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elcristalazo.com

Una vez más se han confrontado en terrenos de aparente neutralidad e igualdad de condiciones las posibles ganadoras (Claudia Sheinbaum y Xóchitl Gálvez) y el seguro perdedor de la contienda presidencial 2024-2030 (Jorge Álvarez Máynez), y una vez más tendremos la catarata de interpretaciones sobre un resultado del cual todos se declaran ganadores.

El debate debería ser entre dos. Aquí el “ménage a trois” tampoco funciona mucho tiempo.

Se confrontaron sin mayores novedades la “candidata de las mentiras”; la narco candidata, contra la “candidata del PRIAN”, “la corrupta”. Al pobre PRD ni lo mencionaron.

Y una vez más la invención del hilo negro le resultó equivocada al Instituto Nacional Electoral. Las preguntas “ciudadanas”, enseñaban la cola en favor de las respuestas de Morena, no vaya siendo y molesten al presidente como en el anterior debate descalificado por el Palacio Nacional por su origen combativo contra sus quehaceres, sin nadie para defenderlo.

Pero a pesar de todo, Xóchitl acribilló a su adversaria con preguntas no contestadas y un más adelante jamás visto, más allá de la manipulación de Claudia en torno del caso Atenco, mientras cumplía con el anuncio hecho al llegar a los Estudios Churubusco: hablar de resultados.

Si, pero de resultados del gobierno federal; no de la ciudad de México. Así fue con el salario mínimo y la cantaleta de los grandes logros de su mentor, como los (negados) aumentos de la “gasolinacitos” (nombre nuevo de los “gasolinazos”).

Sus mejores argumentos en torno de la pobreza –por ejemplo–, fueron las citas de dos mujeres invisibles, quienes le pidieron en sendas ocasiones, dígale al presidente que me quitó el hambre; dígale al presidente que me sacó de la moderna esclavitud. Pero el presidente no estaba ni en la boleta, ni en el debate.

En las actuales condiciones políticas del país un debate no es una oportunidad de comparar y decidir sino de confirmar.

Su utilidad es escasa, sobre todo si se hace bajo las reglas de acuerdos protectores elaborados por los partidos en contienda y la dócil autoridad con formatos encorsetados y conductores regañones.

Tampoco se mejora el debate si se le lleva a un estudio cinematográfico, se hace en el Instituto Electoral o en una instalación cultural de la UNAM. La escenografía y los “moderadores”, resultan lo de menos.

La polarización y la conveniencia fanática no dejan lugar al análisis. Mucho menos al cambio de preferencia. Cada uno miró con el cristal de su deseo, su compromiso, su fidelidad y en muchas ocasiones su militancia.

Dicho de manera generalizada y por tanto imprecisa (pero valga una vez hecha esta aclaración): todos los beneficiarios de los programas sociales de Morena son militantes del redentorismo transformador. La tarjeta del Bienestar es casi una credencial de fidelidad al emisor de esa idea, si no de ese partido, aunque tenga sus colores.

La estrategia de Morena –disciplinadamente seguida por CSP, “la impasible”, no tiene relación con acciones de gobernanza –por esos sus propuestas son aire condensado–, sino de dispersión de dinero. Gobernar es comprar voluntades.

Y por eso en los debates hay siempre una presencia ineludible: los programas sociales, arma, nervio y espina dorsal del morenismo, del populismo dadivoso, de la versión más acabada del ahora bonachón y abrazador ogro filantrópico cuya filantropía acabó con su fiereza.

El monstruo se domesticó a sí mismo y salvo algunos casos muy acusados de venganza, ya no asusta a nadie, mientras desparrama dinero con munificencia incomparable. Nadie más puede destinar un billón de pesos para comprar fidelidad electoral. Sólo el gobierno. Por eso gana elecciones. No compra votos, compra votantes.

Y si la oferta opositora es hacer lo mismo, o aumentarlo, cae en la red del ¿entonces para qué? Por eso los debates no hacen los resultados.

Lo que vimos ayer, sin embargo, tuvo importancia. Xóchitl Gálvez logró la anhelada resurrección a costillas de “la candidata de las mentiras” cuya capacidad evasiva hizo ver bien hasta a Álvarez Máynez