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Una mirada íntima a la vida y obra de la actriz que trascendió los límites del género, capturada en la lente de Antonio Caballero

A lo largo de su carrera, Sasha Montenegro posó en numerosas ocasiones para la cámara de Antonio Caballero, creando imágenes memorables en la fotografía mexicana. Estas sesiones fotográficas capturaron la esencia de una mujer de gran presencia y carisma. En cada imagen, ya fuera en un jardín, una alberca o un estudio, reflejaba su belleza y ese atractivo singular que la distinguía de otras actrices de su tiempo. En las fotos junto a una alberca, su figura bien formada y su elegancia se veían potenciadas por el entorno acuático, creando una atmósfera de sofisticación y encanto. En el estudio, con una iluminación cuidadosamente planificada, su rostro y expresiones eran el centro de atención, mostrando su capacidad para transmitir emociones complejas con una mirada o una leve sonrisa. Era una mujer capaz de capturar la atención y el respeto tanto de la cámara como de su audiencia. A través del lente de Antonio Caballero, podemos apreciar un vistazo íntimo a su personalidad.

Antonio Caballero, sin duda uno de los más importantes fotógrafos vivos de México y, debo decirlo, mi gran amigo, ha sido testigo de innumerables historias en sus 83 años de existencia. Ha conocido y tratado a figuras emblemáticas que han dejado una marca indeleble en la cultura, los espectáculos, los deportes y la política. Sin embargo, en nuestras conversaciones, entre todas esas luminarias, cuatro mujeres siempre han encontrado su sitial: en primer lugar, la inigualable Marilyn Monroe. Él tuvo la oportunidad de capturar la esencia de la icónica actriz y, de manera audaz y sin proponérselo, fotografiar su entrepierna desnuda durante su conferencia de prensa en el Hotel Continental Hilton el 22 de febrero de 1962 en la Ciudad de México, inmortalizando a la diva que sigue siendo el símbolo universal de la sensualidad. Otra de las mujeres frecuentes en nuestras charlas ha sido la talentosa e intempestiva Isela Vega, con quien Caballero tuvo una relación que se extendió más allá de lo estrictamente profesional. También hablamos mucho de Meche Carreño, cuya belleza natural y presencia en pantalla aprecié profundamente durante mi adolescencia, influenciado por mis orígenes costeños y agrestes del sur del país. Gracias a Antonio, pude entablar una relación amistosa con ella, lo cual fue una experiencia personal muy valiosa y enriquecedora para mí.

La última de estas mujeres era Sasha Montenegro, recientemente fallecida. Antonio posee miles de fotos y un anecdotario infinito sobre las actrices más talentosas y bellas y sus contrapartes masculinas, no exento de intimidades, que sólo pueden compartirse con un amigo de mucha confianza. Él generosamente me ha transmitido de viva voz y yo he tenido oportunidad de registrar para la posteridad, el testimonio de esas épocas y sus protagonistas. La historia de Sasha, una de las estrellas más emblemáticas del cine nacional, es una de ellas.

Un ícono de la cultura pop de la cinematografía mexicana

“Sasha, sin duda trasciende el mero estereotipo de simple actriz del cine de ficheras”, me dice Antonio Caballero. Su llamado a que no se le denoste o encasille por el tipo de películas que la catapultaron a la fama en el imaginario popular, refleja una comprensión más amplia de su legado. “No cabe duda que ella, más allá de las críticas y descalificaciones, desde mediados de los años 70 se convirtió, quizá sin proponérselo, en un ícono de la cultura pop de la cinematografía mexicana. Además de su innegable belleza, era muy inteligente y también poseía un talento que llegó al público en general, no solamente al sector masculino”, reitera.

La relación entre él y Sasha Montenegro se desarrolló a principios de los años 70, en los festivales de cine organizados por la agrupación Periodistas Cinematográficos Mexicanos (PECIME), donde logró capturar a la actriz en su esplendor, alejada de los guiones y personajes, en momentos de genuina espontaneidad. Las imágenes tomadas en Tijuana, con ella disfrutando de un momento de relax en la alberca, revelan una faceta diferente de la actriz, lejos de la etiqueta de diva con la que a menudo se le catalogaba.

Con su ojo experto para capturar momentos y esencias únicas de personajes y lugares, Caballero subraya la importancia de ponderar a la actriz “por su contribución al arte y la cultura, alejado de los prejuicios y las limitaciones de este género cinematográfico. Considero que habrá que reevaluar su obra y su impacto. No olvides que las figuras públicas tienen facetas múltiples y a menudo sus contribuciones son subestimadas en nuestro tejido cultural, y tales casos son abundantes” —refiere el profesional de la lente.

Caballero reconoce que, debido a diversas circunstancias, no profundizó su relación profesional y personal con Sasha Montenegro, como sí fue el caso con otras estrellas a las que ha tratado a lo largo de su vida. Sin embargo, tuvo el privilegio de capturar en imágenes algunos de los momentos más íntimos y reveladores de la actriz, durante uno de los festivales organizados por PECIME, realizado en Tijuana, que él organizaba en compañía de su titular, Vázquez Villalobos.

Extiende su explicación detallando que, “no se trataba de meras celebraciones; los festivales de cine funcionaban como catalizadores de encuentros entre el talento artístico y las esferas de poder político y económico del país, que tejían una compleja red de relaciones, las cuales definían en muchos casos el pulso de la industria cinematográfica nacional. Periodistas y artistas de la talla de Ana Martín, Jorge Rivero, Ana Bertha Lepe, en fin, lo mejor del cine y las fotonovelas, hacían todo lo posible por ser invitados.

“Los festivales casi siempre fueron subvencionados por el gobierno federal —sobre todo durante el sexenio del presidente Luis Echeverría— y por los gobiernos estatales donde se establecían las sedes. No eran solo una plataforma para la promoción del cine mexicano, sino también un instrumento de política cultural. La implicación del Banco Nacional Cinematográfico, bajo la dirección de Rodolfo Echeverría, hermano del entonces presidente, evidencia la importancia que se le daba al cine como vehículo de expresión cultural y herramienta de influencia social. Los festivales eran, en este sentido, una muestra del compromiso gubernamental con el arte nacional, aunque también reflejaban las complejidades y contradicciones de una relación estrecha entre el arte y el Estado”.

En su doble rol de fotógrafo y organizador, su testimonio sobre la gestión de los festivales y la atención meticulosa a la prensa, las celebridades y los detalles logísticos, como la ubicación de oficinas de prensa equipadas con modernas máquinas de escribir y la provisión de comodidades para los asistentes, ilustra el enorme esfuerzo detrás de cada evento.

Las anécdotas compartidas por Caballero sobre las interacciones entre artistas y figuras de poder durante los festivales —como los encuentros entre actrices y periodistas y la elite política y económica—, subrayan la intersección entre el cine y las dinámicas sociales y políticas del México de aquellos tiempos.

“Estos festivales, lejos de ser meros eventos artísticos” —asegura— “se convirtieron en escenarios donde se tejían alianzas y se forjaban carreras, evidenciando el papel del cine no solo como entretenimiento, sino como un espacio de influencia y poder. Pero el cambio de gobierno marcó su punto final y la ausencia de una voluntad política y financiera sostenida, no solo impactó a los organizadores y participantes, sino también al cine mexicano en su conjunto, que tuvo que adaptarse a un nuevo contexto con menos recursos y apoyo institucional, opacando la trascendencia de estos.

“Fue durante uno de esos festivales que tuve la oportunidad de fotografiar por vez primera a Sasha en una sesión especial, quien en esos años no tomaba la decisión de participar en esas películas de corte popular y picaresco, por las que se hizo célebre, pese a que era entonces una guapa y dedicada actriz y luego fue una exitosa productora teatral y empresaria, mucho antes de conocer al expresidente José López Portillo, con quien se casó en 1995 y tuvo dos hijos”.

Orígenes y Familia

Nacida el 20 de enero de 1946 en Bari, Italia como Alexandra Hachimovich Popovich, Sasha —un diminutivo, familiar, que en el país nativo de su madre equivale a alejandrita—, se adentró en un mundo diverso y multicultural desde sus primeros días. Siempre esbozaba una sonrisa al tratar de explicar la complejidad de su nombre en el contexto latinoamericano.

Desde el principio, su vida estuvo marcada por los cambios. Su padre —un miembro del servicio de inteligencia de la Real Fuerza Aérea Inglesa—, y su madre, de ascendencia montenegrina, en Yugoslavia, se conocieron y casaron en Italia. “Mi papá fue trasladado a Italia. Mi mamá ya residía allí con su familia, bueno, lo que quedó vivo de la familia que fue internada en un campo de concentración nazi. La cosa es que se conocen en Italia, se casan allá y entonces nací yo” —explicaba ella sobre sus orígenes.

Debido a las asignaciones de su padre, el traslado de su familia a Alemania y posteriormente a Argentina en su infancia, le otorgaron una perspectiva global desde muy joven. “A los 20 días de nacida nos fuimos a Hamburgo, Alemania… y después mandaron a mi padre a una comisión especial para Argentina, pues entonces yo me crié en Argentina” —relataba, mientras recordaba con cariño y melancolía su paso por la universidad y su breve incursión en el periodismo, antes de que el destino la llevara por caminos inesperados hasta México.

“Terminé mi bachillerato y entré a periodismo”, mencionaba, reflejando un temprano interés por este oficio, que, aunque no lo desarrolló plenamente de manera profesional, marcó el inicio de su narrativa personal.

Arribo a México y comienzo de una carrera

“Yo no venía a México”, recordó Sasha, señalando cómo su destino tomó un giro inesperado. La situación política en Argentina, marcada por la represión y la inestabilidad durante la dictadura militar, fue un factor determinante en su decisión de dejar el país. “Ya estaban deteniendo estudiantes; yo ya había estado detenida en un grupo,” —compartió, revelando los momentos de tensión que vivió y cómo estos eventos la empujaron, apoyada por su madre, a buscar nuevos horizontes en Nueva York, al lado de una tía materna.

Su deseo de conocer México, un país que había capturado su imaginación, la llevó a aceptar la invitación de un matrimonio argentino radicado en el país. En 1969, a los 23 años, decidió viajar a México. Fue durante una comida en los Estudios Churubusco, a la que asistió por casualidad, donde su vida tomaría un rumbo completamente diferente.

“Me invitan ellos a una comida donde conozco a la representante y promotora de artistas Blanca Estela Limón” —le narró de forma pormenorizada al periodista Gustavo Adolfo Infante, a quien Sasha le concedió una larga entrevista. La intervención de un productor de cine, que al verla de inmediato quiso incluirla en un proyecto junto a figuras como José José y Verónica Castro, marcó el inicio de su carrera en la actuación.

La versión del ya desaparecido fotógrafo Antonio Rojas —originalmente contador jubilado de Petróleos Mexicanos, y luego colaborador en varios periódicos, entre ellos Cine Mundial, quien luego se dedicó a tomar casi exclusivamente fotos de luchadores y deportistas y tenía su estudio en Donato Guerra 1—, difiere un tanto de la de Sasha.

“Rojas siempre nos mencionó que la encontró deambulando por las calles cercanas a los estudios, un tanto desorientada porque no conocía la ciudad y él personalmente la encaminó, la llevó hasta los estudios, y la presentó con algunos personajes importantes que se hallaban en los foros; seguramente la condujo hasta Blanca Estela Limón, una mujer muy influyente en la época”, subraya Caballero.

Pero la decisión de Sasha de aceptar este inesperado giro en su vida no fue fácil. “Confieso la verdad. Cuando mencionaron lo que me iban a pagar si aceptaba participar en la película Un Sueño de Amor que se iba a filmar en escenarios de Guadalajara y Puerto Vallarta, me dije, bueno, pues si, vamos, de acuerdo” —decía sonriente, indicando cómo la perspectiva de ganar dinero y la curiosidad por explorar esta nueva faceta de su vida la llevaron a dar el salto al cine. “Y dije que bueno, pues me quedo un mes en México y así conozco más el país antes de irme a Estados Unidos”. Eso marcó su decisión de quedarse y explorar las oportunidades que se le ofrecían.

A pesar de no considerarse realmente una actriz y de enfrentarse al desafío de actuar sin experiencia previa, recibió un apoyo incondicional del elenco y el equipo. “Todos me ayudaron, fueron encantadores”, recordó, agradecida por la paciencia y la guía que le ofrecieron. El éxito de esta primera película le abrió las puertas a más proyectos y la posibilidad de una carrera duradera en la industria. La combinación de su talento natural, su belleza y su determinación para enfrentar nuevos retos, aseguró su lugar como una de las figuras más reconocidas del cine que obtuvo la nacionalidad mexicana el 28 de junio de 1989.

El trasfondo multicultural y las experiencias vividas por Sasha en su juventud influyeron profundamente en su perspectiva y en su enfoque artístico. Su capacidad para adaptarse a nuevos entornos se reflejó en su carrera, donde su herencia yugoslava e italiana le proporcionaron una riqueza única que la distinguió en el cine mexicano. Sin embargo, Sasha nunca olvidó sus raíces. A pesar de su éxito y fama en México, siempre mantuvo un vínculo emocional con su historia familiar y sus orígenes en Europa y Argentina. Esta conexión con su pasado no solo enriqueció su actuación, sino que también le dio una profunda apreciación por la diversidad cultural y la historia personal.

Entre sus principales películas se encuentran Bellas de noche (1975), que marcó un hito en su carrera y en la evolución del cine mexicano; Pedro Navaja (1984); Muñecas de medianoche (1979), un clásico del género de ficheras; La pulquería (1981); La pulquería 2 (1982); Santo y Blue Demon contra el doctor Frankenstein (1974); Las tentadoras (1980); El sexo me da risa (1979); Los plomeros y las ficheras (1988); Las modelos de desnudos (1983) y Playa prohibida (1985). Igualmente participó con roles sobresalientes en las telenovelas Ana del aire (1974); Lo imperdonable (1975); Rina (1977); Una mujer marcada (1979-1980) y Las vías del amor, que le valió el Premio TVyNovelas a la Mejor Actriz antagónica.

Su matrimonio con el expresidente José López Portillo

Sasha Montenegro conoció a José López Portillo en Madrid en 1993 durante un evento social. Su conexión fue inmediata, y poco tiempo después, iniciaron una relación que se convirtió en uno de los romances más comentados de la época.

“Nos encontramos en España… fue algo diferente. La verdad, el señor era impactante”, recordó ella durante la entrevista con Infante, destacando la sorpresa y la conexión inmediata que sintió al conocer a José López Portillo, un hombre que, a pesar de su prominente figura pública, logró impactarla en un nivel muy humano y personal. Subrayó la atracción y el respeto mutuo que cimentaron su relación, que, aunque muchos lo dudaron, trascendió lo superficial, para adentrarse en un entendimiento real.

“Desde el principio, hubo una conexión muy fuerte. Me impresionó su inteligencia, su carisma y su pasión por México. Era un hombre muy culto y apasionado por la historia y la cultura de su país”, recordaba.

El matrimonio civil entre Sasha y José López Portillo se celebró el 20 de septiembre de 1995; no solo fue un evento de alto perfil debido a la prominencia política del ex presidente, sino también por las consecuencias legales y personales que siguieron. Esta unión se llevó a cabo después del divorcio de López Portillo con su anterior esposa, Carmen Romano.

Posteriormente, en el año 2000, un mes después del fallecimiento de su ex esposa, López Portillo, a los 80 años, contrajo matrimonio con Sasha Montenegro en una ceremonia religiosa que tuvo lugar el 16 de junio del 2000, en la que lució un vestido confeccionado por su modisto personal, el michoacano Zebedeo García Cárdenas, más conocido como Mitzy, quien arribó al hogar conyugal, conocido como La Colina del Perro, acompañado por Enrique Caballero, encargado de hacer las fotografías de la desposada previas a la ceremonia oficial.

“Cuando decidimos casarnos, sabíamos que no sería fácil. Había mucha oposición y críticas debido a nuestra diferencia de edades y a su posición política. Pero el amor que sentíamos el uno por el otro era más fuerte que cualquier obstáculo” —reveló Sasha.

Durante su matrimonio, Sasha se enfrentó a numerosas dificultades legales, especialmente en torno a la disputa y posesión de La Colina del Perro. “Intentaron todo para quitarme la casa… pero al final, la justicia prevaleció. Tuvimos que luchar mucho para mantenerla y proteger a nuestra familia. Fue una batalla constante contra aquellos que querían perjudicarnos”, reveló la actriz.

A pesar de las desavenencias, recordaba con cariño los momentos de felicidad que compartieron.

“José era un hombre muy cariñoso y dedicado. Siempre se preocupaba por el bienestar de nuestra familia. Tuvimos dos hijos juntos —Nabila y Alejandro, que nacieron respectivamente el 16 de enero de 1985 y en 1989—, y él fue un padre maravilloso. Le encantaba pasar tiempo con ellos, enseñarles sobre la historia de México y llevarlos a lugares importantes del país” —reconoció.

Con el paso del tiempo, la salud de López Portillo comenzó a decaer y sufrió un accidente cerebro-vascular. Mencionó que “fue muy difícil ver cómo su salud se iba deteriorando. José siempre había sido un hombre fuerte y lleno de vida, pero los últimos años fueron especialmente duros. Estuve a su lado todo el tiempo, apoyándolo y cuidándolo. Fue una prueba muy grande para nuestra familia” —dijo y describió los últimos días de López Portillo con gran emotividad:

“En sus últimos días, pasamos mucho tiempo juntos, hablando sobre nuestra vida, nuestros sueños y nuestros recuerdos. Fue un tiempo muy especial, lleno de amor y comprensión. A pesar del dolor, me siento agradecida por haber podido estar con él hasta el final”.

José López Portillo falleció el 17 de febrero de 2004.

“El día que murió, sentí una profunda tristeza, pero también una gran paz, sabiendo que había estado con él hasta el final. Su legado y su amor por México siempre vivirán en nuestros corazones. La justicia y la verdad siempre fueron muy importantes para él, y eso es algo que siempre llevaré conmigo. Mi vida sin José fue muy diferente, pero me mantuve fuerte por nuestros hijos. Aprendí a valorar cada momento y a seguir adelante, siempre recordando los valores que él me enseñó” —dijo.

Controversias y disputas legales

A pesar de su éxito en el cine y la televisión, Sasha Montenegro enfrentó varios juicios y controversias legales tras la muerte de su esposo. La disputa por la herencia y las propiedades del expresidente intensificó la presión pública sobre Sasha, colocándola en el centro de una batalla legal con la familia de López Portillo. Esta situación la sometió a un escrutinio intenso y a críticas mediáticas que cuestionaban su papel como esposa y madre.

La controversia no solo provenía de la familia del expresidente, sino también de la prensa y la opinión pública, que a menudo la retrataban negativamente. El estigma asociado a su carrera como actriz de cine de ficheras y su matrimonio con una figura política prominente amplificaba las críticas. A pesar de estas adversidades, mostró una notable entereza, utilizando sus recursos legales para defender sus derechos y los de sus hijos.

Sasha optó por retirarse del ojo público, limitando sus apariciones mediáticas y enfocándose en su defensa legal. Su habilidad para manejar estas presiones demostró una determinación y fortaleza que contrastaban con la imagen que había cultivado en la pantalla. Esta retirada estratégica permitió que su vida privada permaneciera protegida mientras enfrentaba las complejidades legales.

En 1997, emprendió una batalla legal contra la periodista Isabel Arvide por difamación. El conflicto surgió a raíz de un artículo publicado en la revista Siempre!, donde se refería a Montenegro como “encueratriz venida a menos” y extendía sus críticas a los hijos de la actriz, calificándolos de “bastardos”.

Estas declaraciones públicas provocaron una reacción inmediata de Sasha, quien decidió llevar el caso a los tribunales para defender su honor y el de su familia.

El proceso judicial se prolongó por varios años, y en 1998, el tribunal falló a favor de Sasha Montenegro. La actriz demandó a Arvide por daño moral, y la sentencia ordenó a la periodista pagar una indemnización de 5 millones de pesos. Además, tanto Arvide como la Editorial Llergo, responsable de la publicación, fueron condenadas a pagar conjuntamente otros 720 mil pesos.

El caso atrajo mucha atención mediática debido a la notoriedad de ambas figuras. Isabel Arvide intentó justificar sus declaraciones argumentando que se basaban en comentarios del expresidente José López Portillo, sin embargo, esta defensa no fue aceptada por el tribunal. Durante el proceso, Arvide se vio obligada a vender su casa en la Colonia Roma de la Ciudad de México para poder cubrir la indemnización, lo cual tuvo un impacto significativo en su vida personal y profesional.

Sasha Montenegro, tras ganar el juicio, declaró que utilizaría el dinero de la indemnización para apoyar a niños desprotegidos. Esta victoria no solo reforzó su imagen pública como una defensora de su integridad y la de su familia, sino que también envió un mensaje claro sobre las consecuencias de difamar a otros en el ámbito público.

El retiro de “la reina del cine de ficheras”

Después de muchos años en el cine mexicano, Sasha Montenegro decidió retirarse de la actuación y el espectáculo, buscando un cambio significativo en su vida. Este retiro no fue solo una pausa de las cámaras y los reflectores, sino un giro hacia un enfoque más privado y personal: la maternidad y la gestión de sus negocios de bienes raíces. Entonces, eligió Cuernavaca para su retiro, en busca de tranquilidad para alejarse del bullicio de la Ciudad de México.

Esta elección representaba su deseo de reconectar consigo misma y con su familia en un ambiente lejos del escrutinio público que había marcado gran parte de su vida. La tranquilidad de Cuernavaca le ofrecía el escenario perfecto para una vida más sosegada, centrada en el bienestar personal y familiar. Durante este tiempo, se dedicó a la crianza de sus hijos y a la administración de su patrimonio inmobiliario. Lejos de los sets de filmación, encontró satisfacción en el rol de madre y empresaria, los cuales asumió con dedicación.

El minucioso periodista de espectáculos Felipe El Filip Cruz —quien a la muerte de la actriz dedicó un episodio completo de su programa transmitido en Internet a narrar sus últimos años—, describió a Sasha Montenegro como “la indiscutible reina del cine de ficheras”, y agregó que ella “era una mujer cuyo porte y físico hacían difícil entender cómo participaba en películas de contenido subido de tono y cómo es que hacía este tipo de películas.

“Hace aproximadamente 18 años, Sasha decidió retirarse de este medio y comenzó a trabajar en sus negocios de bienes raíces; a eso estaba dedicada junto con su hijo”, dijo y recordó que su última aparición en el cine había sido en la película El fin del silencio en 2005, tras lo cual ella se había enfocado en ser madre y empresaria.

“Después de esto, ella prácticamente se dedicó a ser mamá de tiempo completo y a su etapa como empresaria; la última vez que apareció en televisión fue en 2018, invitada al programa Hoy de Televisa. Sin embargo, ella ya se veía cansada y muy distinta a como estábamos acostumbrados a verla”. Mencionó que después de esta aparición, Sasha decidió radicar definitivamente en Cuernavaca, para buscar tranquilidad y alejarse del bullicio de la ciudad. “Ella expresó su cansancio por el constante interés en su matrimonio con José López Portillo” y recordó sus palabras: “Estoy harta, cansada de que siempre me pregunten sobre lo mismo…”.

La decisión de retirarse del espectáculo y enfocarse en su vida personal no fue sólo una manera de proteger su privacidad y la de su familia de las especulaciones y críticas que a menudo acompañan la vida de las celebridades. Su retiro voluntario reflejó su deseo de controlar su narrativa personal, eligiendo qué compartir y qué mantener para sí misma.

A pesar de su retiro, Sasha nunca dejó de ser una figura pública, pero en sus propios términos. Reconocida por su impacto en el cine mexicano, se dio aún tiempo para recibir algunos homenajes y reconocimientos, solidificando su estatus como una de las figuras más populares del cine nacional. Sin embargo, tenía muy presente que en Cuernavaca podía ser simplemente Alexandra o simplemente Sasha —diminutivo de Alejandra—, lejos del personaje público que mostraron por varias décadas las marquesinas de cines y teatros en su prolífica carrera.

El comunicador Felipe El Filip Cruz, indicó que, en los últimos años, ella había sufrido “un derrame cerebral que la dejó en estado grave, complicación derivada de un cáncer de pulmón que la aquejaba desde hacía tiempo”, el cual finalmente la llevó a la tumba.

El epílogo de Sasha en palabras de Caballero

Me comenta Antonio Caballero:

“La relevancia de Sasha Montenegro para las futuras generaciones de cineastas y espectadores radica en su capacidad para capturar la esencia de una época de transformaciones culturales y sociales en México. Si bien su nombre es frecuentemente citado en estudios sobre el “cine de ficheras”, considero que su obra debe analizarse no solo por su valor estético sino también por su significado cultural, ofreciendo insights —es decir, comprensiones profundas y reveladoras que nos dan nuevas perspectivas sobre su trabajo en el cine—, y nos muestran los cambios registrados en la sociedad mexicana durante las últimas décadas del siglo pasado.

“En este sentido, debemos tener muy presente que, en el ámbito cultural, Sasha Montenegro deberá ser recordada no sólo por su belleza y talento, sino también por su contribución como actriz, a la evolución del cine mexicano y además porque fue una mujer que de alguna manera desafió y transgredió—algunos dirán que acorrientó— las expectativas estéticas y hasta morales de su tiempo. Pero su contribución al género va más allá del entretenimiento; representa un momento crucial en la historia del cine mexicano, donde los límites del erotismo, la comedia y el drama se exploraron y expandieron de manera innovadora.

“Sasha también, hay que decirlo, allanó el camino para las actrices que vinieron después de ella, demostrando que es posible abordar exitosamente, con profesionalismo, los roles desafiantes y complejos, por mucha piel que haya que mostrar” —subraya el célebre fotógrafo.