En mi primera Columna del mes de noviembre escribí sobre la conversación de “golpe de Estado” irresponsablemente iniciada por el presidente. También he escrito sobre el maniqueísmo político que fuertemente promueve AMLO.
He estado repasando las redes sociales a partir del asilo “humanitario” que AMLO promovió en favor de Evo Morales y las reacciones que ha generado; por un lado, la condena de muchos al hecho de que nuestra administración federal es algo selectiva respecto de a quienes concede asilo y, por el otro lado, las que consideran a Evo como una víctima de un golpe de Estado.
Considero que es sumamente fuerte en las redes sociales, la conversación relativa a que se está tramando en México un golpe de Estado para dimitir al presidente.
Toda esta tendencia es de suma preocupación, porque parece ser que en la medida en que fracasa nuestro gobierno federal en el combate al crimen organizado y bajar los índices de violencia, así como lo relativo al desarrollo económico con nulo crecimiento con tendencias claras hacia una recesión, se incrementan las acciones políticas de AMLO hacia la polarización del país.
Me queda claro, que esto no es más que una estrategia para fortalecer y radicalizar a los millones de ciudadanos que incondicionalmente apoyan a AMLO, para contrarrestar las consecuencias del mal desempeño de gobierno, generando cada día más un gran encono dirigido hacia las personas que consideran que el nuevo régimen no está dando resultados.
Estimo que la polarización de una nación es el camino más seguro para generar un ambiente no propicio a la democracia y para generar tendencias hacia el autoritarismo. Es realmente patético ver al presidente cómo cada día radicaliza más sus críticas a los “neoliberales”, y particularmente a los presidentes Fox y Calderón, abriéndose aún más las suspicacias relativas a un supuesto pacto de impunidad hecho con Peña Nieto, cuando rara vez se refiere a él y a la estela de corrupción que su gobierno dejó.
Si queremos tener un país próspero que genere oportunidades de desarrollo humano, no lo vamos a lograr repartiendo dinero sin ton ni son y generando odio de clases y odios raciales, así como enconos históricos, sino más bien, viendo hacia el futuro para que los mexicanos trabajemos mano a mano en el logro de la prosperidad del país, con un gobierno que impulse la solidaridad y el trabajo conjunto de los mexicanos, cuidando el respeto de la ley y el orden y persiguiendo de una manera eficaz a los delincuentes, sean estos de cuello blanco o asesinos y violadores.
Hay que recordar con buenos ojos al México que tuvimos en paz durante muchos años en donde uno podía visitar cualquier lugar de la República o área de cualquier ciudad y había respeto a la vida, al orden y uno no temía por su integridad personal ni patrimonial. Sí, en efecto, en esas épocas México crecía con celeridad, pero esa no era la característica principal para que esa paz existiera, sino que teníamos una educación bien fundada en el “portarse bien”, a eso se le llama ética, y no existían altos índices de impunidad.
Esto no quiere decir que no se reconozca que en el pasado ha habido injusticias y abusos de los poderosos hacia las clases trabajadoras y hacia los pobres.
Pero, si López Obrador quiere ser el gran líder que impulsó a una gran mayoría electoral que cree en él, debe de comprender que engendrar odio, polarizando a la población, no debe ser el nombre del juego. Debe de entender que el polarizar se contradice con su discurso de amor y abrazos no balazos. Es posible que el presidente se de cuenta que esto es un grave error que puede llevar a México al desastre. Una nación jamás podrá prosperar si su población se divide en odios, enconos, temores, desconfianzas, engaños, esperando traiciones y acciones violentas de todos. El mayor desastre que puede haber en una comunidad humana es en la que la confianza al semejante desaparece.