NÚMERO CERO/ EXCELSIOR
El costo del “balón de oxígeno” de la prórroga comercial de Donald Trump es apuntalar el derribo de barreras no arancelarias para acceder a áreas económicas protegidas y cerrar flancos a precursores de la violencia en la frontera. Un precio alto por abrir la puerta a la pretensión de su gobierno a una mayor injerencia en asuntos internos de México en migración y seguridad.
Si la fórmula de la relación bilateral con Joe Biden era cooperación a cambio de no meterse en la política interna, Trump cambio los términos por el objetivo de intervenir en asuntos domésticos relacionados con la seguridad en la frontera bajo la amenaza de “guerra comercial”. En el control de esa línea, por donde se intercambian más de 800 mil mdd anuales en mercancías, cruzan drogas y armas, para matar allá con fentanilo y acá por violencia, está la “complejidad” con que justifica el trato preferencial a México; y que Claudia Sheinbaum califica como el “mejor acuerdo posible”.
El deal es un éxito para Sheinbaum. Pero también la coloca en situación difícil en virtud de que la política de EU hacia México altera los equilibrios al interior de la coalición gobernante de Morena; las posibles concesiones detrás de la ganancia que se adjudica Trump con la ambigua frase de eliminar cerrojos no arancelarios genera zozobra e incertidumbre sobre el alcance del acuerdo comercial y de seguridad. ¿Incluirá acceso a zonas protegidas como el litio, mercado laboral u otros sectores económicos y patentes? ¿La injerencia en temas internos se restringirá a la frontera o se extenderá como amenaza a acciones directas contra cárteles?
El anuncio de la prórroga de aranceles adicionales de 30% se acompañó de otro sobre la inminente firma de un acuerdo de seguridad, en el que todo mundo ve la marca de las prioridades de Trump contra la inmigración y su deseo de borrar a los cárteles de la faz de la tierra, como declarara su zar fronterizo, Tom Homan; tanto como sus reclamos y veladas amenazas al gobierno mexicano de estar “petrificado” frente a los cárteles y sus nexos con la política, para empujar acciones de mayor calado. La normalización de la relación con México en el nuevo orden comercial que Trump impone al mundo pasa hasta ahora por la línea telefónica con Sheinbaum. En la soledad de sus llamadas se ha rebajado la amenaza arancelaria o de acabar con el T-MEC; la Presidenta cree que ya están superadas, aunque se anticipa una dura negociación. Pero la estabilidad interna no se resuelve en el teléfono rojo de la Casa Blanca, aunque su respaldo sea un factor determinante contra las resistencias a su lucha anticrimen al encuadrarse como un asunto bilateral por la responsabilidad de ambos en el tráfico de drogas o el negocio millonario del huachicol a través de la frontera; que alimenta la operación de los cárteles e involucra a políticos, y que ahora la oposición amenaza ir a denunciar a EU.
Ese nuevo esquema coloca a la Presidenta en un terreno complicado entre las presiones de Trump por el control del mercado del crimen y los escándalos que afectan a los hombres fuertes de Morena en estados bajo su dominio en Tabasco y Chiapas; con casos graves como el senador de Morena Adán Augusto López y su exsecretario de Seguridad ahora perseguido por la Justicia como líder del cartel local de La Barredora desde que estaba en su gobierno.
Sheinbaum ha demostrado buena muñeca en el forcejeo y negociación con su estrategia de “cabeza fría” y alejada de la confrontación directa con Trump; pero sobre todo refleja que sabe cómo es el juego, a pesar de las veleidades trumpistas. Gracias a eso podría salir de los dilemas si encuentra la manera de acomodar las piezas a favor de su plan de seguridad y reducir las resistencias del cambio de la estrategia de López Obrador de “abrazos y no balazos”, tan cuestionado por la política de seguridad de Washington. Por lo pronto, Sheinbaum exhibe el nuevo acuerdo comercial como validación de su estrategia con Trump y el mejor que podría lograrse comparado con la mala suerte de una decena de países. Aunque quizá lo más valioso sea que gana tiempo para insertar su juego en el escenario que abrirá el nuevo pacto de seguridad y la renegociación del T-MEC, mientras libra la batalla interna y rencillas entre las familias de Morena.
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