Número cero/ EXCELSIOR
Los gobiernos estatales y el federal evaden hablar y escuchar de la violencia porque no tienen respuestas en estados sobrecogidos por el crimen. Los políticos de todos los partidos fallan, y seguirán fallando, sobrepasados por la realidad de masacres que prefieren ni nombrar. Mientras la sociedad se acostumbra a un Estado de barbarie que continuará con más actos salvajes de una guerra que ve perdida.
La acusación de “insensibilidad” a López Obrador en la desaparición de cinco jóvenes en Jalisco es un símbolo de ese autismo del mundo de la política, más allá de si escuchó o no las preguntas sobre el caso. Incluso de no haber oído, de qué sirve la mañanera sino para informar sobre los problemas más urgentes del país. Éste lo es, pero no estaba en la agenda ni hay respuesta. Pero el mismo trastorno de aislamiento ataca al emecista Enrique Alfaro en Jalisco, al gobernador morenista de Veracruz y otros cuando no tienen otra explicación que la guerra entre cárteles frente a crímenes atroces.
Centrar el debate en la empatía del Presidente es sintomático del total vacío de políticas para enfrentar las nuevas formas de violencia: grabación de escenas dantescas en Lagos de Moreno de jóvenes obligados a atacarse entre ellos, o restos humanos en un frigorífico como carne para consumir en Poza Rica. En el fondo, la polémica representa la indignación con la estrategia de seguridad de abrazos, no balazos no sólo por su fracaso, sino también por marcar el retiro de un Estado debilitado e incapaz de detener la cuenta de más de 100 mil desaparecidos y decenas de miles de asesinatos.
La difusión de un video que transgrede la condición humana de las víctimas es un acto terrorista. Hay algún antecedente de videograbaciones de ejecuciones de los Zetas, aunque el destino de los jóvenes y su mensaje sigue envuelto en el misterio. Sin embargo, igual que en el terrorífico refrigerador veracruzano, no hay indicio de ajuste de cuentas de grupos que disputan esas plazas como se justifica toda matanza desde la fallida “guerra contra la droga” de Calderón. Ni ese discurso ni la inacción “pacificadora” de López Obrador, permiten entender la forma como evolucionó la violencia en el país. Y esto no es cosa del pasado.
El significado de barbarie en el diccionario es más amplio que las actitudes contrarias a las leyes. Su sentido abarca acciones fuera de las normas de la cultura y la ética, crueles y faltas de compasión hacia la vida y dignidad. Que pueden observarse en guerras masivas en las que ganar quiere decir aniquilar al otro, pero también en el supremo uso de la violencia para obtener un fin. ¿Qué se busca con los actos salvajes de Veracruz y Jalisco?
La primera respuesta es la reaparición de otro ciclo de violencia por las elecciones anticipadas de 2024, en el reacomodo en la lucha por territorios y pactos de las redes de macro criminalidad con el poder político. Aunque una opinión creciente ve en la violencia salvaje la expresión de un nuevo tipo de Estado. Una gobernanza paralela a la forma en que manda las reglas del crimen con ejércitos propios que profanan los valores morales más arraigados, violentan el derecho a existir y el robo de la dignidad a todo indefenso impunemente.
Frente a esto, los políticos callan o niegan, como López Obrador las masacres o caen en la desidia de Alfaro en el caso de los jóvenes en Lagos de Moreno, que no es aislado, ahí ya han desaparecido casi 600 personas con total impunidad. El silencio alimenta la sospecha de complicidad de políticos y funcionarios que se baten en retirada o pactan con el crimen a costa de dejar el Estado en manos de la barbarie en espera de un poco de paz.
La sociedad, por su lado, resiste, y en algunos casos defiende con muertos su territorio, como en Ostula en Michoacán, bajo amenaza del gobernador de desalojar a la comunidad. Pero también se aleja del debate público desde la última elección en que fue desoída por los políticos y ello llevó a una ruptura del movimiento de víctimas con López Obrador.
La inseguridad, ausente en las campañas tanto de Morena como en el Frente, es un tema para instrumentalizar en ataques contra el gobierno y entre los partidos, no para resolver una “guerra” que todos perdemos. ¿Hasta dónde aguantar?