Número Cero/EXCELSIOR
Morena y aliados tienen todo para sacar su proyecto de reformas constitucionales sin frenos opositores, sólo les hace falta no equivocarse. Vienen días que estremecerán al país con decisiones políticas que trascienden al actual gobierno y comprometen al de Sheinbaum. Su mayor adversario son ellos mismos si actúan irresponsablemente o erran la forma y el momento de consumar el plan C.
En el Congreso están listos los dictámenes que el Presidente quiere que se aprueben con la premura de dejar el poder el 1 de octubre y consumar su idea de cambio de régimen con la reforma a la justicia, órganos autónomos y la Guardia Nacional a la Sedena. Cambios de profundo calado que modificarán el rostro institucional del país en tan sólo un mes, pero implementarlos consumirá el sexenio y desestabilizará al siguiente gobierno, aunque comparta las reformas, ¿esto es lo que debe esperar Sheinbaum?
El último obstáculo legal está casi en su bolsa con la confirmación del TEPJF de su mayoría calificada, con que aprobarlas a partir del 1 de septiembre, o con los dos senadores del PRD trásfugas al oficialismo. El camino está despejado para tocar una Constitución a merced de mayorías fuertes. Pero el horizonte está nublado por el riesgo de reformas defectuosas, sin ponderación y acuerdos por las prisas, que empañen su imagen con la inversión privada, los mercados financieros y socios comerciales.
La centralidad del tiempo en la política es clave para cambios con vigorosas impugnaciones internas por la oposición frontal del Poder Judicial a la reforma de justicia y de la cúpula empresarial; así como graves dificultades externas con la preocupación de EU y Canadá por su implementación, su impacto en las relaciones comerciales y violaciones al T-MEC si carecen de consistencia institucional y legal.
La Presidenta electa sabe del riesgo y, por ello, pide a Morena frenar el fast track del dictamen de justicia y postergar la electoral. No es la primera vez que intenta atemperar la velocidad, cuidar el proceso parlamentario y tranquilizar a los mercados; de usar el cálculo del ritmo y las pausas de la política para mejores resultados, malabares difíciles para no confrontar con los planes presidenciales. Es evidente mirar los flancos que se abren por el impacto de las reformas en la economía, en un contexto de reducción del crecimiento, elevado déficit público y salida de inversiones sin las cuales no podrá crear empleo.
Sheinbaum necesita quitar hierro a las reformas, tiempo para procesar acuerdos, convencer y explicar las reformas, aunque tenga los votos. El debate por el que se pronunció para sumar al Poder Judicial no conjuró la protesta, que derivó en un inédito choque entre Poderes. Y sus mensajes a EU y Canadá tampoco evitan que los desacuerdos adquieran dimensión internacional, que el Presidente atiza con su decisión de “pausas” por inmiscuirse en temas internos, y que le sirve para cohesionar a sus bases en torno a las reformas.
La nota atormentadora de esta transición también tiene que ver con el tiempo. El cambio de gobierno tenía todo para una transición tersa y atajar los temores al superpoder de Morena y del protagonismo de López Obrador cuando termine su mandato. Pero su lectura sobre el momentum es otra y cree imperativo arriesgarse a la inestabilidad, porque sin las reformas a la estructura del sistema político no prosperaría su idea de cambio de régimen; además de ver consumados los cambios que la oposición le impidió en todo su sexenio. Lejos de pensar que afectará a Sheinbaum, está convencido de que es el momento de hacerlos para desbrozar la marcha de su sucesora. Lo que es más difícil de explicar es la intransigencia de un político tan avezado y hábil para intentar acuerdos en vez de rebajar la presión y el conflicto como otras veces.
Tener la mayoría calificada en el Congreso es un riesgo, pero para la actuación responsable de los que detentan el poder. Si los ensoberbece el afán por imponer un cambio, se anula la capacidad de actuar con calma y mesura, aunque cause un incendio en la pradera del próximo sexenio. Tener todo el poder no implica infalibilidad y ésa debe ser la preocupación que Sheinbaum no puede dejar pasar, porque lo que está en juego son los alcances y límites de su gobierno.