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NÚMERO CERO/ EXCELSIOR

El caso de Félix Salgado Macedonio es una manifestación reveladora de la enfermedad de la polarización en la frágil democracia mexicana. Es un síntoma de descomposición creer que escalar en el discurso político violento para retener una candidatura o ganar el Congreso no llama a la violencia física y pone en riesgo la convivencia pacífica. Es un indicio de la anormalidad que sucede cuando líderes y actores políticos están dispuestos a conquistar el poder al precio de socavar las reglas de la competencia política bajo narrativas tanáticas, como la salvación de la patria o trascender la historia en una elección, por importante que sea. La polarización en torno al INE es poner el apoyo a la democracia en un tiempo condicional sólo si sirve a la defensa del poder en la división aliado-adversario entre el cambio “histórico” de la 4T y su acusación contra una minoría que se vale de las instituciones para frenarlo.

Apenas iniciaron las campañas para renovar el mayor número de cargos en disputa en la historia del país (21,000 puestos de elección), en un ambiente de violencia que proyecta la carrera electoral fuera de su estado natural. Dominan los dichos de actores que se dejan llevar por la ira cuando son pillados en irregularidades, como Salgado. Ataques y amenazas para hacer valer la “justicia” sin importar pasar encima de la ley. Partidos dispuestos a linchar a la autoridad si frena su carrera sin obstáculos hacia las urnas, como el líder de Morena, Mario Delgado, en su embate por “desaparecer” al INE. Llamados de Gobernación al árbitro, partidos y candidatos a mantener la lucha política dentro de la legalidad. Y si eso fuera poco para el riesgo de que la confrontación lleve la sangre al río, está la violencia política contra partidos y candidatos por parte del crimen organizado, con más de 60 asesinados hasta ahora.

La violencia está en el centro de nuestra atención, no sólo por lo que afecta a cualquiera, sino porque se ha convertido en protagonista de la competencia política. El miedo es el mensaje. ¡En un ataúd! inicia campaña un candidato en Ciudad Juárez para llamar la atención sobre miles de muertes por el coronavirus y la inseguridad que afecta a la mayoría de los 15 estados que renovarán gobierno y casi la mitad de los municipios el 6 de junio. La protesta, también con ataúdes, en el INE para amenazar con el más allá contra el retiro de la candidatura de Salgado, aunque haya violado las reglas de fiscalización en las precampañas. Los actos y discursos de repudio contra fallos judiciales y sanciones de la autoridad no sólo por criterios jurídicos, que, sin duda, son controvertibles, sino dentro del terreno de la polarización política como parte de una conspiración contra el cambio de la 4T. Los oídos sordos de López Obrador ante la violencia e, incluso, azuzarla con su declaración sobre el “atentado contra la democracia” del INE por frenar a Salgado y a otros aspirantes de distintos partidos.

La polarización política, aun en las democracias, ha aumentado con cambios políticos y económicos profundos, que aprovechan “hombres fuertes”, como lo que representa Salgado en Guerrero para resolver conflictos, como su candidatura, por la fuerza de sus bases electorales. Dejar actuar en este caso, como permitió la dirigencia de Morena y el presidente López Obrador, subrayan las anormalidades que cruzan nuestra democracia. Peor, atizar la narrativa de la división o intensificar la campaña contra el INE en plena carrera electoral sólo agudiza la desconfianza, con consecuencias imprevisibles para la elección. La más grave, el debilitamiento del INE para conducir el proceso y garantizar que los derrotados acepten el resultado, así como la equidad en la contienda con la fiscalización de los recursos.

La resistencia del INE a las presiones fortalece a la institución, incluso la votación dividida para cerrar el paso a Salgado. El alegato de Morena por la desproporción del castigo es válido y legítimo, pero, sobre todo, demuestra que hay forma de resolver la polarización con procedimientos institucionales e instancias para apelar, como el Tribunal Electoral. Más importante aún es que esto sirva de antecedente para evitar el mayor de los peligros, que es normalizar la violencia política como forma de acallar las diferencias en el lenguaje del odio y de la ira.