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NÚMERO CERO/ EXCELSIOR

La pacificación de Sinaloa era la primera gran prueba para la promesa de Sheinbaum de controlar la violencia en el país, ante la que todos parecen impotentes. Pero los escasos resultados pueden debilitar la confianza en su estrategia y abrir peligrosos flancos a la injerencia estadunidense contra los cárteles que, por decreto, Trump convierte en terroristas.

La cautela de la Presidenta ante el amago trumpista pareciera también querer dejar en segundo plano el estallido del descontento social en Culiacán como otra la realidad inverosímil. Sinaloa es el mayor escaparate de la violencia criminal en el país por los (des)arreglos entre narcos y vínculos con el poder político que engullen la seguridad; el brutal descontrol por una guerra intestina que nadie logra parar desde septiembre pasado tras la detención de El Mayo Zambada y el hijo de El Chapo Guzmán.

Si la autoridad parece paralizada, la sociedad no. En una protesta sin precedentes, esta semana dijo: ¡basta!, del incendio de Los Mayos y La Chapiza por el control de la plaza, que deja ya más de 500 muertos. La protesta se prendió por el asesinato de dos niños junto con su padre por las constantes bocanadas de fuego en las calles, que ni la presencia casi permanente de García Harfuch ha servido para apagar. El reclamo fue contra el gobernador Rocha Moya por su incapacidad de mantener la gobernabilidad en el Estado, así fuera con los obligados “arreglos” con las mafias, como ha reconocido desde las denuncias del apoyo del narco a su campaña.

El único resultado de esto es que el objetivo antiviolencia se atasca en la rueda de complicidades de las instituciones de seguridad y las lógicas de poder locales; con el repunte de la percepción de inseguridad en el país y también en otros estados como Tabasco y Chiapas. Los bajos fondos de intereses políticos y criminales son el lecho donde duerme García Harfuch con el enemigo, a pesar de algunos golpes contra municipios de la Operación Enjambre en Edomex.

¿Porque, entonces, sostener a un gobernador que exhibe sin rubor las llamas de un estado petrificado y controlado por los cárteles?, si sofocar la violencia es el “foco” de la estrategia de seguridad. Del incendio en la pradera sinaloense las más perjudicada, después de la sociedad, es la credibilidad del plan anticrimen de Sheinbaum que, además, se convierte en pasto seco para el fuego de Trump y deja lugar a la narrativa de la “mafiocracia” con que justifica su intervencionismo.

Sheinbaum ha refrendado el respaldo de López Obrador a Rocha Moya, a pesar la evidencia tan comprometedora como el operativo secreto que llevó a EU a los máximos capos sinaloenses sin conocimiento del gobierno mexicano o el asesinato de uno de sus mayores adversarios políticos, el exrector de la UAS, Melesio Cuén, también relacionado con el narco. Tales trofeos están en las vitrinas de los tribunales estadunidenses como recompensa por alcanzar a los criminales más perseguidos de la justicia y del despojo de las derrotas locales para acallar la guerra.

Por eso, otra pregunta es quiénes necesitan que permanezca en el cargo. Rocha Moya estaba ausente, según él en EU, cuando se llevaron al Mayo, y Sheinbaum sigue pidiendo infructuosamente información sobre la detención en un mar de dudas sobre la participación de las agencias estadunidenses tras llevar años negociando con ellos su entrega. Pero dudas aparte, el resultado del espectáculo no puede sino reflejarse en el aumento del reconocimiento e interpretación de la inseguridad en el país en la era de Sheinbaum.

Los diputados de Morena también arropan al gobernador como si creyeran que hay algo peor que aceptar la impunidad generalizada que vive una sociedad harta de la violencia en Sinaloa, y que se extiende en otros estados donde también se desborda, como Tabasco y Chiapas. Hay dos argumentos que dejan circular para justificarse, aunque la sangre siga corriendo. Uno, el golpe político de aceptar el fracaso de un gobernador emanado de sus filas y, el otro, que nada resolvería su salida sin contar con un sustituto que pueda resolver el problema y recuperar la legitimidad del Estado. ¿Y entonces…?

El primero exuda complicidad y arrogancia; el segundo, impotencia. Pero, en definitiva, el costo de Sinaloa va a cuenta de la estrategia de seguridad y de allanar el camino a la guerra antinarco de Trump, una decisión política tan inconveniente, como incomprensible.