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Como televidente no me gustaba –en tiempos recientes– el estilo de Azucena Uresti en su noticiario nocturno de MILENIO TV. Como periodista, tampoco, pero en ambas condiciones lamento –por solidaridad gremial, principalmente–, su salida de la pantalla de esa empresa cuya bifrontalidad ahora desparece. Nada más quedará su prudencia informativa en relación con el régimen en este y el siguiente sexenio.
La salida de Azucena del espacio ya dicho coincide extrañamente con el contenido de la columna del viernes. El 19 de enero dije en relación con las presiones permanentes del gobierno actual contra los medios:
“…hoy, por primera vez en la difícil relación entre el poder y la prensa (y uso esta palabra como sinécdoque), la malquerencia y el abusivo hostigamiento desde el poder tienen un espacio permanente en la estructura de la Comunicación Social del gobierno, cuya verticalidad es tan obsesiva como su errónea intención (ni es comunicación, ni es social pero en fin): el periodismo es válido cuando se exhibe solidario con el pueblo y como el pueblo soy yo, por consecuencia me debe a mi pleitesía, obediencia, comprensión y clemencia.
“Y eso –además de ególatra–, es falso como los sofismas en el encadenamiento de las premisas de un silogismo absurdo y convenenciero…
“…Otros tiempos se acercan y no serán mejores en este sentido. La duplicación, el anunciado papel calca de la 4-T no hallará mejor desahogo de su compromiso hereditario, sino darle una vuelta más a la tuerca contra los medios (hasta los ahora alineados), como hubiera dicho Henry James.
“Y los periodistas, como especie inextinguible, estaremos aquí, aunque se nos reduzca al grafiti en las paredes o la distribución de octavillas y hojas sueltas en el Metro”.
Tal parece y el hostigamiento harta. Hasta Jorge Volpi ayer escribía, en primera persona, de lo mismo en su artículo de Reforma.
“…No me guía consigna alguna, señor Presidente (de eso lo acusó). Un escritor no busca el aplauso inmediato -como usted- para camuflar sus desaciertos. No aspiro a ser popular ni querido, sino apenas a decir la verdad, o al menos mi verdad, con honestidad y sin ninguna intención oculta. Errónea o cierta, mi opinión es rabiosamente independiente. Una vez más, de seguro no le gustará a usted, y tampoco a muchos: la disidencia es un baluarte democrático”.
La señora Uresti no escribirá en las paredes del Metro ni siquiera para honrar aquella frase genial de Paul Simon: “…los profetas escriben sus versos en las paredes del subterráneo…”. No es lo suyo.
Su especialidad son los medios electrónicos aunque hace más de veinte años, en la temprana juventud haya comenzado nada más como redactora.
Pero como lo advirtió en su despedida el viernes por la noche: hay más oportunidades.
En este caso, un nuevo espacio radiofónico importante en el horario matutino; negociación ya establecida y al parecer firmada con un contrato, cuyo compromiso fue el gran pretexto para obligarla a cerrar su ciclo (así utilizó el reiterado lugar común útil hasta para noviazgos fracasados o divorcios necesarios) y para enfrentar el momento de “las definiciones”.
Pues ya todo está –y estaba– definido.
Según se habla en los pasillos de Morelos, la gota fuera del vaso fue por una nota difundida en TV sobre la violencia en Guerrero y su desmentido en la furibunda mañanera. El señalamiento presidencial desdeñoso, sobre esa incorrecta información empujó a la conductora a confrontarse verbalmente (por radio), con el jefe del Estado.
Y las bolas de la murmuración chocaron en todas las bandas e hicieron la carambola perfecta sobre el paño de la inconformidad.
Como sea, con el pretexto más a la mano, una profesional de la información queda públicamente desplazada en medio de una evidente hostilidad política: el régimen y su prolongación, han acusado a la derecha reaccionaria de utilizar como arma política en la campaña presidencial, la violencia y el fracaso del gobierno de los abrazos para contenerla. Los muertos votan.
Es el dedo en la llaga y Azucena hundía el dedo todo el tiempo. Y lo seguirá haciendo, supongo, ahora con el agravante de una herida personal.
Por muy comedida como sea, por muy disimulada la rabia, por más y como se quieran guardar formas de educación y aparente gratitud, siempre queda en el adiós, un pozo de bilis y coraje.
Vamos a escuchar y ver, cómo viene el futuro.