Número cero/ EXCELSIOR
Los 10 aspirantes finalistas a la Rectoría de la UNAM coinciden en la urgencia de modernizar la máxima casa de estudios y en decir que la autonomía no es negociable. En los tiempos de polarización que corren, el relevo de Enrique Graue tendrá mayor oportunidad de cumplirlos, cuando menos, alineado éste con grupos y actores políticos que pretendan intervenir en su destino los próximos cuatro años.
La sucesión en marcha es una oportunidad para despejar las preocupaciones sobre la autonomía que marcan su relación con el gobierno de López Obrador, si se logra una elección independiente de cálculos que se vinculen a un proyecto político o destinada a cuidar nomenclaturas que retarden los cambios. La UNAM necesita una opción con talante de outsider que no sólo defienda, sino que también ejerza el mandato de la autonomía como representante de la conciencia crítica del país, algo en que Graue queda a deber por los tiempos difíciles con la 4T.
En su descargo, podría decirse que lo que resiste, apoya; pero no parece suficiente para conjurar las “voces que quisieran moldear a su manera la forma en la que la UNAM toma sus decisiones y se gobierna a sí misma”, como dijo al despedirse del Consejo Universitario para llamar a “rechazar intereses ajenos y ánimos desestabilizadores” en la definición del rector. La UNAM ha sido blanco de fuertes críticas presidenciales, como acusar de “derechizarse” o de “lavarse las manos como pilatos” en el plagio de la tesis de la ministra Yasmín Esquivel; aunque la tensión haya sido más “mediática que práctica”, como cree el secretario general y candidato al relevo, Leonardo Lomelí.
Y, en efecto, el subsidio federal no ha caído como con otras instituciones autónomas debilitadas por la vía presupuestal. Pero, más allá de dimes y diretes con el actual gobierno, la sucesión presidencial abre a Graue un nuevo escenario de equilibrios políticos internos y externos para retomar la dirección del proceso. Prueba de ello es que su tono inicial de alarma sobre la autonomía se diluyó a medida que se despejaron interrogantes de la oposición y Morena para 2024, y particularmente cuando el “bastón de mando” presidencial recayó en una candidata que conoce bien la universidad y sus grupos de poder internos. Por eso no es extraño que uno de los primeros fichajes de Sheinbaum sea el exrector Juan Ramón de la Fuente, lo que refleja su atención por la institución y acercamiento con sus grupos internos de poder.
En el rejuego de alianzas de la sucesión presidencial, el rector podría haber hallado espacios para recuperar la fuerza perdida con López Obrador, que lo presionaba por democracia en el relevo contra “cacicazgos” internos. Una pista de ello es que la mayoría de los 10 finalistas son de su equipo directivo, incluidos los de mayores posibilidades, la secretaria de Desarrollo Institucional, Patricia Dávila, y el propio Lomelí. Es difícil recordar a un rector con tantas fichas en su sucesión, más desde una posición defensiva con la que parecía apartarse de las turbulencias sucesorias, a pesar de quedar desprotegido. No es así, calcula dirigir el proceso en paz hasta dejar el cargo en noviembre.
Las cartas de Rectoría no son mal vistas por Sheinbaum, aunque algunos aspirantes restantes se identifican más con ella, como su excompañero del CEU Imanol Ordorika o Luis Álvarez-Icaza. Tampoco tendría mayores reticencias si se impusiera un criterio de género para llevar a una mujer por primera vez en la historia de la UNAM. Las aguas tranquilas del proceso son una travesía cómoda para ambos o, por lo menos, más tersa que la tensión con el Presidente. El silencio también es signo de cordialidad en una institución autónoma, de la que tampoco desaparece el conflicto interno.
Pero la parsimonia del proceso no es sinónimo de oportunidad para una agenda de reformas ante problemas complejos, como el fuerte crecimiento de la matrícula y la calidad de la enseñanza o la violencia de género; tampoco de autonomía. El cambio para superar los rezagos educativos necesita de un perfil capaz de colaborar con el gobierno sin alinear a la UNAM a sus intereses y de construir consensos para vencer resistencias de sus feudos. Eso requiere de alguien con independencia en la lucha entre facciones y liderazgo para ponerse al margen de ellas como un outsider que pueda sacudirla internamente. La Junta de Gobierno tiene una gran responsabilidad.