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NÚMERO CERO/ EXCELSIOR

El perfil del gabinete de Sheinbaum privilegia la unidad como factor clave para asegurar la gobernabilidad, a pesar de la abrumadora mayoría en el Congreso. La integración de su equipo deja ver la conciliación de fuerzas internas, como si su principal tarea fuera estabilizar al país de los desequilibrios que dejen las reformas del obradorismo en un gobierno de continuidad. Sheinbaum cuida los equilibrios y la concordia con posiciones cruciales para el círculo cercano de López Obrador, inclusión de exrivales, funcionarios leales de la CDMX y profesionales reputados con aprobación pública. Con el reparto de carteras convalida su rechazo a “pintar su raya” con el Presidente, como le piden quienes esperan que se corra al centro y atempere las reformas. Al contrario, sus posturas hablan de coincidencias profundas con él sobre los cambios y futuro del segundo piso de la 4T, el eje de su equipo.

Pero, sobre todo, sus decisiones reflejan la conveniencia de una transición pactada y sin fisuras; a lo que algunos agregarán que, al menos, hasta que tenga todos los hilos del poder. Pero no hay indicios de confrontación con el líder indiscutido de Morena, cuya figura es garantía de unidad y determinante para el arbitraje de conflictos sobre el mosaico de grupos internos.

Con el tercer bloque, que suma dos terceras parte del gabinete, siguió la misma fórmula de combinar dos cartas leales, Omar García Harfuch y Mario Delgado, con funcionarios de toda la confianza de López Obrador, la actual secretaria de Bienestar, Ariadna Montiel, y Rosa Icela Rodríguez en Gobernación; que además es un puente por haber trabajado con ella en la CDMX y “comandanta” fiel de la 4T del Presidente.

Como hábil jugadora de ajedrez, logró sortear las reticencias de López Obrador con García Harfuch en Seguridad e imponerse a críticas internas contra la designación de Mario Delgado en Educación; a contraprestación de la ratificación de Montiel como la primera que repetirá en una secretaria donde se maneja el mayor presupuesto de los programas sociales.

Los nombres del gabinete político y de seguridad eran los más esperados, como test de su autonomía y del peso político de su mentor en los nombramientos. Sheinbaum logró rescatar a Harfuch del revés de su candidatura en la CDMX, a la que se opusieron los “doctrinarios” de Morena por haber servido a gobiernos anteriores en la policía de García Luna y luego con Peña Nieto en el caso Ayotzinapa. Su selección es una señal a las presiones del ala dura, que también cuestionaban el perfil de Mario Delgado en Educación como premio por el triunfo en las urnas, que finalmente respaldó el Presidente.

Esas decisiones son un reconocimiento de que las mayores amenazas de ruptura y riesgos para la estabilidad vendrán de adentro. Sheinbaum trata de construir sus bases de poder en una alternancia inédita que obliga a compaginar ese objetivo con preservar la unidad; ahí el peso político del mandatario es decisivo para ello. Junto con la fragmentación interna de poder, en la seguridad están los mayores retos para la estabilidad de su gobierno. Los malos resultados de la actual administración no dejaban margen para hacer propuestas en un área en que deja una herencia de 30 mil homicidios anuales. La lealtad de Harfuch está fuera de duda, pero también los resultados en la CDMX con una política criminal basada en la coordinación con la fiscalía, investigación del delito y trabajo de inteligencia.

El liderazgo de Harfuch reconducirá la estrategia de seguridad, aunque está por verse cómo llevará el modelo local al país y coordinar fiscalías y policías de 33 estados, además del tipo de relación con el Ejército en el contexto de la militarización de la seguridad pública. La política de seguridad la dictarán civiles, ha dicho Sheinbaum, para tratar de refutar la capitulación de la Policía con el Ejército y delimitar una frontera, aunque apuesta por adscribir a la Guardia Nacional a la Defensa.

De su declaración se desprende que el debate sobre el papel civil en la seguridad no está concluido. Una primera señal será saber si la agencia nacional de inteligencia continuará en seguridad pública y bajo control civil, así como la disposición del Ejército para recibir la política criminal de fuera de los cuarteles, dado que también serán claves para la estabilidad de su administración.