Número cero/ EXCELSIOR
El presidente López Obrador marca el ritmo de la sucesión con la batuta de su liderazgo en Morena, que es la principal garantía para ejecutar la pieza definitiva de su obra de gobierno y su prioridad de continuidad de la 4T. Como director de orquesta instruye con su varita a acelerar los tiempos para batir más rápido el aire político, enrarecido por las críticas entre los aspirantes y conjurar la suerte de sus cinco predecesores que, por una u otra razón, no pudieron dejar a su elegido.
La suya es una sucesión anticipadísima, que él mismo abrió con la guinda de los nuevos tiempos en que ya no cabría el tradicional “destape” presidencial, pero nadie duda de que el control de la carrera de las corcholatas depende sólo de su líder desde que las destapó en 2021. Tras su tercer contagio de covid vuelve a pisar el acelerador para sofocar fuegos o malas pasadas de la salud para su proyecto, aún si descoloca a aspirantes que van detrás de él pidiendo, sin ser escuchados, desde hace meses, una campaña abierta sin cargo, ni encargo, y “piso parejo” como Marcelo Ebrard. Morena acata el mandato presidencial, tendrá candidato en tres meses en sucesión exprés y no hasta diciembre, como decía Mario Delgado.
Los reflejos de López Obrador para leer los riesgos lucen afinados, como relatan los presentes en la última reunión con los aspirantes en Palacio Nacional en la que llamó a la mesura para mantener la unidad. Su mayor reto es evitar fracturas con un proceso que adolezca de credibilidad y que, por tanto, no obligue a todas las corcholatas a aceptar el resultado; incluso si abandonara su viejo método de encuesta para resolver la sucesión a través de la ruta, aún más antigua, del “candidato de unidad”.
La sucesión no tiene el camino pavimentado, porque la garantía de su liderazgo, paradójicamente, es la mayor debilidad para un juego imparcial con reglas aceptadas por todos y equidad en las condiciones de competencia. El canciller Ebrard ha sintetizado bien el dilema cuando dice que “si es Claudia, entonces no es encuesta, pero no pueden ser las dos, que el pueblo decida”, en alusión a la campaña que posiciona a Sheinbaum como favorita de Palacio Nacional. Su punto es expresión de desconfianza por la credibilidad de la encuesta, que López Obrador defiende desde hace más de dos décadas como mejor solución para evitar los desgarros de la lucha por las candidaturas.
La candidatura de Morena en Coahuila es la cuña de la crítica a la encuesta, porque su diseño privilegió el reconocimiento en la opinión pública sobre otros indicadores como la trayectoria o idoneidad con el proyecto de un aspirante que no levanta en campaña. El criterio es el mismo que aplicó López Obrador desde los años 90 en la presidencia del PRD y luego en Morena, aunque ese proceso para las candidaturas no es igual desde la oposición que en el poder y con las encuestas a su favor para 2024.
Por eso la exigencia de Ebrard para definir los criterios de la encuesta como mínima condición de “piso parejo” de las reglas del juego. A pesar del “pistoletazo” de la sucesión y su adelantamiento, la dirigencia de Morena más bien parece interesada en frenar el banderazo de una campaña abierta y esperar hasta el resultado de las elecciones en Coahuila y Edomex para desatar el proceso, en perjuicio de los que se sienten más rezagados o distantes a la voluntad presidencial.
Las corcholatas no tienen de otra que acelerar el paso. Ebrard mueve a su equipo porque se le acortaron los tiempos sin poder liberarse de las ataduras del cargo, al que pide renunciar desde hace meses para hacer campaña. Sus rivales, Adán Augusto y Sheinbaum, le replican “no comer ansias”, mientras siguen su paso inalterado, seguros de llegar a la meta de todas formas. Si frenar la campaña pretende evitar la confrontación interna, la ausencia de debate en Morena y de propuestas de los aspirantes alimenta la desconfianza, especulación y una lucha soterrada por hacerse de vehículos electorales con nuevas asociaciones políticas vinculadas a las corcholatas. Si silenciar las discrepancias sirve para evitar distinguirse de las posiciones de López Obrador, el resultado será una frágil unidad que difícilmente acompañará al ganador el próximo sexenio cuando ya no tendrá la presidencia a López Obrador como garante de mañana.