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Hace muchos años el gran Vicente Ortega Colunga, me contó esta historia:
María Félix invitó a un grupo de amigos –José Alvarado, Renato Leduc y el mismo Ortega, entre otros no registrados en el relato–, a una comilona en su finca de Catipoato, ahí en la antigua aduana de San Agustín de las Cuevas, donde tiempo atrás se había casado con Jorge Negrete, entre árboles maravillosos y jardines de ensueño.
El aroma de las cazuelas de mole con carne de guajolote era maravilloso. Por el aire los vapores del chocolate y las almendras; el ajonjolí, los chiles molidos; la dulzura y el picor. Los platillos lo eran más. Aromas y sabores, además del caldo tlalpeño.
–María; le dijo Leduc. Este mole está delicioso, pero hacen falta tortillas recién echadas…
–No te preocupes, Renato, dijo la doña. “Orita” arreglamos eso.
–¡Juana! (démosle ese nombre a la cocinera incógnita), ¡Juana!, ven…
Llegó la mujer y tras el consabido “sisiñora” recibió la orden.
–Hay que echar unas tortillas, Juana…
La empleada abrió los ojos y respondió con pasmosa tranquilidad:
—¿Ora quen con quen, siñora?
Esa anécdota, falsa o real, no importa, me vino a la cabeza cuando conocí la defección de Alejandro Murat, ex gobernador de Oaxaca (hijo del también ex gobernador de Oaxaca, José Murat) del Partido Revolucionario Institucional y su anuncio de la construcción de una “Alianza Progresista por México”.
Más allá si la dicha alianza es un proyecto o un membrete, resulta lícito preguntarse con quién va a establecer el joven Murat esa concurrencia, amalgama, trenza, mezcla o asociación de índole política.
O, mejor dicho, “quen con quen”, joven.
Ese recurso de llamarle alianza a la soledad me recuerda otro proyecto reciente: “El camino de México. A.C.”, de Marcelo Ebrard. Esa dicha rutita lo llevó al punto de partida. Fue el camino más corto jamás conocido rumbo a la sumisión y el ridículo.
“No puedo ser parte de algo que no me define como persona ni como político”, dijo Murat. Bravo.
“…Lo que menos necesita México en estos momentos es la política del miedo y del odio como estrategia electoral para ganar una elección. Al final en esta elección nos encontramos ante la disyuntiva de elegir participar entre la política del cinismo o la política de la esperanza”.
–¿Cómo dice el “slogan” de Morena?
–¡Ah!, la esperanza de México. Si, gracias.
Por desgracia los términos de tan significativo planteamiento no definen el miedo de quién a qué ni tampoco el odio de quién hacia quién, pero todo hace suponer (y nada más suponer) cuál será el siguiente paso: la adhesión abierta y ya sin antifaz, a Morena porque no queda nadie más con quien aliarse en este país, sobre todo cuando Andrés Manuel y el joven ex gobernador de Oaxaca, Murat se entendieron a las mil maravillas durante los años de construcción del canal interoceánico (sin canal, más bien una obra terrestre de conexión carretera y ferroviaria), en el cual fueron comprensivos entre sí y quizá socios políticos.
De lo demás, de sociedades con otra finalidad y naturaleza, no hay evidencias, pero sí claras suposiciones cuya veracidad el tiempo podrá conocer.
Pero como las renuncias, las adhesiones, los cambios de chamarra, los “chapulinazos”, los sapitos brinca charcos y todo eso, es asunto frecuente en estos tiempos, Adrián Rubalcava, el “brugada” de Cuajimalpa, priista (hasta ayer), se enfada por la designación de Santiago Taboada como candidato de la alianza PRI-PAN-PRD (desunida y conflictiva), y con indignado gesto y gentil compás de pies, hace mutis y se marcha del partido mentando madres.
Y como Rubalcava ya militó en todas las franquicias del oportunismo (fue Verde, fue Amarillo), pues –como les sucede a todos los dignos e indignados– nada más le queda Morena, la esperanza de México y recipiente de rencores y cesantías; renuncias y buscachambas.