamente al Ejército de haber armado a estos grupos, señaló que la capacidad de inteligencia de las fuerzas armadas debía haber prevenido este tipo de situaciones.

 

Respecto al futuro de Nicaragua, advirtió que cualquier intento por continuar con un régimen autoritario y verticalista llevaría al país a un colapso. Según él, lo único que podría evitar el caos tras la desaparición de Daniel Ortega sería la intervención del Ejército y la Policía Nacional para asegurar una transición pacífica que desemboque en elecciones. También destacó que el único camino viable para Nicaragua era una “república”, pero reconoció que era improbable que Daniel Ortega adoptara este enfoque, dado que lo vería como una amenaza a su poder.

 

Finalmente, se refirió a su propio papel en la historia reciente de Nicaragua. Afirmó que no era ni aliado ni enemigo de su hermano, sino que buscaba soluciones pragmáticas para el país. Reiteró su compromiso con un “centrismo humanista”, un enfoque que, según él, permitiría resolver la crisis política mediante acuerdos nacionales. Aunque había sido criticado tanto por el gobierno como por la oposición, insistió en que su objetivo es la paz y la estabilidad en Nicaragua, algo que considera solo posible a través de elecciones y el diálogo entre las partes en conflicto.

 

El acelerado deterioro de salud que lo llevó a la muerte

 

Su estado de salud comenzó a deteriorarse notablemente a finales del pasado mes de septiembre. El 29 sufrió un infarto y fue trasladado de urgencia al Hospital Militar de Managua, donde fue ingresado en la unidad de cuidados intensivos. A pesar de los esfuerzos por estabilizarlo, murió a las 2:30 del pasado lunes, a los 77 años, debido a complicaciones cardíacas, agravadas por la falta de atención médica adecuada.

 

Tuvo dos hijos con su esposa, la costarricense Ligia Trejos: Ximena Ortega Trejos y Humberto José Ortega Trejos. A lo largo de los años, sus descendientes —que se hallaban alejados de su padre—, mantuvieron un perfil bajo y se alejaron de la vida política pública, en contraste con la exposición mediática de su hermano Daniel Ortega y Rosario Murillo y sus hijos, que han estado más involucrados en el gobierno y los asuntos del poder en Nicaragua.

 

Tras su fallecimiento, ellos emitieron un comunicado en el que expresaron su pena por la pérdida de su padre, y agradecieron a quienes mostraron su solidaridad. Por su parte, Rosario Murillo, vicepresidenta y esposa de Daniel Ortega, indicó que Humberto murió aislado de su familia en el Hospital Militar de Managua; reconoció su aporte estratégico al Frente Sandinista y señaló que se sumaban a la tristeza por su partida.

 

Su cuñada mencionó que tanto ella como Daniel Ortega estaban al pendiente de su salud en los días previos a su fallecimiento, a pesar de las tensiones familiares que existían. También dijo que fueron ellos mismos quienes informaron de su fallecimiento a los hijos de Humberto.

 

Su muerte, sin duda alguna, marca el fin de una era dentro del sandinismo y subraya las profundas divisiones familiares y políticas que han caracterizado al régimen dictatorial encabezado por su hermano Daniel Ortega los últimos años.

Foto principal, una de las últimas fotos de Humberto y su hermano Daniel Ortega, presidente de Nicaragua