Número cero/ EXCELSIOR
La posición de López Obrador frente a la Cumbre de las Américas es un reflejo de cambios en la relación con EU por el trastorno de la geopolítica mundial. Condicionar su asistencia nunca ha abierto peligro de ruptura, pero tampoco representa una nueva etapa histórica de diálogo entre iguales con Biden.
Las exigencias expresan la dependencia de sus agendas internas en asuntos clave, como la migración o las cadenas productivas, y la conveniencia del intercambio, al margen del lenguaje moral o principista de la política exterior.
Pero la tensión sobre la cumbre muestra, sobre todo, la debilidad interna de Biden. Por ejemplo, el fracaso de la continuidad de la política de contención frente a la crisis migratoria lo ha dejado a expensas de su vecino, que desde la era de Trump apoya a EU para mantener el cerco a los migrantes de la región. Es un asunto muy delicado para su aspiración de retener el Congreso en 2022 porque impacta la actividad cotidiana bilateral, como el abastecimiento de las tiendas de conveniencia de 24 horas, mientras se desborda la violencia supremacista y los sentimientos antiinmigrantes en su país.
No es lo único que ha cambiado la geopolítica, otro ejemplo es su acercamiento con Venezuela para controlar el mercado energético por la guerra en Ucrania, a pesar de considerarla una dictadura y, por tanto, no invitarla a la cumbre junto con Cuba y Nicaragua, motivo del desacuerdo con México.
Biden tendrá que dar una respuesta pronto, pero no puede permitirse que la cumbre fracase y de ahí su esfuerzo denodado por superar las reticencias de su vecino. López Obrador trata de capitalizar una posición estratégica para fortalecer su agenda interna en temas espinosos, como el papel que ha jugado México en la contención migratoria, el cuestionamiento a su política energética o la tensión por la inseguridad en la frontera. Así como anclar su liderazgo regional como referente de interlocución con EU y la promoción de sus programas sociales. Ambos subordinan la relación bilateral a sus propias agendas, aunque eso no resuelva problemas comunes.
Al contrario, un acuerdo migratorio que significara una nueva etapa histórica se desdibuja en negociaciones en un teléfono descompuesto, aunque no puedan soslayar el fracaso que implica el aumento de 90% de detenciones en la frontera respecto a 2021. La cumbre podría ser un escenario para cambiar el enfoque, al menos de corto plazo, de la migración, con visas temporales de trabajo.
EU necesita recuperar la iniciativa en éste y otros temas.
Ése es el objetivo del encuentro virtual de ayer del senador Christopher Dodd, asesor especial para la cumbre, con López Obrador, aunque mantiene la exclusión de países “que no respeten la democracia”, en respuesta a la exigencia de invitar a Cuba, Venezuela y Nicaragua. Aunque hace importantes guiños con la reducción de restricciones migratorias a Cuba y suavizar las sanciones económicas a Venezuela.
La postura de López Obrador ha ganado adeptos entre los presidentes de la región, pero no está exenta de riesgos. El primero, minar el diálogo político con Biden y dar la impresión de que apuesta por la vuelta de Trump. Y, segundo, colocar la migración en un callejón por apoyar gobiernos donde la represión y violencia son causa de la expulsión de personas. No se trata sólo de criticar el apoyo a gobiernos autoritarios, sino quitar el foco de una de las fuentes del desplazamiento en esos países. La estrategia negociadora de Biden, a diferencia de la imposición de Trump, facilita que la intensa discusión de estos días “pueda llevarse en buenos términos”, al decir de Ebrard; y hasta recibir expresiones seductoras de López Obrador, como sugerir que “Biden podría conducir las transformaciones en América”, dijo, como si pusiera una oferta en el mostrador de la tienda de conveniencia para apuntalar su sueño de que “en EU nos unamos todos”.
No hay duda de que los esfuerzos de EU por el éxito de la cumbre también evidencian la creciente importancia de la región en la dislocación de la geopolítica mundial. Es una buena noticia, aunque opacada por su prioridad en la guerra en Ucrania. Pero es una oportunidad para ganar en visibilidad y reconocimiento, aunque el cambio de actitud venga más de la utilidad y el provecho que de la necesidad de abrir una nueva etapa en la relación bilateral y con la región.