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NÚMERO CERO/ EXCELSIOR

La vuelta del presidencialismo fuerte con López Obrador no escatima en el arsenal de recursos, como la cooptación de opositores para preservar la concentración de poder político en la segunda mitad del sexenio, cuando naturalmente empieza a declinar. Tras los enroques en su gabinete con los más cercanos e incondicionales, mueve sus fichas para poner en jaque al bloque opositor, en respuesta al desafío en los comicios intermedios, y promueve su liderazgo en Latinoamérica para abrirse mayores márgenes de interlocución con Estados Unidos. Tiene la mirada puesta en el fin de la partida, asegurar su legado con la continuidad de la 4T.

El poder del Ejecutivo es como un almacén general de armas y otros efectos de guerra política, que no duda en usar para reparar flancos que abre el desgaste de la batalla. A los avances del bloque opositor en el Congreso contesta con una estrategia divisiva con invitaciones “extrapartidistas” (Monreal dixit) a exgobernadores de sus filas al gobierno; al retroceso electoral que tanto le sorprendió y enojó en la CDMX responde con la remodelación de su equipo más cercano para pertrecharse en una sucesión adelantada y tener “más tiempo” para supervisar las obras “insignia” de la 4T, y a las diferencias en política energética y comercial con EU opone un decidido activismo para apuntalar a la Celac y relegar a la OEA.

Para los que suelen calificar sus movimientos como “ocurrencias”, todas estas jugadas parecen más bien tomarlos, otra vez, desprevenidos. También a los que creen que actúa sobre evaluaciones simples y sencillas, aunque están pensadas para resultados más adelante. La integración de los exgobernadores de Sinaloa, el priista Quirino Ordaz, y al panista de Nayarit, Antonio Echevarría, cayó como balde agua fría en el bloque opositor, que podría naufragar en el Congreso y descomponerse hacia 2024. Quirino Ordaz es uno de los gobernadores mejor evaluados del país y aceptar la embajada en España contra la voluntad de la dirigencia priista muestra su fragmentación, a la vez que la capacidad de fuego presidencial para recuperar alianzas y votos que no le dieron las urnas. A lo que podrían sumarse otros, como hoy lee claramente un PRI dividido y empático con el Ejecutivo.

López Obrador vela armas, como la cooptación para dividir y recuperar la mayoría necesaria en el Congreso en la reforma eléctrica, electoral y a la Sedena. Y negocia posiciones que apuntalen su poder menguante hacia la sucesión, en la que pueden abrirse grietas por la disputa entre Marcelo Ebrard, Claudia Sheinbaum y Ricardo Monreal. A ellos les ha enseñado hasta ahora que el poder del “destapador” está en sus manos, pero sabe que necesitará conservarlo para controlar los tiempos y no le pase como a los últimos cuatro presidentes que no pudieron dejar a su sucesor. En ese marco, la difusión en las redes de Ebrard de la reciente foto del abrazo con Monreal en Zacatecas, como mensaje de su alianza que, en principio, demanda piso parejo y condiciones equitativas frente a su favorita en la sucesión. A lo que él responde que Sheinbaum es de “primera”.

En el inicio de este segundo tiempo, López Obrador vigila el depósito de armas de la Presidencia sin perderlas de vista, mientras la oposición no acaba de rearmarse con sus avances electorales y pareciera esperar que su cohesión la apuntale el malestar por políticas del gobierno. Lamentan —como Jesús Zambrano— que trate de “desmoralizar” a los que votaron por la alianza, aunque también hay otros liderazgos opositores que buscan construirse con nuevas narrativas que ofrezcan salida a los malos resultados de la agenda presidencial en inversión, desarrollo industrial o política energética, que lo enfrenta con sus socios en el T-MEC.

Para esto último, el Presidente también tiene la atención puesta en estrechar lazos con Latinoamérica para ampliar su margen de negociación con EU en una estrategia que el país jugó en el siglo pasado con el anticomunismo en la región. Del cajón de recursos de la Presidencia, López Obrador extrajo no sólo la vieja resortera de la cooptación de opositores, sino también la mediación en conflictos que, como el migratorio, son un problema que EU no puede resolver solo y sin aliados en una región cada vez más convulsa y fuera del control de la potencia.