NÚMERO CERO/ EXCELSIOR
La “guerra comercial” de Trump parece una que casi nadie quisiera, pero de la que tampoco nadie tiene para dónde hacerse cuando caen bombas de aranceles. Posiblemente así suceda con todo choque tonto, pero el hecho histórico de éste es poner fin al modelo y la confianza de relación que EU, México y Canadá construyeron en las últimas tres décadas de tratados de libre comercio.
En efecto, la primera víctima fatal de las hostilidades es el T-MEC, que sustituyó en 2018 al de Libre Comercio con el que los tres países iniciaron un desarme arancelario con el levantamiento de fronteras al comercio regional en 1994. Ahora, ese tratado camina casi como un zombi, que tampoco ninguno quiere enterrar y mantienen con respirador artificial hacia una renegociación adelantada; aunque con muy distintas visiones sobre su futuro: ¿cancelar en los hechos?, ¿crear un bloque regional cerrado?, ¿la expansión de EU sobre sus socios?
Con la justificación del combate al fentanilo, los ataques de Trump han desmoronado la confianza y sumido en incertidumbre la fluidez del intercambio, con independencia de planes para mitigar sus políticas proteccionistas con otros aplazamientos de cargas selectivas de aranceles. Pero el daño a la certidumbre y credulidad de sus socios ya está hecho, a pesar de arriesgar un valor de comercio que, sólo con México, supera los 840 mil millones de dólares; desarticular cadenas de suministros y disuadir nuevas inversiones para llevarlas a EU con una caída aquí de 39%, tan sólo el año pasado.
Las afectaciones son enormes, ¿qué armas velar y hasta dónde obligarán a un giro en la agenda política del gobierno de Sheinbaum? ¿Es posible desandar el camino de los últimos 30 años frente al muro de Trump sustituyendo importaciones y diversificando exportaciones?, ¿y qué hay de mantener la apuesta por el T-MEC? No hay mucho espacio donde moverse.
Porque la integración no puede sobrevivir bajo amenaza permanente y el uso político del comercio para servir a otros fines de una presidencia imperial que expande su poder y cambia las reglas del juego como el capo de la mafia en el mercado de drogas con “narcoaranceles”; que como el ladrón grita ¡agarren al ladrón! para señalar a México de “narcoEstado” o acusar a los demás de abuso con que justificar su abultado déficit comercial. Ni México ni Canadá quieren esta guerra, de la que, incluso, creen que detrás del arancel hay una política de desgaste para anexarlos o, en el caso mexicano, para una intervención.
De las guerras se sabe cuándo comienzan, pero no cuándo terminan; aunque generalmente ocurra cuando el vencedor impone un nuevo equilibrio sobre los rivales más débiles, en este caso, México y Canadá. Pero lo cierto es que nadie ganará con la ofensiva más radical de la historia reciente de EU en sus fronteras contra el comercio, migración y droga, como presumió Trump en su mensaje a la Nación en el Congreso.
Para sus socios, la apuesta decidida a la integración económica es una terapia de choque cada vez más inquietante por los mensajes intervencionistas en la nueva guerra contra las drogas y el bombardeo comercial que envuelve una política expansionista de Washington. De ahí que Sheinbaum reclame que “es un momento definitivo” para el país, aunque no esté claro cuál será su respuesta y, menos, las alternativas para librar la batalla con “acciones arancelarias y de otro tipo”, como ha advertido. Además de guardar calma y evitar confrontación directa que le ha sido beneficiosa y que tensaría más las acciones unilaterales de un gobierno que se mueve rápido y golpea fuerte para restablecer la “época de oro” con que sueñan sus electores.
En lo interno, el peligro de Trump lleva a los empresarios a cerrar filas con Sheinbaum y encender ánimos nacionalistas, a los que recurre con el llamado a defender la soberanía con el mismo recurso de movilización en la plaza de AMLO. Pero necesitará más que ese fervor para repensar el futuro del país y de la agenda de su gobierno, afectada, además, por problemas internos de una economía debilitada y de la seguridad perdida.
Mantener el rumbo con la cabeza fría y alejarse del catastrofismo debe ser parte central de su plan B, pero son insuficientes para librar los malos vientos. Como en toda relación duradera, es difícil reparar el daño de las peleas, menos cuando azotan los pilares económicos sobre los que México y Canadá edificaron su futuro los últimos 30 años.
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