Número Cero/ EXCELSIOR
La radicalización produce ceguera. Hacia las elecciones de 2021 coloca al país en una ruta política de polarización impermeable, en la que dejan de penetrar ideas o razones ajenas a una confrontación que se reduce a la captura del poder de oposiciones que no vieron pasar el castigo en 2018 y sólo apuestan a sumar a sus electores para recuperarlo. Y la defensa del gobierno de su proyecto, que ve en cualquier crítica una operación de acoso y derribo para preservar intereses y privilegios.
La primera baja en este “campo de batalla” es el centro político como valor contra el extremismo y de la moderación como lugar para advertir de la responsabilidad de tener ojos cuando otros los pierden frente a un choque de trenes. El debate se vuelve hermético como la pandemia de la “ceguera blanca” de Saramago con la personalización de la información en cámaras de eco de redes sociales. Y se pierde el “contacto” político no sólo para pelear, sino para tocar, ver y sentir, desde otra perspectiva, a millones de golpeados por la destrucción económica y la tragedia de la covid. El país se desplaza a ciegas, pero no sólo por el peligro autoritario, sino por la polarización impenetrable.
Es posible que la sociedad esté menos polarizada de lo que se piensa, pero la clase política mucho más de lo que se quisiera creer. Está dispuesta a engañarse para sobrevivir y mentir para influir. En ese contexto, se firmó la coalición Va por México, que marca la salida rumbo a las elecciones de 2021 con una alianza inédita de los grandes partidos tradicionales contra López Obrador. El pacto del PAN, el PRI y el PRD no construye un proyecto ni imágenes de futuro como se esperaría de un proyecto que quiere hacerse del poder. Se limita a concebirlo como un lugar para disputar intereses y escenificar el conflicto político en un estar con la institucionalidad democrática o con el Presidente, en una especie de referéndum de su gobierno.
La oposición desplazada en 2018 del dominio del juego político trata de subsanar la falta de rumbo con la justificación de la unidad como último recurso para “salvar a México” de la pendiente autoritaria. Sus impulsores dicen que no está hecha para derrotar a nadie, pero su punto en común es arrebatar el Congreso a la 4T para recuperar un sistema de contrapesos que en el pasado tampoco sirvió para impedir la militarización de la seguridad, controlar la corrupción y revertir la desigualdad. El restablecimiento del orden institucional depende de unir fuerzas en 180 de los 300 distritos electorales con candidaturas comunes para ganar la mayoría legislativa, pero la falta de alternativa los hace vulnerables a la crítica radical del Presidente de sólo añorar el poder del pasado y buscar proteger sus intereses.
La unificación de la oposición es un desafío para Morena y su coalición, también pragmática, con el PT y el PVEM, que forman parte de los mismos arreglos de intereses cupulares con que descalifica a los de Va por México. Pero, sobre todo, la reducción de la pluralidad política en un bipartidismo artificial que borra el centro político necesario para evitar que crezca la incapacidad de los liderazgos políticos de percibir las horas oscuras por las que cruza el país. Su desaparición da paso a la ceguera política para resolver conflictos y encapsula las soluciones en el hermetismo de los extremos. Es en esa oscuridad donde cabe engañar con datos de la pandemia o su distorsión, como el “error de diciembre” de la 4T, la manipulación de la alianza opositora como el enemigo de los pobres (“buscan quitarles su dinero”) o el manejo de la pandemia como “agravio imperdonable” del gobierno.
Con frecuencia, una crisis económica deja polarización por la pérdida de confianza hacia la clase política. El centro suele juzgarse como una posición “oportunista” por esconder posiciones ideológicas que no se atreve a confesar. Pero, en más de un sentido, la radicalidad es un freno para las apuestas políticas que refuerzan la cohesión social a través del diálogo y el solidarismo. La desigualdad genera polarización, pero no se reduce sólo con la articulación de mayorías y minorías en el Congreso. Se requieren acciones de “efecto contacto” para abrir el diálogo y los consensos en un espacio de acuerdo como el del centro.