NÚMERO CERO/ EXCELSIOR
El mensaje de las urnas fue limitar la concentración de poder del Presidente y obligarlo a acordar con la pluralidad de partidos en el Congreso, pero también ampliar su poder territorial y consolidar a Morena como fuerza nacional. La oposición celebra como si el freno se tradujera en percepción de derrota en una batalla por el poder simbólico entre dos proyectos contrapuestos que chocaron en elección. Pero López Obrador conserva suficientes “canicas” para burlar el acotamiento con negociaciones pragmáticas que, sin embargo, tendrían costos para su capital simbólico y del discurso de confrontación con los viejos partidos.
La elección tiene muchas lecturas, por ser la más grande que se celebra en el país y porque López Obrador la convirtió en referéndum de su gobierno, no obstante que también obedeció a lógicas locales. El voto diferenciado visibilizó la fragmentación de las preferencias en las metrópolis y la sanción de las clases medias al proyecto de la 4T, que, por otro lado, fue refrendado en la mayoría de los estados. Nadie podría decir que las cosas quedaron como estaban, aunque los reequilibrios no amenazan el control político del Presidente, incluso sin alcanzar la ambicionada mayoría calificada en el Congreso para sus reformas. La elección enseña que el ejercicio del poder político no depende únicamente de la traducción de votos en escaños, sino de las señales de las urnas y las respuestas a sus significados.
La disputa por construir el relato del triunfo ha sido tan importante como los réditos de las votaciones. Hubo una participación histórica no vista desde 1997, en que el PRI perdió la mayoría absoluta en el Congreso y marcó su salida del poder en el 2000. Con aquel referente en el imaginario del último partido hegemónico en el país, la batalla más importante se ha centrado en ganar la percepción de que López Obrador es derrotable en el terreno de las urnas, en que parece imbatible desde su triunfo arrasador de 2018. La posibilidad de que esa narrativa se imponga le afecta porque resta capital simbólico y lo hace aparecer vulnerable. Aunque, en los hechos, Morena se mantenga como la primera fuerza política del país y pueda negociar en el Congreso la amplitud de la mayoría que no le dieron las urnas. Mucho más difícil sería revertir la idea de que los comicios marcan el fin de su poder en ascenso si la oposición logra posicionar sus débiles avances electorales.
También para la oposición la batalla por la percepción es vital para levantarse de la derrota de 2018 y, sobre todo, convencer del beneficio de mantener la alianza legislativa, a pesar de que no tiene una agenda común ni ha logrado construir un proyecto alternativo. Por ello la urgencia presidencial de ahuyentar la sensación de pérdida que recorrió a su partido por la sorpresa del mayor revés en la CDMX y el debilitamiento en el Congreso. Enseguida acusó recibo del mensaje sobre ese riesgo para el respaldo a su proyecto en la aprobación popular y el margen de maniobra para conducir su sucesión. Si su intervención en la campaña fue clave para Morena, el discurso del triunfo presidencial con el avance en 11 gubernaturas y la relativización del retroceso en el Congreso volvió a llenar espacios que Morena dejó vacíos en el contacto con la gente y reforzó la concentración del poder simbólico en el Presidente, a pesar de la mayor pluralidad del poder político.
Su respuesta a las urnas fue doblar la apuesta con la apertura a una alianza con el PRI en el Congreso, que significaría una derrota para la alianza opositora, a pesar del logro de frenar el poder presidencial. De darse, el costo para su capital simbólico será depender de un partido bisagra que se vende al mejor postor, como el PVEM, y revivir una alianza con otro, al que señala como corrupto en su estrategia de polarización con el pasado.
Aun así, la presión de una sociedad que se expresó masivamente en las urnas por impedir que el Presidente se sienta libre de actuar sólo por su cuenta será un obstáculo al pragmatismo para las nuevas condiciones que enfrenta su gobierno. El mensaje simbólico de las urnas es un disuasivo para los partidos que teman rendir cuentas a la ciudadanía por sus acciones en la batalla hacia 2024.