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Desde su fundación, la Universidad Nacional Autónoma de México, nuestra Universidad Nacional, ha sido objeto de ataques que vienen desde su exterior pero también desde sus propias entrañas con el propósito de desestabilizarla.

Es una enorme tentación para quienes se frotan las manos para incidir en su destino, aprovecharse de su enorme comunidad, violentar su autonomía y decidir incluso hasta cómo elegir su propio gobierno interno.

A la Máxima Casa de Estudios del país la ven como un botín y la han querido convertir en una arena política para dirimir diferencias.

En el sexenio pasado reciente se prendió una alerta sobre estos apetitos políticos. En febrero de 2020 el diputado federal de Morena, Miguel Ángel Jáuregui, propuso que los alumnos de la UNAM pudieran elegir a través del voto libre y secreto a sus directores de escuelas, facultades y al rector.

Someter a la UNAM a una incansable disputa política interna. Pero no prosperó la iniciativa de reforma a la Ley Orgánica de la Universidad Nacional. Se retiró después de que el rector Enrique Graue denunció el intento por desestabilizar a la UNAM.

Hoy, en vísperas de conmemorarse el 2 de octubre de 1968, se ha encendido otra alerta: la de los apetitos por desestabilizar a la UNAM mediante la amenaza y la violencia.

Ello ha generado una enorme preocupación en la comunidad universitaria que incluso trasciende las fronteras de la Universidad, porque los temores han llegado hasta los hogares de los universitarios.

Y ya hubo consecuencias. Al menos 25 escuelas y centros de la Universidad han sido declarados en paro de actividades presenciales o con clases virtuales por amenazas de bomba y violencia.

Según reportes periodísticos, estas amenazas para desestabilizar la vida universitaria provienen principalmente de mensajes anónimos difundidos en  redes sociales como Facebook, Discord y correos electrónicos, con algunas notas físicas en los baños de planteles escolares.  

Las amenazas surgieron de manera intensa tras el asesinato de Jesús Israel Hernández, un joven de 16 años de edad, perpetrado el pasado 22 de septiembre por Lex Ashton, de 19 años, identificado como «incel».

Esto generó advertencias en línea de más ataques de grupos presuntamente vinculados a comunidades «incels», que son camarillas de hombres frustrados por rechazos románticos y con ideologías extremistas misóginas.

La UNAM, la Fiscalía General de la República y la Policía Cibernética investigan a estos grupos como posible origen de las amenazas.

Hasta el momento todas han sido falsas, pero el impacto, sin duda, es real porque hay escuelas que se han declarado en paro indefinido en demanda de mayor protección.

El tema es tan grave que la presidenta Sheinbaum informó que el Gabinete de Seguridad investiga a posibles generadores de violencia en la comunidad universitaria.

A su vez, el rector Leonardo Lomelí advirtió que se procederá legal y disciplinariamente contra quienes han promovido el temor en los planteles escolares, porque las amenazas hay que tomarlas en serio.

Para reanudar las actividades presenciales, la UNAMactuará en varios sentidos: fortalecer la seguridad con torniquetes y reconocimiento facial, lectores de código de barras y persistir en la atención a la salud mental y apoyo emocional a los estudiantes.

En ese contexto, son tiempos de cerrar filas con la Universidad Nacional porque ¿a quién beneficia sembrar miedo? y ¿para qué?