NÚMERO CERO/ EXCELSIOR
La visita de López Obrador a Washington tuvo un objetivo eminentemente político de mostrar fortaleza en el diálogo bilateral tras el desencuentro diplomático por la Cumbre de las Américas y crecientes tensiones con el Congreso estadunidense. Su escenificación supone un éxito para el Presidente en esa dirección, aunque los resultados sean sólo buenos propósitos sin novedades para la agenda bilateral. Para tirios, otra oportunidad perdida, y para troyanos, una prueba de audacia retórica nacionalista frente a un gobierno debilitado como el de Biden.
El encuentro había despertado muchas expectativas por el rol del bloque regional de Norteamérica para enfrentar una recesión mundial, que amenaza con una crisis alimentaria global. Los dos gobiernos coincidieron en la necesidad de mayor integración económica a través del T-MEC como principal apuesta para pertrechar sus mercados de la inflación y la guerra comercial con China. Pero ese diagnóstico en poco coincide con sus urgencias políticas, que se imponen sobre la diplomacia como un recurso de política interna. De poco sirve analizar la visita en términos técnicos ni su falta de resultados concretos o como otro momento frustrante para la relación bilateral.
No obstante, el encuentro deja interrogantes sobre los escenarios del T-MEC en los próximos dos años que restan a los dos gobiernos antes de su primera revisión en 2026. Ninguno tiene la mirada puesta en esa fecha cuando será evaluado integralmente en materia laboral o medioambiental, ni se ve ningún esfuerzo de seguimiento a problemas de políticas públicas, normatividad o inversión. Hay un retraso en el T-MEC, se debería actuar más rápido para que lleguen, como dijo Carlos Slim, en contradicción con los anuncios de inversiones millonarias en la reunión con empresarios en Washington.
Pero ése no era el objetivo, sino las amenazas de corto plazo que socavan a sus gobiernos y que requieren triunfos políticos y acciones inmediatas para paliar la inflación. Los cinco puntos planteados por López Obrador para combatirla no parecen tomarse en cuenta, salvo acciones emergentes como la importación de leche en polvo y fertilizantes por parte de México, y de EU, financiamientos ya presupuestados sin gasto extra. Esto deja la impresión de que el pragmatismo de Biden sacó algo por el desaire de Los Ángeles. Sin embargo, en términos políticos, López Obrador fue el que más ganó por lograr lo que buscaba al conminar en público y de frente a Biden a actuar con “audacia” ante los grandes desafíos de la migración o la economía. Mostrar que toma la iniciativa ante la potencia. Su llamado a emprender acciones sin importar riesgos, como la negativa del Congreso a regularla, le granjea una narrativa épica nacionalista de cara a las reivindicaciones políticas internas y de América Latina. Por lo pronto, dar el mensaje de atreverse a defender a los migrantes en las fauces del imperio, aunque no haya más visas de trabajo y, en cambio, se comprometiera a invertir en infraestructura en la frontera.
En el comunicado conjunto se recogen propuestas para profundizar la integración, relocalizar industrias y alinear cadenas de valor y suministros, pero sin mandatos precisos de cómo hacerlo. Biden mantuvo la línea pragmática de no confrontación con López Obrador porque depende de su vecino en temas muy costosos políticamente. Esa visión refleja la desconfianza entre dos socios que cuidan más sus ganancias que el éxito en común de su principal apuesta económica y comercial con el T-MEC. Por eso, el tratado tiene un desarrollo incierto. Por un lado, entre crecientes tensiones con el Capitolio y controversias por violaciones al acuerdo comercial, como enseñaron las críticas de demócratas y republicanos, aprovechando la reunión, para denunciar la erosión de la democracia en México, el asesinato de periodistas y la falta de seguridad para inversiones. Y, por otro, la inevitable obligación de entendimiento de dos de las economías más integradas del mundo y con una suerte común en la reconfiguración de bloques regionales.
Entre la épica nacionalista de uno y el pragmatismo del otro, la dinámica de sacar ventaja a corto plazo o supeditar la relación a los intereses cambiantes de la política interna es el mayor obstáculo para esa integración sólida y productiva que defiende en los discursos. Y que en el largo plazo sería políticamente más rentable que los triunfos coyunturales.