El arranque del gobierno de Claudia Sheinbaum no será miel sobre hojuelas por la preocupación y estrecheces de la economía que la aguardan. La ralentización del crecimiento, la urgencia de un plan creíble contra el déficit y una inquietante inflación marcarán sus primeros pasos, junto con la necesidad de normalizar la interlocución con los empresarios.
Desde el inicio de la transición gubernamental, la economía ha sido una prioridad. El país no ha encontrado la fórmula para detonar el crecimiento en décadas y la promesa de López Obrador de alcanzar hasta 6% anual nunca se cumplió. Al contrario, se apachurra al final del sexenio con pronósticos recortados para solventar el peso de las reformas del giro social de su mandato. Su gobierno convulsionó al sector privado con la retórica incendiaria de erradicar el neoliberalismo, aunque a la mayoría les fue bien y los más ricos multiplicaron fortunas.
El mayor intríngulis es relanzar el crecimiento, una ingrata herencia que nadie, ni neoliberales y morenistas han podido resolver, aunque el presidente insista en que “vamos bien”. Sheinbaum no es tan optimista y aprovecha toda oportunidad para enviar señales de su deseo de redefinir la relación con los empresarios, después de la extraña ligazón con López Obrador. Ella necesita convencer de que tiene un plan para atraer inversión y poner de su lado a los mercados, más allá de políticas de austeridad y reajustar el gobierno.
La cuestión clave es dónde se construya la interlocución, y cuántos participen en ella. Sheinbaum les ofrece un vínculo institucional a los privados, a los que quiere cerca por la ingente inversión que requiere capitalizar el nearshoring y el desarrollo de infraestructura, sin abandonar programas sociales. A través de dos ventanillas de acceso donde transitar sus presiones, en contraste con la informalidad que usó López Obrador para maniobrar la cercanía con ellos sin deponer sus proclamas contra la corrupción de la “mafia” de cuello blanco. A los privados no los tocó con reformas fiscales ni atacó la concentración de actividades, a cambio de sumarse a la reforma outshoring y el aumento del salario, aunque dejara de contestarles el teléfono para marcar distancia.
Una primera ventanilla, que anunció esta semana, es un consejo empresarial para la inversión y el nearshoring, bajo el mando de Altagracia Gómez, heredera del imperio de Minsa. Su asesora económica tiene el pedigrí y las cartas empresariales para abrir un puente privilegiado con un gobierno de continuidad, aunque con cambios en el trato. Tendrá el encargo de sensibilizarlos de apoyar el compromiso de Sheinbaum de “prosperidad compartida” sin abandonar el obradorista “primero los pobres”. Una tarea compleja, pero que ella traduce en la idea simplista de que “no se trata de tener menos ricos, sino menos pobres”.
Al principio del sexenio, López Obrador encargó al empresario Alfonso Romo jugar ese rol, pero no cuajó, y a su salida redujo su interlocución con ellos. Ahora los empresarios tienen la expectativa de que la relación compleja y sinuosa con López Obrador dé lugar a un nuevo vínculo para participar en la política y obras del nuevo gobierno, e incluso de recuperar su anterior protagonismo y cercanía con el poder. Una esperanza que refuerza el nombramiento en la segunda ventanilla, el ingreso de un perfil liberal y amigable para la inversión como el de Ebrard en la secretaria de Economía.
Habrá que ver cómo funciona, pero ambos representan un mensaje de la intención de normalizar la interlocución con la clase empresarial. Ellos han dado también muestras de querer llevar la fiesta en paz para evitar la confrontación verbal, ataques personales y filtraciones difíciles de sobrellevar otro sexenio, aunque no compartan su proyecto. El realismo de los negocios no puede omitir el apoyo popular de Sheinbaum; y tampoco dejar de ver la caída del mito de que la izquierda de Morena es la vía al comunismo o Venezuela, como desmintió el actual gobierno, a pesar de sus críticas al populismo.
Las señales de Sheinbaum en búsqueda de un mejor entendimiento son claras, así como de las enseñanzas que deja el actual de López Obrador sobre la necesaria colaboración con el sector privado. No obstante, como en toda relación, el secreto está en los detalles de las nuevas fronteras entre el poder político y económico tras la sacudida de López Obrador.