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NÚMERO CERO/ EXCELSIOR

El desfile de niños armados en Guerrero como milicias infantiles contra el narco son el rostro de todo lo que borra la pandemia. No sólo al gobierno, también hace desaparecer todo lo que representa el gis, la tinta, el lápiz y los libros para estudiar, por no hablar de la computadora o la televisión de la transmisión de la educación a distancia. El llamado de auxilio desde una comunidad indígena marginada y en los confines de la miseria es la personificación viva de la pobreza educativa y la ausencia de respuesta del gobierno tras un año de escuelas cerradas.

La emergencia sanitaria borró a las autoridades educativas, sindicatos de maestros, asociaciones de padres y partidos de la discusión sobre el año lectivo perdido para miles de estudiantes. El debate público se reduce a abrir las aulas con la resignación de cargar con un nuevo rezago o a apostar por inyectar nueva “carga política” a los libros de texto frente al retroceso de todos los indicadores de aprendizaje. Así se preparan para volver a las aulas los primeros cinco estados, cuyos gobiernos también están borrados del tema.

La educación es el saldo más negativo de la pandemia porque desvanece oportunidades de futuro y avances contra la desigualdad. Si se mantienen las escuelas cerradas, mayor rezago y concentración de privilegios habrá. México tiene uno de los confinamientos educativos más prolongados del mundo, que puede entenderse por la vulnerabilidad del sistema escolar con cientos de centros sin condiciones mínimas de higiene ni presupuesto para adecuarlos a la crisis. Pero eso no explica la inacción ante la deserción escolar y la caída de competencias de una generación. Según el Inegi, 5.2 millones no se inscribieron en este ciclo escolar por la emergencia económica y de salud, aunque la SEP ni siquiera conoce el tamaño del hueco en la matrícula, menos las propuestas para impedir que la pandemia defina el futuro de millones.

Cuando en 2020 se anunció la estrategia de clases a distancia a través de las televisoras privadas, el modelo se vendió como “único en el mundo”, con esas frases grandilocuentes que suelen seguir a la inacción de políticas públicas. Así sucedió. Desde entonces hubo adecuaciones de contenidos a las plataformas y la presión por abrir las escuelas con la vacunación de maestros en estados como Campeche a finales de ese año. En medio de pandemia cambio el titular de la SEP, con la salida de Esteban Moctezuma y la entrada de Delfina Gómez, con el encargo de apurar la vuelta a las aulas. La primera maestra de Educación Básica en ese cargo en un siglo llegó con un plan de recorte de personal y nulos planteamientos educativos. Desde entonces salió de la escena, a pesar del desastre educativo.

El gobierno prepara la vuelta a clases presencial con la vacunación de maestros, pero Gómez dice que “no será necesario ir a clase” y que “vamos a ser muy respetuosos con la decisión de los padres de familia y las instrucciones de salud”. Trasladar la responsabilidad a los padres demuestra una vez más que adolece de una estrategia para el regreso a las aulas. La deserción es la punta del iceberg de otros problemas como la pobreza educativa que, según Banxico, podría llevar de 51% a 62% la cantidad de niños que a los 10 años no cumplen con requisitos mínimos de lectura en América Latina. Sin un plan para abordar el rezago, la educación se debilitará aún más para contener la desigualdad.

El desafío es enorme, más difícil aun sin presupuesto para asegurar condiciones de seguridad e higiene en las escuelas para salir del confinamiento y planes para descongelar el aprendizaje, desarrollo de habilidades y competencias. El gobierno ampliará en 2021 el presupuesto para cinco programas, pero ninguno contempla la educación. Incluso uno de ellos, la reducción de edad para la pensión universal, implicará mayor costo que el que se destina a la educación.

La pobreza educativa tendrá consecuencias políticas y económicas devastadoras en el largo plazo, aunque tardarán en verse. La pandemia dejará uno de sus peores saldos en la profundización del rezago no sólo por la emergencia sanitaria, sino también porque la política da la espalda a la educación.