NÚMERO CERO/ EXCELSIOR
El presidente Andrés Manuel López Obrador llega a su último informe con el mayor poder que soñara para conseguir su cambio de régimen que, al final del sexenio, parecía escapársele. Pero la última sacudida de su gobierno deja un estado de crisis de confianza en el país, a pesar del contundente espaldarazo de las urnas a su proyecto.
La situación es contradictoria, pero no sorpresiva. Desde tomar posesión en 2018 advirtió que no sólo comenzaría un cambio de gobierno, sino de régimen. El aviso un tanto pretensioso pudo desestimarse y hasta ignorarse, pero nadie podría negar que la 4T se convirtió en leitmotiv de su mandato. In extremis pidió el voto al plan C para reformar la justicia, eliminar órganos autónomos y militarizar la Guardia Nacional sin freno opositor. Paradójicamente lo alcanza cuando los presidentes suelen estar en su punto más bajo; tan inusual como la agitación y volatilidad que despiden al gobierno más fuerte en décadas.
Al sexto informe no llega un “pato cojo” como sus antecesores, quizá desde Salinas de Gortari, sino un líder poderoso con los hilos del poder en el puño, desde el manejo omnipresente de la discusión pública hasta el absoluto control del Congreso; en óptimas condiciones para una transición de terciopelo tras resolver una sucesión dictada de su puño y letra. Y con el liderazgo indiscutido de su partido, que quiere regalarle las reformas antes de la partida para asegurar su legado: y, sobre todo, una elevada aprobación superior a 70% que convalidaría la idea de que, si el poder desgasta, mucho más no tenerlo. Y, sin embargo… un panorama turbio.
La convulsión política que caracterizó el sexenio perfila una nueva realidad. De entrada, el fin de otro régimen, el de la “partidocracia”, que perdió representatividad y contacto con la sociedad. Con un terremoto de reformas que remueven pilares del sistema político y cambiarán la faz institucional del país; en un tránsito de cierta democracia liberal a otra de corte popular y centralista, anclada en el pueblo, y un nuevo partido hegemónico como palanca de los cambios en otra etapa histórica. Hacia adelante hay incertidumbre.
Pero el nuevo Estado no puede ser regreso al pasado ni al viejo autoritarismo, menos al reciente de poder compartido de élites partidistas. Su tumba fueron las expectativas no cumplidas en una democracia que creían consolidada y luego no saber leer el malestar social detrás de una alternativa a la que predijeron el fracaso. Por el contrario, López Obrador no sólo anunció lo que haría, sino también cumplió promesas como elevar el salario y el poder adquisitivo, atacar la desigualdad, recuperar de la pobreza a ocho millones en el mantra de “primero los pobres”. Lo que explica el consenso hacía proyecto, aunque deja una sobredemanda de expectativas difíciles de cumplir a su sucesora.
En el corto plazo, dados los riesgos de quiebres en las instituciones, la confrontación con EU y Canadá, sanciones internacionales y de los mercados. Lo que pueden traducirse en agitación política, protestas masivas como del Poder Judicial y disrupción de la seguridad transfronteriza. Una potencial escalada rápida de los conflictos tendría implicaciones directas, primero, sobre mayor desaceleración económica, y segundo, para la seguridad nacional de EU por la perturbación de la frontera, el crecimiento del crimen y la migración.
En el cierre de su gobierno el país puede enfrentar una tormenta perfecta entre el descontrol de reformas vertiginosas que trastocan el sistema político y la caída de las expectativas de crecimiento. Pero a pesar de todo ha decidido empeñar su capital político y radicalizar el cambio quizá con el cálculo de que Claudia Sheinbaum no tendrá su liderazgo y autonomía para enfrentar resistencias y neutralizar compromisos y, con ello, hacer el viraje irreversible.
Confía en la relación con el pueblo y que no hay un sentimiento de emergencia social para prender el turbo a una democracia que arrancó por la derecha y termina en la izquierda. Pero esa confianza podría tratarse más de la seguridad que el Presidente tiene de sí mismo, que de la esperanza firme que alguien puede tener de cambiar la realidad de un país en un mes. La suerte está echada y sobre las espaldas de su sucesora, quien tendrá que lidiar con la nueva realidad que deje.