NÚMERO CERO/ EXCELSIOR
El debate sobre la reforma electoral del presidente López Obrador está atrapado en el discurso de la ira. La radicalización no sirve a la política democrática para construir soluciones colectivas, sino para movilizar pasiones en las redes y en las calles con objetivos electorales. El mayor problema de discutirla así es que la pretensión de destruir verbalmente al adversario oculta violencia política que trata de sublimarse en actos aceptados, moral o socialmente, como implantar la “verdadera democracia”.
Lo más peligroso de la reforma no es “tocar” al INE, como repite el polo que la considera innecesaria tal si fuera un mantra. Ninguna institución en democracia es intocable, salvo que se fetichice. Desde la que se presentó como “definitiva” en 1996 han sucedido otras dos grandes reformas en 2007 y 2014. Ambas reclamadas por la oposición —incluido el obradorismo— tras denuncias de fraude electoral, aunque ahora desde el gobierno se desconocen como si nunca sirvieran a la democratización. Querer hacer tabla rasa o mezclar su contenido con problemas nacionales inaceptables, como el racismo o el clasismo.
Es una forma de violencia política para conseguir objetivos políticos. Ése es el rasgo definitorio del debate con que se disputa la autonomía de una institución que la Presidencia objeta con la denostación de todos los que no comulguen con su reforma: quienes la rechazan son hipócritas que protestan no por ser demócratas, sino por ir en contra su gobierno. Por tanto, su mayor riesgo es que la exageración de sus méritos y la descalificación generalizada sobrepasa los límites de la verdad, que es imprescindible para el consenso como las anteriores. Y si se comienza por negar la verdad, el peligro es acabar no sólo negando las razones, sino los derechos de los contrarios.
El Presidente ha llevado al paroxismo su discurso contra el INE con cientos de menciones y descalificaciones contra Lorenzo Córdova, como cabeza visible de su enfado grande y violento contra la institución. Lo defienden quienes hicieron fraude y quieren que se mantenga el régimen de corrupción, a pesar de que, con el mismo sistema electoral, alcanzó el gobierno de la CDMX, el registro de Morena, ganó la Presidencia y convirtió a su partido en la mayor fuerza política del país con 22 gubernaturas.
Para el debate esto no cuenta, la ira silencia estos hechos porque no está interesada en argumentar ni concibe la alternancia salvo a su favor. Lo que cuenta es el reclamo contra la institución de convalidar un fraude electoral en su contra en 2006 y en 2012 como el sentimiento de indignación que causó su enojo, y que es suficiente para sostener que, sin reforma, habrá fraude en 2024. Si aspiramos a una reforma, habría que reconocer que su mayor desafío no es la mentira, sino poner al margen hechos y datos objetivos en la mesa de discusión; aunque tampoco es lo que interesa, sino construir realidades que sean moralmente aceptables, como arreglar una democracia cara. Algo en lo que muchos podemos coincidir.
Por ello, la necesidad de cargar contra la marcha del próximo fin de semana convocada para “defender al INE”. La política de la ira enciende la polarización porque inhibe a los tolerantes y moderados, aunque, contra sus deseos, acabe por convencerlos de sus temores a una reforma regresiva. Con su radicalización cierra el espacio a los consensos y al apoyo que, como muestran las encuestas, tiene la propuesta de reducir el financiamiento a los partidos y al INE o las duplicidades en las instituciones electorales.
Se la pone difícil al PRI por más que lo presione para que lo acompañe en la reforma como una obligación. Y no sólo porque a la oposición no convenga perder recursos, tener menos tiempo en radio y tv o abrir la autonomía del INE al control del gobierno. También porque el contagio de la ira los suma a la polarización y les resta aceptación en franjas del electorado y en las alianzas electorales de las que depende su sobrevivencia.
Frente a la polarización, el Presidente opta por colocar la mentira en el centro del debate y programar diariamente su sección ¿Quién es quién? en la mañanera para defenderse de los ataques contra su gobierno. Pero, con ello, transmite, sobre todo, la idea de que perder la reforma puede ser un riesgo en el control de la alternancia en el poder.