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NÚMERO CERO/ EXCELSIOR

El mensaje principal del Tercer Informe de Gobierno es la exaltación de confianza en la presidencia fuerte para consolidar sus reformas sobre el naufragio de las anteriores de los “neoliberales”. A diferencia de hace tres años, la 4T ahora cuenta con mayor presencia territorial y la mayoría de los gobernadores en el bolsillo, aunque enfrenta un Congreso más difícil, sin fuerza para sacar sólo cambios constitucionales. Así y todo, López Obrador fustiga a los adversarios, “tengan para que aprendan”, como un recado de que, a mitad del camino, se siente cerca de derrotarlos, aunque aún le quede otra mitad incierta por recorrer.

La idea que quiere posicionar es que sus reformas no tienen marcha atrás, ni las políticas volverán a sus antiguos dueños con la prueba de haber logrado “parar en seco” privatizaciones y concesiones de bienes públicos, en el sector energético y eléctrico, su principal apuesta para implantar las transformaciones sin riesgo de inestabilidad política y económica. El tono, sin embargo, es el de una forma de la presunción que no admite prueba de lo contrario o de esa clase de hechos que la ley tiene por ciertos sin necesidad de que sean probados. Ofreció una batería de “récords históricos” en la economía, como si sirvieran para enterrar en definitiva cualquier duda sobre el éxito de su programa, aunque, como todo dato, estén sujetos a la ponderación.

La 4T es “casi irreversible”, ha repetido con satisfacción, al punto de cerrar la alocución con aseveraciones prematuras, como decir que con lo ya alcanzado “podría dejar la Presidencia sin sentirme mal”. No es la primera vez que un Informe a mitad de una administración es el marco para destacar méritos y logros presidenciales, aunque para los tres presidentes anteriores marcaron también el inicio de su declive sin, al final, lograr siquiera controlar su sucesión.

El Tercer Informe para Fox fue el último llamado de sus reformas, como la fiscal, que acabarían por estrellar en el Congreso. Calderón reivindicaba la “guerra contra el narco” sin darse cuenta de que sepultaría a su gobierno. Y Peña Nieto enarbolaba las reformas del Pacto por México antes de precipitarse por la crisis de Ayotzinapa y que el escándalo de la Casa Blanca diera la puntilla a su sexenio.

López Obrador también canta la victoria de sus reformas y envía señales de que tiene el mando bajo control, aunque queden importantes escollos en el camino. Las mayores interrogantes con que arranca la segunda parte son si el bloque opositor tendrá la capacidad de funcionar como contrapeso del Ejecutivo y si éste podrá mantener el control de una sucesión anticipada con el enroque de su gabinete en su círculo más cercano y de más lealtades.

En efecto, contrasta el mensaje de “viento en popa” de su gobierno con un reacomodo de su gabinete, que parece orientado a descansar y cerrarse en amigos, operadores incondicionales, así como en mayor aislamiento de interlocutores con poderes fácticos, como los empresarios, de concretarse la salida de Julio Scherer de la Consejería Jurídica de la Presidencia. El riesgo de esa contradicción es confundir su alta popularidad con la concentración de poder, mientras se pertrecha en su círculo íntimo de los embates internos por la sucesión.

¿Cómo recibe el mensaje la oposición? La otra cara de la realidad es la percepción de soberbia con que aprecian el mensaje presidencial, aun cuando dependen del Congreso tres de las reformas constitucionales (Guardia Nacional, político-electoral y eléctrica) que necesita para llegar a decir “misión cumplida” con su 4T. El bloque opositor se dice capaz de contener y funcionar como contrapeso del Ejecutivo, aunque ha pasado cerca del 80% de sus iniciativas e incluso acompañado reformas constitucionales en seguridad y justicia. La presión ha logrado doblar resistencias en el Legislativo, aunque ahora la oposición tiene más margen de acción con una mayoría debilitada de Morena en la nueva Legislatura. No obstante, persisten dudas sobre su fuerza para fijar posiciones comunes o ceder a alianzas que lo dividirían, como la que López Obrador ha ofrecido al PRI.

De cara a la segunda parte del sexenio, el Presidente está todavía muy lejos de llegar a la meta de 2024 con el sabor de la “misión cumplida” que adelantó en su Tercer Informe, aunque, como suele decir, tenga otros datos para creer lo contrario.