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ELCRISTALAZO.COM

Cuando la hoy festiva plaza México estaba por inaugurarse, la fama de Manuel Rodríguez, “Manolete”, era el tema de conversación dentro y fuera del mundo taurino. Nadie hablaba de otra cosa.

Paco Malgesto voló a La Habana a entrevistar –para “La voz de la América Latina desde México”, en una escala de su viaje– al diestro de ascética figura, al “monstruo”, en urgente primicia informativa mientras la “manoletemanía” ocupaba todos los rincones de la patria.

Un poco como ahora sucede con Trump, pero por otros motivos menos graves.

En esos días –como ahora podríamos hacer con el yanqui insolente— el genial dibujante Rafael Freyre (y si me equivoco “El chango” Cabral no se molestaría), apareció una caricatura en la cual un hombre con un cartoncito pegado al sombrero, le advierte a otro:

–¡Por favor!, no me habla usted de Manolete.

De esa manera hoy ésta harta columna solicita una pausa –como arancel vestido de luces–, para ignorar los aranceles suspendidos y la movilización de tropas ordenada por el gobierno americano a nuestra frontera del norte. No quiero ya decir más en torno de cómo los capos del narco se juzgan en EU, se encarcelan allá y nuestro H. Ejército Nacional, se desplaza –con alto costo de impedimenta y matalotaje–, de acuerdo con las necesidades y exigencias del cruel vecino. Basta por hoy.

Mejor hablemos del coso.

Como todos sabemos la herencia cultural de la tauromaquia en México es muy añeja. Viene de una de las raíces del mestizaje y el sincretismo nacional, un poco antes del culto guadalupano, así les pese a quienes miran la historia sólo con el ojo indígena; tuertos (anoftálmicos). Ven la mitad.

Pero eso no tiene importancia ahora, excepto si nos aferramos a los anacrónicos perdones exigidos por la conquista con grotesco tinte de orgullo macehual. En fin

La Plaza México, uno de los más conocidos edificios de la ciudad está cercano a su demolición. Como ocurrió con la Plaza de la Condesa o El Toreo de Cuatro Caminos. También le espera un destino comercial. ¿O no son los Bailleres, empresarios taurinos los dueños del almacén en cuyos pasillos, hace mucho, estaba el ruedo donde murió Balderas? Así ocurrió con la Plaza de las Arenas en Barcelona o la de Zacatecas ahora convertida en hotel.

Ya no hablemos de la Plaza del Volador o la de Bucareli.

Hoy, como en su lejana inauguración, la plaza ofrece a otro torero de fama enorme. Enrique Ponce, lo cual nos permite, con la comparación de quien inauguró (1946) y quien torea esta tarde, apreciar los valores taurinos de antaño y hogaño.

El cordobés fue un hombre serio; el valenciano, un coreógrafo del toreo con la cómoda elegancia de quien viene una vez más, a “hacer la América”, con ganado de ínfimo riesgo.

En los tiempos de “Manolete” estaba fresca la sangre de la pavorosa Guerra Civil. Las relaciones taurinas se regían por un convenio fuera de la ruptura diplomática con el franquismo, lo cual no impedía otra clase de intercambios, comerciales, turísticos y de ultramarinos finos en la tienda de Don Venancio. Hoy tenemos unas relaciones diplomáticas estropeadas por el no logrado perdón, pero ni a quién le importe.

Hace un rato, un torero peruano – Andrés Roca Rey–, rompió su propio maleficio con una plaza de fortuna esquiva y se llevó (efímero monarca), un rabo a Lima, cosa no lograda –creo— por Rafael de Santa Cruz, otro diestro peruano (hermano de Nicomedes, el músico), distinto de los demás por su tez. Era negro como un piano; cambujo, como el ecuatoriano Juan Palacios quien no vino a las corridas del aniversario, por razones obvias. Nadie lo conoce.

Y menciono a estos dos porque no tenemos relaciones con Ecuador y andamos a las patadas con Perú. Los quiteños invaden la embajada y nos imponen tarifas. Los peruanos meten a la cárcel a un rufián amigo de la 4T.