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Para comenzar un poco a contracorriente del entusiasmo mundialista digamos algo real: México no va a organizar la Copa del Mundo por tercera vez en la historia deportiva. Esta edición del torneo de la Federación Internacional de Futbol Asociación, (FIFA), será norteamericana: no mexicana.

La página de la FIFA es clara: tres países y hasta tres “mascotas”: “Maple” (Arce), un alce canadiense; “Clutch”, el águila calva de los estadunidenses y “Zayu” un jaguar de las selvas mexicanas (antes del Tren Maya, claro).

Pero si esto fuera un marcador deportivo los mexicanos una vez más quedaríamos eliminados. Gozaremos la inauguración de un estadio renovado, pero solamente habrá en nuestro territorio 13 de los 104. Entonces, ¿de quién es el mundial? Pues como el Nafta (TLC) o el Temec: es tripartito, pero por encima de todo esto, es de la FIFA.

¿Y además del entretenimiento por televisión –consumo de publicidad y chatarra tan condenadas por el gobierno–, el torneo internacional propicia el deporte o la salud? No lo creo.

Hace años Alfred Julius Ayer, pensador oxfordiano cuya obra “La filosofía del siglo XX” es imprescindible, se tomó tiempo para escribir de futbol. O, mejor dicho, del torneo internacional FIFA y dijo simplemente esto:

“¿La Copa del Mundo promueve la causa del fútbol? Me inclino a dudarlo. Es cierto que es vista por televisión por un vasto número de personas, incluyendo a muchos que normalmente no se interesan por el juego; pero esta es primariamente una manifestación del nacionalismo, y el nacionalismo es uno de los males de nuestro tiempo”.

Visto lo visto, sólo queda preguntarse por qué el gobierno del Humanismo Mexicano se ha aliado –al menos en la promoción–, con las instituciones privadas más neoliberales del neoliberalismo –el oligopolio digital, las refresqueras tan combatidas, el sistema bancario capitalista y una entidad tan desacreditada y corrupta como la FIFA–, para inflar el jolgorio mundialista cuando ni le va ni le viene o no le debería ir y mucho menos venir, excepto para pintarlo de moreno guinda en el catálogo de sus atractivos populistas en la permanente fórmula del pan y el circo.

Hoy será pelota y circo. El pan, puede esperar porque para eso se hicieron la feria del frijol y la consagración litúrgica del maíz.

“¿Qué queremos hacer con el Mundial, además obviamente de apoyar a nuestra Selección –dijo nuestra presidenta (con A) — desearle la mejor de las suertes y estar siempre cerca, todas y todos los mexicanos? Que el fútbol sea una fiesta en todos lados y que, además, deje un legado.

“¿Qué legado puede dejar el fútbol?, se preguntó. La importancia de hacer deporte. El que haya canchas en distintos lugares del país…

“…que haya torneos permanentes de futbol de niños, de niñas, en las escuelas… que haya canteras —así le dicen en los Pumas— semilleros de fútbol para niños, para niñas, en todo el país es un legado que podemos dejar, más allá de los partidos de nuestra Selección y del propio Mundial.

“Lo importante es que quede un legado deportivo en nuestro país que sea más allá de la propia competencia, sino el jugar en equipo en todas las escuelas y en todos los lugares”.

Suena lindo, pero si con dos mundiales completos organizados aquí por la FIFA Y Televisa (70 y 86), más el primer campeonato femenino después del primero, no hemos avanzado un milímetro en la práctica deportiva, pues ahora tampoco se va a conseguir algo digno de memoria, como no sea el perpetuo recuerdo de los fracasos verdes.

Y en cuanto a las becas futboleras pues se les debe poner un nombre inolvidable: nada de Beca Hugo Sánchez o Rafael Márquez; no, “Beca ‘Jamaicón’ Villegas”.

Mientras tanto yo, como dijo Efraín Huerta, viviré hasta mediados del próximo año para beberme a gusto la copa del mundo.