NÚMERO CERO/ EXCELSIOR
El anuncio de una nueva reforma electoral de la presidenta Claudia Sheinbaum es un reflejo de la eterna lucha inclusa por las reglas de la repartición del poder. Si se pusiera a la representación popular en el centro de la discusión, su objetivo debía ser corregir distorsiones de mayorías artificiales en el Congreso y el control de las cúpulas partidistas de las candidaturas, pero sin desaparecer a las minorías políticas.
La construcción de mayorías con fórmulas para asignar escaños en el Congreso con las famosas cláusulas de gobernabilidad ha generado falsificaciones en la representación popular. Son viejas formas de control político de las reformas del PRI antes de perder la Presidencia en el 2000, que a ningún partido interesa cambiar hasta verse afectado, como ocurrió al PRI y al PAN en 2024. En ellas pueden verse las distorsiones de la representación política a la que contribuyeron los gobiernos de la alternancia hasta sucumbir por voto masivo en las urnas; pero también salvaguardas a las minorías.
Desde la reforma que Zedillo presentó como la “definitiva” para abrir el juego político en 1997, sus sucesores han buscado dejar su huella en las reglas de la distribución del poder para fortalecer a las cúpulas partidistas; acomodar la partida con candados constitucionales que atajen su caída o que den pie a interpretaciones para inflar mayorías, como la que benefició a Morena en el Congreso en la última elección.
Las reglas de la representación popular están en el corazón de la lucha por el poder. Que es mucho más intensa cuando el cambio de gobierno no significa sólo alternancia entre partidos, como ocurrió con el PRI y el PAN, sino una sustitución de élites en una revolución política y profundos cambios institucionales que impulsa Morena desde 2018. En su sexenio, López Obrador intentó dos veces una reforma electoral, la primera no alcanzó la mayoría absoluta para aprobarse; y su “plan B” tampoco caminó por el freno del Poder Judicial en medio de la confrontación con el Ejecutivo.
La sobrerrepresentación en el Congreso ha permitido a Sheinbaum profundizar las reformas pendientes de AMLO. A diferencia de él, cuenta con los votos para hacerla sin la oposición, que tímidamente pide diálogo y consenso, aunque sin mayor propuesta ni denunciar que servirá, como anteriores, para fortalecer al partido oficial. Pero su llamado tiene poco eco en un gobierno que entiende el consenso como invitación a conciliar con camarillas de cúpulas partidistas y apuesta por una consulta popular para sustituir la legitimidad del acuerdo político; la redacción de la iniciativa estará a cargo de una comisión del gobierno creada exprofeso con allegados suyos y decididos a ejercer su fuerza, como dijo su responsable, Pablo Gómez, un viejo soldado de varias reformas electorales.
Pero la cirugía en solitario en las cavidades del poder implica riesgos si cierra el paso a la pluralidad por el rechazo, incluso, de sus aliados del Verde y del PT. Ambos partidos son un crisol de experiencias en el empréstito de siglas a candidatos de otros partidos y de sobrevivir en coaliciones de alta rentabilidad electoral; la sobrerrepresentación, en su caso, ha sido un buen negocio que estarán dispuestos a defender con sus votos, incluso con la oposición.
La reforma de Sheinbaum aún no se conoce, aunque ya anunció una consulta pública sobre financiamiento a partidos y diputados plurinominales para orientar el debate y su contenido; en la combinación de los elegidos por representación proporcional y los de mayoría relativa se cocina la sobrerrepresentación, pero también la presencia de minorías en el Congreso. ¿Cuál será la fórmula de Morena?, ambos temas fueron centrales en la propuesta de López Obrador de eliminar a los plurinominales, reducir el presupuesto de las autoridades electorales y de los partidos, en línea con la vieja demanda de bajar el costo de las elecciones, aunque arriesgue su sobrevivencia.
El cuestionamiento al INE por la elección judicial lo dejó menguado para enfrentar la reforma. También encuentra una oposición debilitada y con pocas posibilidades de resistir a una iniciativa que combata partidos millonarios y políticos enriquecidos a la luz de su imagen de privilegios, ni siquiera con la narrativa de combatir el último clavo de la dictadura. Pero han asumido una postura dialogante que al gobierno le convendría tomar en cuenta, porque una reforma sin consenso nacerá con el estigma de hacerse por y para mantener el poder, aunque se presente como el fin de la partidocracia.
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