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Número cero/EXCELSIOR

El debate presidencial de hoy es el primero en la historia de México protagonizado por dos mujeres que representan dos proyectos. El hito marca nuevos tiempos en la vida política cuando el país está sometido a la diseminación de células cancerígenas de diversas violencias que agujeran el tejido social. De los nuevos tiempos, lo que urge son respuestas firmes y claras de confianza en el porvenir.

México tendrá una mujer presidenta el próximo 2 de junio, que saldrá no sólo de la elección más grande en su historia, sino también de la más violenta, con casi tres decenas de políticos asesinados. La campaña es prueba fehaciente de la capacidad de los partidos de sobrellevar o ignorar la dimensión que alcanza la injerencia de grupos del crimen en todo el proceso electoral, incluso de lucrar con ella, desde la selección de candidatos hasta la oportunidad de imponerse en las urnas y el respeto del ganador. Y su correlato, en la debilidad del Estado para controlar la violencia que corroe su democracia.

Las urnas confirmarán los pronósticos de todas las encuestas, salvo que Claudia Sheinbaum tuviera una caída épica. La candidata de Morena está imantada de percepción de triunfo, que casi no se ha movido tras un mes de campaña, en que se dedicó a la movilización en recorridos por todo el país, como le recomendaría López Obrador cuando le entregó el “bastón de mando” de su movimiento; y a evitar la confrontación directa con su rival, Xóchitl Gálvez, como dicta el manual de táctica electoral, para cuidar su ventaja y evitar errores que la hagan perder puntos.

El debate tendrá poco impacto para alterar el curso de una estrategia basada en la oferta de continuidad del “segundo piso” de la 4T, con propuestas técnicamente sólidas, como se espera de un perfil científico, racionalidad política y actuar pragmático. Sheinbaum no se apartará del guion del cambio posible, con propuestas ejecutables para convencer a indecisos de clase media y decepcionados de la 4T que en 2021 le dieron la espalda en la CDMX, y guiños a la conciliación para llevar a cabo su proyecto, en un escenario de gobierno sin mayoría absoluta en el Congreso, que le abriría enormes retos a la gobernanza del país.

Frente a lo previsible, el peso de la sorpresa recae en Xóchitl, con la desventaja de ser más propensa a cometer errores, que serían fatales para su aspiración de remontar en los dos meses que restan de campaña. Los días previos, el debate se calentó con la exhibición de comportamientos racistas y clasistas de su hijo Juan Pablo, y también cometió el error de darle un cargo en su campaña, financiada con dinero público, después de denunciar a los hijos del Presidente por corrupción. Nadie se salva de la guerra sucia, pero a ella la deja vulnerable y podría minar su ánimo, aunque recibiera la solidaridad de la esposa del presidente, Beatriz Gutiérrez, quien ha sufrido estos ataques en carne propia.

El caso importa porque recuerda la animadversión que hay contra la clase política, por abusos y privilegios que tanto enojan en un país atravesado por la desigualdad, los fueros del poder y el dinero, como no se ha cansado de interpelar López Obrador. Pero, más allá de la campaña negra, la diferencia más importante entre ellas estará en la capacidad de transmitir un mensaje de confianza en el futuro a una sociedad alejada del debate público y herida por las violencias.

Y en ese punto, lo más paradójico es que la candidata del partido en el poder es la que controla la agenda de propuestas de futuro, mientras Xóchitl podría perderse en la promesa de restauración detrás de sus críticas contra López Obrador y Sheinbaum por la Línea 12, covid o el Colegio Rébsamen, quizá hasta golpes bajos reiterados como el de “las ligas” y su exmarido; un discurso de nostalgia del pasado en que extravío su campaña desde agosto.

Ésta es la razón por la que va a perder. El cambio que ofrece Xóchitl es retomar un tren que descarriló en las urnas en 2018 con la promesa, también paradójica, de restituir con los votos una democracia perdida porque una nueva coalición de poder llegó al gobierno. De recuperar el estado de cosas de 2018, al que la mayoría no quiere regresar desde que dejó de sentirse representada por ella hace seis años.