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La muy difusa y perversa argumentación sobre la “violencia política de género” como preámbulo de censura e inquisición ha sido recientemente utilizada para respaldar mediocridades, dependencias y hasta encubrir delitos, como hemos visto en Acapulco, Ciudad Victoria, Tamaulipas, Campeche y otros lugares.

Con simplona y maligna recurrencia cualquier fémina –así sea idiota, lerda de nacimiento o escasa de biblioteca; corrupta o simplemente ambiciosa Mesalina– tiene un escudo y una espada para defenderse de cualquier agravio (real o inventado) y atacar cualquier señalamiento, crítica o comentario inconveniente para su augusta vanidad.

Aquí se dijo hace unos días:

“Quizá sin darnos cuenta, poco a poco y siempre por el impulso de lo políticamente correcto, hemos construido –como irreflexiva sociedad arrastrada por el oportunismo político–, dos enormes y ya incontrolables monstruos.

“Uno de ellos es una figura jurídica incomprensible a la luz de la equidad y la universalidad del Derecho: la violencia política de género, aplicada sólo al sexo femenino, la cual a veces ni es política ni es genérica. El otro es la tipificación de cualquier opinión, señalamiento, denuncia o comentario público, como un delito con lo cual se justifica y aplica la censura judicial.

“En el catálogo de las grotescas realidades a dónde nos lleva la moralina mal digerida de Morena (“Morelina”) y sus consecuencias –entre ellas la supresión de la crítica, el libre pensamiento, la libertad de expresión; la divulgación y publicación de las ideas y la información en general– debemos mantener como gran ejemplo el caso de doña “DATO PROTEGIDO”, cuya ridícula historieta prueba –además– la mendaz actuación del Tribunal Electoral del Poder Judicial (por consigna), convertido en herramienta del grupo dominante”.

Tal ha sido el exceso denunciado por todas partes como para conmover hasta la palabra presidencial frente a la desmesura. La doctora Sheinbaum, nuestra bienamada presidenta (con A) se ha visto compelida a pronunciarse rotundamente sobre el profuso abuso:

“…Lo que no debe haber es, si hay un tema que no tiene nada que ver con violencia contra las mujeres, utilizar la tipificación de violencia contra la mujer frente a una posición de un periodista, de un periódico, de un medio, de una crítica informada a un político… Tenemos que ser muy claros en el País y los Tribunales Electorales cuando, en efecto, es violencia contra una mujer; cuando se está haciendo por parte de un medio, de un periodista, un ataque personal a una persona por el sólo hecho de ser mujer. Yo creo que ahí todos, no solamente el Tribunal, sino toda la sociedad, tenemos que condenar eso”.

La postura es clara: una cosa es un hecho real contra los derechos políticos de una mujer (no contra sus otras garantías tan respetables como aquella) y otra utilizar la muleta política para impedirles a otros, el ejercicio de la expresión de las ideas y la libertad de pensamiento.

Hace muchos años, Renato Leduc nos dio a todos una lección desconocida por las nuevas generaciones.

Acababa de pasar el Festival de Avándaro, una escandalosa reunión de miles de jóvenes canábicos bailando bajo la lluvia mientras grupos rockeros atronaban el bosque con infatigable estruendo, en medio de una –para entonces– libérrima y libertina manifestación cuya aparentemente orgiástica y masiva transgresión sacudió a las buenas conciencias.

Todos escribíamos de eso. Avándaro por aquí, Avándaro por allá. Artículos, columnas, editoriales en llamas.

Y en el ¡Siempre! de entonces, Renato escribió dos líneas hoy vigentes para la insistencia de la VPG (Violencia Política de Género):

“Avándaro, Avándaro, ¡qué bien chingan con Avándaro!

AMPARO.

Hace unos días aquí ofrecí datos sobre la suspensión provisional en favor del ex alcalde de Nuevo Laredo, Oscar Enrique Rivas Cuéllar, amagado por la actual autoridad municipal de esa ciudad.