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Muy pronto, en el nuevo estilo de la liturgia política presidencial, el Ejecutivo pasará de lado al H. Congreso de la Unión (poco H, dicen algunos) y reunirá a sus fieles para reflexionar –no informar–, sobre la grandeza de sus logros y la mayor grandiosidad de sus proyectos.
O, mejor dicho, de su único proyecto: la Cuarta Transformación de la Vida Mexicana.
Para lograrlo varias cosas son necesarias.
La primera, la más importante, el reconocimiento político no de sus adversarios, sino de sus empleados y seguidores, de la existencia misma de ese periodo nonato, no como un anhelo, sino como un mecanismo vigente y en movimiento constante.
Humanismo mexicano; Revolución de las Conciencias, etc.
Eso explica la forma tan autoritaria como se ha puesto a jugar a las variables de la docilidad y el continuismo, con sus “corcholata” y corcholatos. No se trata de ungir al candidato presidencial del partido en el poder sino a un coordinador (a) de los comités de la defensa de la Cuarta Transformación.
No importa si esos comités no existen. Ya brotarán como hongos.
Así pues, la dicha continuidad requiere continuación; no construcción. No requiere planes ni programas. ¿Para qué? La ruta está trazada, el camino señalado, el sendero visible. “No hay más ruta que la nuestra, dijo Siqueiros cuando hablaba del lenguaje de la plástica revolucionaria. Y si no, Revocación del Mandato.
Por eso en el pequeño abanico de los posibles y la posible, no hay ninguna creatividad, ninguna brillo en la personalidad escondida o inexistente, solamente un afán de congraciarse con el gran conductor de masas para ver si de esa manera –bajo el disfraz de la encuesta o las encuestas– se trasmina la voluntad de un solo hombre: el gran caudillo político y (sobre todo) moral, capaz de extender su mandato de lo sexenal a lo histórico.
Por eso se habla del neo Maximato.
En el V Informe del Jefe México, el 1° de septiembre de 1928, casi dos meses después del asesinato de Álvaro Obregón, Calles “confiesa que se le ha presionado con insistencia para que continúe en su encargo, pero afirma que, por ninguna consideración, ni en ninguna circunstancia volverán a ocupar la presidencia de la República, justamente porque ha llegado la hora de hacer a menos el “continuismo” a base de un hombre”.
Como ahora, Calles también discernía entre seguidores (familia Revolucionaria) y antagonistas (reacción). Y de éstos decía:
“…A la reacción la conmina (dice Arnaldo Córdova en “La revolución en crisis, la aventura del Maximato”) a organizarse para luchar pacíficamente en defensa de sus intereses, y aun por el poder del Estado si llegara a poner de su lado a la mayoría ciudadana, pero la advierte que, si escoge otro camino, la Revolución la volvería a combatir con la violencia como hizo en el pasado.
“A la Familia Revolucionaria la insta a unificarse y organizarse en una sola fuerza como único medio de mantener su hegemonía y procurar al país un desarrollo pacífico, haciéndole ver que su desunión o su división, provocarán su debilitamiento y este su derrota frente a sus enemigos, pero haciendo hincapié en que debe transitar por la vía pacífica, absteniéndose de recurrir a la violencia pues en la violencia perderían todos, propios y extraños.”
Esa negativa en torno de los hechos violentos suena hoy tan extravagante como en aquellos días. Obregón acababa de ser asesinado supuestamente por un fanático religioso armado con una pistola. León Toral ha sido el único tirador en la historia, capaz de disparar al mismo tiempo, más de 11 balazos con tiros de frente, de costado y por la espalda.
Pero Calles impuso su poder más allá de sus días constitucionalmente asignados, para crear “el venero de toda nuestra historia política posterior” e impulso original del cardenismo. Pero esa es otra historia.