Llevamos realmente poco tiempo en el que el nuevo gobierno federal tomó las riendas del país y sorprende la cantidad de cosas que se han hecho que tiene asustada a nuestra sociedad pensante. Por desgracia, lo que ha hecho el gobierno no son cosas que provoquen crecimiento económico, bienestar, una economía fuerte y estable, que nos induzcan a pensar que se está respetando al Estado de Derecho y la legalidad, con un ejercicio mesurado de poder con balance del mismo y rendición de cuentas.
Al contrario, todo indica que nuestro nuevo gobierno se estructura y perfila al control político total del país, para su perpetuación y para el sometimiento de todos los agentes de poder que no emanen del liderazgo de AMLO.
Ha habido múltiples promesas incumplidas que no cabe ya enumerar. Pero el propósito de esta entrega semanal es reflexionar en la actitud de la clase dirigente de este país, la cual considero que es la única que nos puede salvar.
No me refiero a los políticos del régimen, ni a la vergonzosa y torpe oposición formal que tenemos, me refiero a las personas que tiene cualquier clase de dirección en la sociedad, en empresas, organizaciones de la sociedad civil y empresariales, académicos, intelectuales y líderes sociales . Es la clase a la que despectivamente AMLO la ha catalogado con el epíteto de “Fifí” (en otras partes del país les dicen “Popis”, “La Crema”, los “Chorchos”, “Popofs” y “Estirados”), que es una descripción que deforma lo que la mayoría son: gente de clase media trabajadora, responsable con integridad y amor a México, en contrapartida de los oligarcas, transas que han vivido de las oportunidades que les ha brindado el tener complicidades con el gobierno en turno.
Pero esta clase no se ve que tenga ni la menor idea de qué hacer.
Visualicé al principio de esta administración una actitud expectante. Todos esperábamos cosas buenas, cambios profundos, un verdadero cambio de régimen para bien. Pero lo que poco a poco hemos venido descubriendo han sido promesas incumplidas, sorpresas en la conducción de los asuntos, en el mejor de los casos, impericias y descuidos. Con lo que más nos hemos topado es que existe una muy clara generación de políticas públicas para destruir todo lo que provenga del pasado, para crear instrumentos de adhesión política, para dar pequeñas cantidades de dinero a millones de personas que se encuentran en condiciones de pobreza, no para que se superen, sino para que se acostumbren a recibirlas y nunca “aprendan a pescar” pero sí “aprendan a seguir y obedecer”.
Algunos ya piensan en emigrar, tomando la oportunidad que nos da el ser vecinos de los Estados Unidos, aprovechándose de lasos familiares y, los más ricos, de inversiones realizadas que les permitan, digamos, “comprar” su entrada a dicho país.
Pero la inmensa mayoría aguarda estoicamente aguantar lo que venga, esperando que “alguien más” los apoye a superar lo que por desgracia se avecina. Ese apoyo no vendrá más que de nosotros mismos.
Debemos hacer conciencia de que estamos en el mejor momento, no de deshacernos de un nuevo régimen, sino de hacer que el mismo se modere y se concentre en desarrollar una constante interacción con la clase dirigente para arreglar los múltiples problemas que aquejan al país.
Mucha gente dirá que esto es imposible, que es un sueño guajiro, quizás lo sea, pero lo que sí es seguro, es que si no hacemos nada, el resultado será que nos conduciremos hacia un país autocrático, de partido único, en donde tarde que temprano caeremos en otra mafia del poder que no tenga contención alguna, que lleve a nuestro país a perder los atractivos que ha tenido para las oportunidades de entrada de capitales e intensos influjos de inversión privada nacional, para convertirse en un país que continúe expulsando talentos, pero ahora a una velocidad vertiginosa, hasta que se generen crisis recurrentes que haga que todos perdamos, principalmente los pobres.
Tenemos una pequeña ventana de oportunidad para generar esta resistencia, si no la hacemos en estos primeros tres años en donde se renovará la Cámara de Diputados y muchos gobiernos estatales y municipales, la vamos quizás a perder en el corto plazo con consecuencias catastróficas.
Si desarrollamos estrategias de contención a los cambios que se están haciendo, impulsando las auténticas transformaciones necesarias que generen acciones de gobierno adecuadas, no hacia el control político sino hacia hacer lo necesario para fortalecer políticas públicas que generen orden institucional y certeza en el emprendimiento, estructuración adecuada en la educación, estrategias de seguridad y justicia que nos lleven a que regresen las inversiones que generan empleo y tiendan al bien común, podremos verdaderamente rescatar nuestra democracia y regresar al balance de poder generando un orden sustentando en instituciones fuertes y serias.