NÚMERO CERO/ EXCELSIOR
El acuerdo con Tesla es una noticia positiva para el país y un mensaje de bienvenida a la ola de empresas que quieren instalarse en México por el fenómeno de la relocalización de inversión extranjera en el mundo. No obstante, lo accidentado de una negociación, que pudo naufragar, refleja la diferencia de visiones que coexisten en el equipo presidencial sobre la compatibilidad de la lógica del nearshoring con las políticas nacionales de la 4T y la concentración de decisiones en Palacio Nacional.
El arreglo estuvo en vilo hasta el final, cuando López Obrador cedió a su exigencia de que una megaplanta de autos eléctricos de Tesla no se ubicara en Monterrey. Tras más de un año de negociación, la liga se tensó con ese estilo presidencial de jalar fuerte la posición de la contraparte hacia sus prioridades de política local. Se topó con uno de los empresarios más ricos del mundo y duro negociador que no consideraba otra opción que Nuevo León u optaría por Indonesia si no obtenía autorización para instalarse en ese estado fronterizo.
La pregunta que refuerza ese jaloneo es si la cercanía geográfica es suficiente condición para atraer las inversiones de China, ante la estrategia de las empresas de diversificar los riesgos por la crisis de los superconductores, como mostró la pandemia, y la decisión de EU de enfriar la dependencia de la fábrica mundial de los países asiáticos. Es evidente que no, y que aprovechar la oportunidad del nearshoring —la mayor en una generación— depende también de ofrecer posturas amigables a la inversión y la definición del tipo de desarrollo. ¿Es posible ganar la ventaja de cercanía de un socio comercial como EU sin procurar el friendshoring o pretender acomodarlo al discurso político interno?
El T-MEC provee parte de la confianza y garantías que exige la inversión, pero es insuficiente, por ejemplo, sin el abasto de electricidad, parques industriales y trabajo calificado, que en el país están muy mal repartidos. Privilegiar a los estados menos desarrollados del sur es prioridad de la 4T, pero difícil de controlar con el nearshoring. Ése fue el canto que debió escuchar López Obrador para empujar el plan de Musk a otra región, como antes con Constellation Brands, aduciendo también falta de agua. La cúpula empresarial reclama que la ubicación de la inversión no debe ser decisión presidencial, aunque el nearshoring desafía la lógica de varias políticas internas, como la energética, inversión en infraestructura y contra el desequilibrio regional.
En este caso, el pragmatismo se impuso al discurso. Pero los sobresaltos con Tesla, en el fondo, exhiben el desacoplamiento de la narrativa nacionalista y de inversión en el sureste frente al rumbo que marca el T-MEC hacia EU. ¿Puede seguirse ese camino sin una relación amistosa y alinear las políticas internas al objetivo del nearshoring? El cambio de opinión de López Obrador señalaría que es cada vez más difícil, incluso si tiene que pasar por el rejuego de intereses políticos con los estados o sortear desacuerdos internos o contradicciones con sus fines políticos.
El primer temblor en el proceso derivó de la publicitación del gobernador de NL, Samuel García, de la visita de Musk y del interés de arribar a Monterrey con una inversión de 5,000 millones de dólares para producir 1 millón de autos al año. Los contactos de la Cancillería con Tesla, encargo del gobierno federal, habían transcurrido con discreción para evitar poner el foco de atención en el imán de inversiones que detonará en el norte del país al entrar por la puerta grande de la producción de autos eléctricos y en un estado de la oposición. Esas consideraciones debieron calar en el cálculo presidencial y de su equipo para rechazar Monterrey, a pesar de poner en riesgo el proyecto hasta el último minuto de la videollamada con Musk.
El T-MEC es un amplio marco legal orientado a fortificar el bloque económico de Norteamérica que, en sí mismo, ya contiene una definición de la dirección del desarrollo del país hacia EU, más allá de la retórica latinoamericanista. Pero, precisamente, por estar asentado en la lógica de la geopolítica, nadie deja de ver los riesgos políticos, aun entre amigos cercanos, a la hora de decidir una inversión. El caso dará mucho que pensar al Presidente y los que defienden otras visiones de futuro al interior de su equipo.