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NÚMERO CERO/ EXCELSIOR

El avance imparable de la cuarta “ola” de covid vuelve a poner el foco en el falso dilema de proteger la economía o la salud pública con políticas de confinamiento. Las decisiones son cada vez más complejas para el gobierno porque el país afronta la peor escalada de contagios de toda la pandemia, a la vez que una recuperación amenazada por la desaceleración y el meteoro de la inflación. De cualquier forma, tiene tomada la decisión de privilegiar la primera por considerar que nadie aguantaría regresar al aislamiento como forma de frenar una enfermedad que, además, parece que llegó para quedarse.

El gobierno no planea hacer ajustes a la estrategia anticovid, pese a que la velocidad de propagación de ómicron implique retos diferentes a las cepas anteriores. Su menor letalidad le permite recuperar la idea de la inmunidad de rebaño con que ha coqueteado en la crisis sanitaria, además, ahora, con 80 millones de vacunados, más las resistencias de los que ya se han infectado. En su agenda no se aprecia ninguna valoración de cómo enfrentar esta nueva etapa que, sin embargo, puede volver a poner contra la pared el sistema de salud por la acumulación de contagios y la demanda explosiva de atención médica. Es un error considerar la nueva cepa como una gripa y minimizar el riesgo de saturación de la red sanitaria.

El semáforo de la CDMX, por ejemplo, permanece en verde, a pesar del alto nivel de contagio, porque un indicador básico para actualizarlo es la ocupación de camas con ventilador y en unidades de terapia intensiva, pero sin tomar en cuenta la saturación de otras áreas de consultas, urgencias y servicios de primer y segundo nivel de atención de salud. Muchas de ellas ya están a tope. Que se reduzca el porcentaje de contagios graves no significa que la estrategia de mitigación deje de suponer un alto costo de vidas humanas y también un fuerte impacto económico, al poner, otra vez, en jaque el sistema de salud.

Por esa razón, nuevamente, el dilema entre economía y salud pública no tendría que limitarse a dos alternativas que, por lo general, omiten opciones razonables sin argumentar la exclusión. Esta semana, tres estados regresaron al semáforo de “alto riesgo” y otros diez al de “moderado”, a causa fundamentalmente del crecimiento exponencial de contagios. El gobierno federal ha desestimado correcciones al plan anticovid para evitar que la escalada de “positivos” termine por rebasar el sistema de salud. Esto es lo que tratan de evitar Tamaulipas o Baja California con una mayor supresión de actividades, al llegar a registrar más de 1,000 nuevos casos diarios.

Lo cierto es que la economía tampoco es inmune a la fuerte propagación, que se traduce en ausentismo laboral y más desabasto de insumos. Y sin programas de ayuda para que la industria o los servicios puedan capotear el nuevo temporal. Pero, sobre todo, sin que la estrategia de mitigación parezca ayudar a revertir la baja en la expectativa de crecimiento para 2022 ni lograr contener la preocupación sanitaria por un virus que nos acompañará a lo largo del año. Ésta es otra razón para ajustar el plan, por ejemplo, ampliando el alcance de la población vacunada, pruebas en fronteras y aeropuertos o escalonamiento de horarios laborales para reducir la población presencial en empleos y oficinas.

Los nuevos desafíos de la pandemia obligarían a revisar las estrategias sanitarias, aunque siga agilizándose la vacunación que, como acierto del gobierno, ha logrado extenderse a cerca del 60% de la población. No obstante que la exclusión de menores de 15 años de la vacuna preserva bolsones endémicos de contagios que nos harán convivir con el virus mucho más tiempo del que nunca hubiéramos querido.

El discurso gubernamental apela a mantener la calma, pero no se abre a la discusión de nuevas medidas de salud pública si tocan la economía. Es comprensible su preocupación, pero no cerrar el debate a falsas oposiciones o dicotomías. El análisis no es resignarse a la realidad, sino activar la imaginación para hacer nuevas propuestas y correcciones. La salud pública lo requiere tras cruzar el umbral de 300,000 muertes por covid; también la economía, en un país en que la reactivación es de las más débiles de los países emergentes.