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El patio de la Organización de Estados Americanos en Washington, hace cuarenta años o algo así, tenía similitud con la escenografía de Hollywood cuando Carmen Miranda falsificaba en una película de ambiente tropical latinoamericano, y ayudaba al imperio a crear la falsedad visual de ese mundo tan exótico ubicado “south of the border”. Shit holes, les llamaba Trump, nuestro amigo (la traducción la hace usted).
Y para quienes lo ignoren, Carmen Miranda, una actriz guapa, guapa, se exhibía en el cine con un pañolón en la cabeza cubierta de frutas (bananos y piñas); una falda chillona y una sonrisa de “beautiful señorrita”.
Dicho eso regresemos a la OEA.
Tenía un patio central y se parecía, a pesar de su mala inspiración, al edificio de gobierno de la ciudad de Guatemala. Con todo y las falsas grecas del hotel Princess de Acapulco. Era una arquitectura del perjuicio. Y en cada esquina del cuadro, con arcadas, había una jaula enorme y cada una de esas prisiones para pajarracos, se mecía aburrida una guacamaya. O un papagayo.
–Así nos ven, me dijo con una pícara sonrisa el gran diplomático mexicano, Don Rafael de la Colina.
Hoy, por ventura de las nuevas doctrinas sociales de América Latina, ya no hay necesidad de reunirse en la OEA. Hoy se pueden hacer cumbres (no muy altas, por cierto), entre países iberoamericanos y caribeños, para lograr –o para no lograr nada, sólo palabras–, algo de enorme importancia: analizar el fenómeno migratorio en los países de este continente, sin la intervención más importante: el país de destino de toda esa marea humana: los Estados Unidos, a quien cuando más, se le pide dinero para el desarrollo terapéutico de la migraña migratoria.
Pero si la rimbombancia sustituye en nuestros países a la eficacia, no es problema de las economías subdesarrolladas. Es característica.
El presidente de México ha dicho una y otra vez: debemos atacar las causas del desplazamiento: miseria, desigualdad, desempleo, falta de oportunidades, ignorancia, injusticia y demás. Y es verdad.
Pero si esas circunstancias existen de manera inherente y crónica, acumuladas por siglos y agudizadas, entre otras razones, por la explosión demográfica de la región, no será la siembra de arbolitos en El Salvador o Guatemala cómo se salga del atolladero.
Tan inútil resultó el programa que los presidentes de Guatemala y El Salvador ni siquiera se tomaron la molestia de venir a Palenque a mirar la hermosa pirámide y la tumba de Pakal. Parece cosa de risa, invitar a los hondureños y guatemaltecos a un “tour” por Chiapas, como si no conocieran Petén o Tikal.
Pero en el asunto político la rimbombancia se alza con argentina voz:
“(Acordamos) exhortar a que los países de origen, tránsito y destino implementen políticas migratorias integrales que respeten el derecho humano a migrar, resguardando la vida y dignidad de las personas migrantes y sus familiares, e incluyendo la promoción de opciones de regularización permanente…”, dijo la señora secretaria de Relaciones Exteriores, Alicia Bárcena quien se siente en ese pastoso mundo de las declaraciones sonoras, como mojarra en el río.
Y nuestro humanitario señor presidente dijo:
“…El Encuentro de Palenque, por una vecindad fraterna y con bienestar, es una convocatoria a (PARA), sumar esfuerzos, voluntades y recursos para atender las causas del fenómeno migratorio. Se trata de un asunto humanitario en el que tenemos que trabajar unidos. Presidenta, presidentes y primer ministro: cuenten con nuestra cooperación en todo lo que se necesite”
En todo esto sobresale una frase: “la promoción de opciones de regularización permanente”.
Esa regularización tiene un significado no explicado:
¿Significa nacionalización, visado laboral, permiso de tránsito; empleo temporal?, ¿asilo?
No se dice claramente. Pero suena bonito. Falta traducirlo para los gringos.