NÚMERO CERO/ EXCELSIOR
Las críticas de Zedillo al gobierno de Sheinbaum son tardías y postreras de un expresidente alejado de la política desde hace años fuera del país, y que éste parece ignorarlo. Una entrada en escena a la desesperada como defensor in extremis del proyecto neoliberal que forjó su presidencia, y que también se hundió hace tiempo por el desencanto con sus resultados y nula autocrítica.
Con el segundo mandato y un cambio de régimen de la 4T, Zedillo se vio obligado a romper un “silencio autoimpuesto” que siguen los expresidentes de las reglas no escritas del presidencialismo mexicano, para salir a la defensa de su obra cuando le arrancan las últimas páginas.
¿Qué lo hace abandonar la omertà declarativa tras un cuarto de siglo de dedicarse a estudiar la globalización en Yale y trabajar con la ONU? y ¿por qué la 4T carga con todo contra su diatriba sobre el fin de la democracia en el país, la misma que ya ni contesta a la oposición interna? Sólo distracción.
Zedillo es un referente internacional de una alicaída globalización y de un tipo de arreglo democrático que se derrumbó sobre el tejado de la oposición en 2018. Y que la llegada de López Obrador, eterno opositor desde los años de su gobierno (1994-2000), condujo al derrumbe del modelo de poder compartido PRI-PAN, del que fue artífice para sostener su plan económico de liberalización comercial y privatizaciones; y que ahora, como su custodio, trata de amparar del paso de la página de la historia ante la ausencia de una oposición que, ahora, carga el lastre de su promesa de modernización.
Justifica alzar la voz como acto responsable y de valor por la inminente “muerte de la democracia” con la elección judicial, que enterraría los avances democráticos y de justicia logrados con gobiernos anteriores.
Su postura puede entenderse por necesidad de salvaguardar su legado, pero es débil sin una revisión seria de las limitaciones de su reforma judicial de “cuotas y cuates” a modo del poder político; que no consiguió abatir la impunidad y la corrupción judicial, y que allanó el camino a la 4T para ensillar la suya, sin diagnóstico ni diseño.
Tampoco sin hacerse cargo de la inequidad de su programa económico, con más de la mitad de la población fuera de los beneficios de la globalización; y la carga insufrible del rescate bancario de un capitalismo de “cuates” para salvar a sus empresas, al costo de endeudar generaciones, aunque lo disculpa como la mejor opción en ese momento para evitar la quiebra del sistema bancario, y de que, por lo demás, muchos de ellos hoy estén en las filas de Morena.
Acusa a Sheinbaum de proteger a López Obrador porque el tablero de la confrontación es con el proyecto que enterró el suyo en una antigua disputa por el dominio de la narrativa del país, pero sin percatarse de que perdió representatividad y credibilidad, al igual que la oposición que lo secunda. La autocritica no figura en el dogma neoliberal, aunque reclama a la 4T la soberbia del pensamiento único.
No obstante, es un opositor al que la 4T voltea a ver como símbolo de la ortodoxia neoliberal y por la legitimidad ganada de poner fin al viejo autoritarismo del PRI para abrir la alternancia política que les permitió ganar en las urnas.
Ese mérito no se puede regatear, aunque el cambio haya sido para que permaneciera un proyecto económico conservador y de instituciones que simularon la modernización política del país, y una hechiza independencia judicial que hoy reclama de sus adversarios. Sus críticas desempolvan viejas polémicas que, como la del Fobaproa, sirvieron de plataforma a la carrera de López Obrador para contrastarla con su propuesta.
El ataque contra Sheinbaum como extensión del gobierno de López Obrador y la rección de la 4T representan las últimas batallas trabadas entre las figuras emblemáticas de esos proyectos que como enemigos de larga data no pueden desengancharse, aunque no tengan taquilla.
La batalla postrera de Zedillo es la del general que se tira al frente cuando su ejército ha caído, sin oposición que pueda protegerlo y que, por el contrario, se cubre detrás de él como el refugio de la resistencia. Y que, precisamente por eso, las tropas adversarias quieren derribar con amenazas y acusaciones, tan de alto calibre como inverosímiles, para desacreditar a un último baluarte opositor, aunque poco reconocido en su país.
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