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NÚMERO CERO/ EXCELSIOR

El mayúsculo desafío migratorio es el primer gran escollo para la negociación bilateral con Trump, que marcará la forma de la relación con su futuro gobierno. De cómo se resuelva, definirá los márgenes de acción de una vecindad tan cercana como distante por la barrera infranqueable del supremacismo y nativismo remasterizado estadunidense. A Trump se le reconoce cumplir sus amenazas, aunque el 20 de enero, cuando asuma la presidencia, no necesariamente tome una resolución definitiva sobre sus iniciativas migratorias porque forma parte de una negociación más amplia de la agenda con el T-MEC y los cárteles de la droga. Lo que sí ocurrirá a partir de esa fecha es que comenzará a jugar con las drásticas medidas comerciales y militares que se dice dispuesto a usar para asegurar la frontera u obligar a México a levantar un muro virtual.

Su anuncio de emergencia nacional para facilitar legalmente deportaciones masivas, sin embargo, no disuade a las caravanas centroamericanas de buscar llegar a EU antes de asumir el poder. Es un fenómeno estructural e imparable mientras siga la atracción de oportunidades laborales y mejores salarios del “sueño americano”. Pero tampoco la estrategia de disolverlas y de ayuda humanitaria del gobierno de Sheinbaum consigue frenarlas, como corrobora el crecimiento sostenido de solicitudes de asilo desde territorio mexicano. En efecto, preocupan los millones que podrían ser expulsados por el vecino, pero poco se dice de los 300,000 migrantes que quedarían hoy varados si se restringe o cancela la política de refugio.

Los migrantes son el gambito de una negociación que Trump quiere para transformar las reglas del juego con México; el peón sacrificado al principio de la partida para conseguir una ventaja futura, además de la oportunidad de golpe publicitario visible para cumplir con su promesa electoral de acabar con la “invasión de ilegales”. No podría entenderse de otro modo una política que conduzca a una posible recesión o espiral inflacionaria en EU; que, en palabras de Ebrard, sería tanto como “darse un balazo en el pie” con la misma arma con que apunta a México con el dedo en el gatillo para subordinarlo a su política del destino manifiesto de “América primero”.

Por ello, las apuestas de una hecatombe migrante son apenas superiores al 20% y los peores escenarios tienen poca probabilidad, aunque México dice estar preparado para todos. Lo que enseña Trump es que tiene el poder para administrar la relación según sus prioridades y públicos; así como para obligar a México a una actuación determinada por el mandato de ese eslogan político que define a su gobierno y encerrar a Norteamérica en el proteccionismo frente a China y la globalización.

Trump defiende ese principio como principal divisa por incluir varias facetas que enlazan al capitalismo, la democracia y la raza en el imaginario del supremacismo estadunidense desde hace un siglo. Y que hoy son las reglas que quiere imponer a México a través de la amenaza de castigar con aranceles su política comercial fuera del T-MEC, el problema de salud pública que los afecta por el fentanilo y las desventajas del “bono demográfico” de la migración. Trump se mueve en una lógica distinta a los riesgos que México le advierte para su propia economía y la disposición a colaborar con sus preocupaciones, tratando de demostrarlo con “golpes históricos” contra el fentanilo, la piratería china y el freno a las caravanas. En su nuevo orden, el “sueño americano” ha evolucionado desde la idea original de justicia social e igualdad económica para entenderlo ahora como la realización de oportunidades económicas para los estadunidenses y proteccionismo comercial.

En su traducción, la relación bilateral con México, y trilateral con Canadá, significa que el capital y la democracia tienen que beneficiar, antes que a nadie, a su país, para —como dice su movimiento— devolverle una “grandeza” que hoy desafía un mundo multipolar y otros bloques económicos dispuestos a abandonar el dólar, como los BRICS, o replicar aranceles, como China. La furiosa embestida contra los migrantes representa su exclusión del “sueño americano” que buscan en EU. Trump sabe que tiene la fuerza política para acotar su significado y reducir el margen de maniobra de sus socios comerciales en favor del nativismo como principio y fin de todo lo demás.