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Esta es una bella historia del mar, pero también una terrible historia de venganza, violencia y amor.

Cuenta (Rafael Bernal) la desgracia de “Gerónimo de Gálvez, piloto del Rey”, cuya esposa fue violada en Acapulco por un lujurioso irrefrenable para luego suicidarse de vergüenza, mientras el nauta navegaba hacia la China. Cuando Gálvez volvió, supo del suicidio de la mujer mancillada y todo lo demás y juró venganza.

Buscó al violador por los siete mares y tras años, lo halló en Oriente. Lo enfrentó y lo persiguió. El cobarde quiso huir por los cordajes de un galeón. Don Gerónimo lo confinó en la altura y luego lo derribó del mástil. Y lo dejó morir de a poco. Esta es parte del relato de Rafael Bernal.

“…Así, pues, no hizo don Sebastián más que poner los pies sobrecubierta cuando le salió al encuentro Gálvez, declarándole quién era. De la Plana (…) trató de fugarse, pero un certero puñetazo del piloto lo tendió sobre el puente. Entonces se llenó de miedo, pidió, rogó, ofreció, pero Gálvez estaba sordo a todo lo que no fuera su venganza… hizo que el espía los amarrara, el uno al otro, de las manos izquierdas, de manera que don Sebastián no pudiera escapar, le dio una daga, tomó otra y lo invitó a pelear. “El miedo apenas si le permitía a de la Plana moverse; con la faca en la mano veía estúpidamente a Gálvez y musitaba palabras ininteligibles con las que pretendía pedir perdón. Gálvez, cegado ya por la cólera, le dio una puñalada ligera en el brazo, pero don Sebastián, presa de pánico, sólo acertó a cortar el lazo que lo unía con su enemigo y, tirando el puñal, corrió a refugiarse en lo alto del mástil. Gálvez lo siguió con la daga ensangrentada entre los dientes, sin decir una palabra. Así pasaron de cordaje en cordaje, cada vez más cerca del perseguidor, cada instante más lleno de pánico el perseguido. “Por fin, don Sebastián llegó al punto más alto del mástil, donde ya no podía huir ni avanzar. Hasta allí lo siguió Gálvez, el filo entre los dientes, los ojos fijos en su adversario, las manos crispadas sobre las cuerdas. Ya lo iba a alcanzar cuando un grito desgarró la noche silenciosa de Cavite. El espía, desde la cubierta, vio sobre el fondo claro del cielo cómo don Sebastián maromeaba en el aire, golpeaba en una antena y caía pesadamente sobrecubierta… “… Por un momento pensó en rematarlo con la daga, pero cambió de ideas. Revisando al herido a la luz de una linterna que había acercado el espía, vio que tenía la columna vertebral rota y que estaba paralizado de la cintura para abajo. Gálvez guardó la daga y ordenó al espía que lo ayudara para transportar al herido a Manila…

“…El dolor que sufría don Sebastián era atroz y la sed llegó a atormentarlo en tal forma que, dominando su miedo, se atrevió a pedir un poco de agua, pero Gálvez, que sin moverse lo veía fijamente, no contestó una palabra. El mismo silencio le sirvió de respuesta cuando pidió un cirujano.

“Por fin, comprendiendo que todo era inútil y que su muerte era inevitable, pidió un confesor, pero Gálvez seguía inmóvil, sosteniendo la miniatura de la hermosa Solina frente a los ojos del moribundo. “Tres días duró esta escena terrible, durante tres días y tres noches Gálvez no se apartó un segundo de su enemigo y durante todo ese tiempo no habló una sola palabra, no hizo un solo movimiento más que mostrarle el retrato de Solina y acechar su muerte…

“…Un mes después zarpó el Santa Rosa de Lima para Acapulco, llevando como piloto a Gálvez. Éste era su último viaje y en Acapulco dejó para siempre la vida del mar y se le vio durante algún tiempo recorrer toda la Nueva España, vestido de penitente…”