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elcristalazo.com

Quien haya dicho sobre la interminable condición del proceso educativo estaba en lo cierto. Nunca acaba uno de aprender. En algunos casos —como el personal—, nunca es tarde para empezar a aprender.

Y en esa sopresa educativa los mexicanos –no importa la opinión de Mario Vargas Llosa, con todo y su Premio Nobel–, le debemos mucho al Señor Presidente cuyas conferencias matutinas son impresionantes herramientas pedagógicas, pues en ellas aprendemos, historia, gastronomía del chipilín; música, geografía, cosmografía, civismo, ética y ahora medicina, como se vió hace unos cuantos días cuando nos ilustró sobre las peores consecuencias de la bárbara conquista de los españoles en las tierras americanas, episodio de la historia sobre el cual ha estado tan atento en los años cercanos.

Fueron los conquistadores de estas civilizadas tierras, tan aleves como para traer la viruela y no acarrear entre culebrinas, caballos, crucifijos, morcillas y chorizos; pólvora y agua bendita, las vacunas cuya aplicación hubiera salvado miles o hasta millones de vidas.

Como no quiero ser tildado de inventor de noticias (para tan elevada muestra de historicismo biológico, me confieso incapaz), tomo estos datos de lo publicado anteayer. Hagamos una lectura comentada:

“ (R).- El Presidente Andrés Manuel López Obrador señaló ayer que los españoles trajeron la viruela a México, pero no la vacuna contra la enfermedad que, en tiempos de la Conquista, provocó la muerte de la mitad de la población.

“Ahora que se generó esta polémica (¿Cuál?) es cosa de decirle a los que defienden las invasiones (¿Quiénes?): ¿Qué adelanto tuvimos?

“Sí la universidad, sí la imprenta, sí otras cosas (de tan escasa importancia como aquellas), desde luego”, expresó”.

“Pero cuando llegaron los conquistadores, lo que es México hoy, contaba con 16 millones de habitantes y tres siglos después México apenas tenía ocho millones (pero cómo nos desquitamos después), porque se trajo la viruela, y en tres siglos ni siquiera fueron capaces de crear una vacuna (tampoco nosotros); lo que ahora llevó un año, en aquel entonces consumió tres siglos”.

La verdad es más sencilla: la ciencia de los conquistadores no daba para tal remedio. Eso se logró hasta el 14 de mayo de 1796 cuando Edward Jenner le aplicó la primera vacuna a James Phipps, un niño de 8 años.

Entre paréntesis, si hubiera sido asunto del subscretario López Gatinflas, no se la habría puesto.

Y en cuanto al año necesario en estos tiempos para producir una vacuna, ya no contra la viruela, sino para controlar el COVID, la realidad nos coloca a los mexicanos en el siglo XVI; porque como no hemos logrado ciencia nacional (hasta queremos encarcelar científicos), no hemos hecho nada en este campo, en los 200 años de vida independiente (excepto copiar). Producimos vacunas, si, pero a partir de la ciencia aprendida, no de la ciencia desarrollada aquí.

Simplemente no tenemos y para cuando ya haya sido elaborada la “Patria”, cuyas primeras dosis se iban a aplicar en diciembre del año pasado, el coronavirus estará totalmente controlado con otros recursos de inmunidad. Todos importados.