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NÚMERO CERO/ EXCELSIOR

La apuesta proteccionista de EU es una estocada profunda al T-MEC con la puesta de un “muro” de cerrazón y desconfianza a la integración económica de América del Norte. Si el acuerdo logra sobrevivir, sería bajo un modelo comercial distinto al de los últimos 30 años, que desde el TLCAN amplió y multiplicó el mercado regional frente a otros bloques en el mundo. Los tiempos de la “revolución económica” de Trump son los del poder del más fuerte y la incertidumbre de rearme arancelario que, en los hechos, conforma una pared al acuerdo que hace unos años calificaba como el “mejor del mundo”, aunque también suponga cerrar el espacio a bloques económicos regionales en la nueva geopolítica mundial y la guerra comercial con China.

La última crisis en que estuvo a punto de caer la guillotina sobre 80% de las exportaciones mexicanas fue devastadora, sobre todo para mantener la apertura de fronteras. La presidenta Sheinbaum ganó un balón de oxígeno con el “acuerdo” de detener por un mes la navaja de un arancel general de 25% para ver resultados en la lucha antidroga y contener la migración; su mayor triunfo político y diplomático en el escaparate internacional, pero sin saberse qué más pudo ceder para disuadirlo, además de sellar la frontera con 10 mil militares al trasiego de fentanilo y migración ilegal.

La eliminación del T-MEC, como en un Juego del calamar, sería un golpe durísimo para la economía mexicana, que en tres décadas multiplicó su comercio con EU y hoy representa 466 mil millones de dólares. Sheinbaum no quiere ni pensar en lo que sucedería si al terminar el plazo de gracia toma forma una política comercial proteccionista que conduciría al país a la recesión. Confiamos en que los aranceles queden “pausados permanentemente”, dijo en el marco del aniversario de la Constitución con una arenga en retórica nacionalista para cerrar filas contra ese tsunami. Pero los planes de Trump con el déficit comercial con sus socios y otros países pueden ser de mayor alcance que sólo arrancar concesiones o sacar ventajas de blandir tarifas para justificar su nueva guerra contra el narco o colocar a la migración como “cabeza de turco” de sus promesas electorales supremacistas y racistas, y preparar el terreno para adelantar una negociación del tratado, como ya ha advertido Ebrard, como parte de una política más amplia con la que empuja al mundo hacia una guerra comercial.

La visión del gobierno mexicano ha evolucionado desde el moderado optimismo de una revisión un poco más ríspida del T-MEC que cuando se negoció hace seis años; hasta una más pesimista por la reapertura profunda del acuerdo. El republicano quiere cambiar las reglas del juego para revertir su déficit con el alegato simplista de que es un subsidio que perjudica a su país. Por eso es remoto que se satisfaga con un acuerdo para frenar la migración, incluso mayor injerencia en el combate a los cárteles; algo que podría haber arrancado con sus acusaciones al gobierno mexicano de “alianza intolerable” con el crimen.

Todo apunta a que la “pausa” supondrá abrir la renegociación del T-MEC programada hasta 2026. El “acuerdo” que anunció Sheinbaum para detener in extremis los aranceles es el tablero negociación para cambiar los términos del intercambio comercial bajo la idea “trumpista” de que el acceso al mercado estadunidense es un “privilegio” por el que hasta sus socios deben pagar o las empresas llevar su producción a Estados Unidos si quieren evitar gravámenes. No es casual que los encargados de liderar el primer contacto de alto nivel sean el secretario de Estado, Marco Rubio; de Comercio, Howard Lutnick, y del Tesoro, Scott Bessent, no los responsables de salud pública o inmigración. Los mensajes sobre las pretensiones comerciales de Trump son cada vez más claros. El gobierno de Sheinbaum trata de pertrecharse en el Plan México y destacar la fortaleza de la economía del país y alcanzar una meta sexenal ambiciosa de inversiones por 270 mil millones de dólares; a la vez que se prepara para enfrentar el proteccionismo con un programa de sustitución de importaciones que privilegie lo “hecho en México” y sustituya los abastecimientos de China.

Pero un T-MEC cerrado por derribo es un escenario difícil de recomponer a lo largo de un sexenio porque encadenar la economía mexicana a la estadunidense ha sido la principal apuesta de todos los gobiernos de las últimas tres décadas.