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NÚMERO CERO/ EXCELSIOR

Sinaloa será la primera gran prueba de Claudia Sheinbaum para demostrar que puede sofocar una violencia ante la que todos parecen impotentes. Tras dos décadas de complicidades, falta de actuación o incapacidad de estrategias de seguridad, lo único creíble serán los resultados para acallar una guerra a la que no se le ve final.

La violencia ahí no es nueva, pero la mayor fractura del Cártel de Sinaloa en una década empuja a una pugna interna de alto peligro para la población. La organización criminal ha crecido y enfrentado tanto que desafía al gobierno estatal el control de todo para imponer su ley, y el uso de fuerza para resolver una guerra entre la Mayiza y la Chapiza desde la captura y/o traición al Rey Zambada el 25 de julio en Texas.

El parte oficial de los últimos ocho días es contundente: más de 30 muertos, dos de ellos militares, decenas de heridos y desaparecidos, en 13 ataques contra las fuerzas del orden. Las víctimas hacen parecer inerme al Ejército, a pesar de la presencia de dos mil 200 soldados desde esa fecha. Y también deja ver confusión y diferencias en el enfoque de las declaraciones de los militares, el gobierno saliente de López Obrador y el futuro de Sheinbaum. El prisma de Sinaloa facilita observar las tonalidades del discurso político y énfasis en la manera de enfrentar el fenómeno de la violencia y criminalidad.

Además, la observación de la polarización de esta pugna es capital ante la inminente aprobación de la reforma constitucional para traspasar la Guardia Nacional a la Sedena como pilar de la estrategia de seguridad. El debate sobre ella, como la descomposición de la luz en un prisma, se encendió con la declaración del general Jesús Leana, comandante de la Tercera Región Militar en Sinaloa, al decir que la paz “no depende” de los militares, sino de que los grupos antagónicos dejen de pelear. Su expresión cayó como bomba en una sociedad que se siente abandonada y urgida de una paz que no tiene para cuándo llegar.

Su manifestación parecía una respuesta como la del Culiacanazo, cuando López Obrador ordenó al Ejército dejar escapar a Ovidio Guzmán ante el riesgo de ataques a la población civil, aunque por donde se le mire es la víctima principal. Su frase abrazos, no balazos, de alto impacto mediático, es, sin embargo, poco clara para explicar una estrategia que queda así reducida a la decisión binaria del Estado de no actuar contra el crimen o provocar una guerra, además de contradictoria con el despliegue de fuerzas para disuadir a las facciones.

Por eso, el Presidente tuvo que salir a corregir la decepcionante voz del militar, y Sheinbaum, para proyectar alguna luz de su estrategia a días de la sucesión. Hay dos objetivos —dijo— proteger a la población civil y evitar la pérdida de vidas en la confrontación, aunque luego López Obrador rebajaría la gravedad de la guerra como “amarillismo” de prensa y politizarla con los muertos en Guanajuato por el crimen.

Pero ella se posicionó en la discusión con matices importantes. Sí secundó la idea de que la fuerza puede provocar más violencia en perjuicio de la población, pero acotó que, sin embargo, no se trata de esperar a que los grupos dejen de pelearse, sino de usar la investigación de inteligencia. Su estrategia en la CDMX centró su atención en reducir los focos de violencia más que en las estructuras criminales con investigación policiaca para atacar la violencia de alto impacto y sus arsenales bélicos, algo de lo que adoleció el actual gobierno federal.

La inseguridad y el descontrol de la violencia en territorios ganados por el crimen son los peores legados de su predecesor, aunque su gobierno asegure que le dejó las bases sentadas en seguridad y reducción del delito.

Pero la expansión de las organizaciones criminales y su desafió a la población civil en conflictos cruentos como en Chiapas o en Sinaloa le dejan poco margen de tiempo para actuar. Menos la creciente presión de EU en su promesa de ir contra los cárteles, principalmente el de Sinaloa, para combatir drogas sintéticas y el fentanilo. Su reloj comenzará a correr el 1 de octubre con las manecillas de las poblaciones agotadas por la violencia y una sociedad que ya no tiene tiempo para dilatar resultados.