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Número cero/ EXCELSIOR

Hace apenas 70 años que las mujeres en México pueden ejercer su derecho al voto y hoy están por llegar a la Presidencia. La revolución silenciosa que significa ese periplo está lejos de imaginarse, ni vislumbrar lo que significará tener por primera vez a una en Palacio Nacional y jefa suprema de las Fuerzas Armadas, en un país fustigado por la violencia y desigualdad de género, y las resistencias machistas.

Estamos a las puertas de hacer historia con un cambio profundo en las estructuras políticas y sociales del país, que es fruto de una larga lucha sin violencia, a través de reformas legales que impusieron gradualmente la paridad para la participación igualitaria de las mujeres en todas las candidaturas. Aunque políticamente también se explica por representar un voto contra el crimen y el feminicidio, que cada día se lleva a 10 mujeres en el país; y de confianza en otra mirada que devuelva la paz a un país atravesado por las balas, como enseña la campaña.

Si sólo fuera por estas razones vale la pena votar hoy 2 de junio. Ellas son el tema central de la elección como principales víctimas de la violencia. Su ascenso al poder es resultado de la lucha contra la adversidad, que nunca cedió a estrategias violentas ni autoritarismos de partidos, que son todos controlados por hombres, aunque ellas lleguen al poder, como en el caso de la candidata opositora. El cambio social que encarnan se abrió paso con la resistencia pacífica y la lucha dentro de las instituciones desde de la primera que compitió por el cargo en 1982, Rosario Ibarra de Piedra, con un resultado marginal menor a 2% de los votos, en una época en que el poder político se negaba a contar los votos y sus víctimas.

Ella abrió brecha y detrás otras seis mujeres que después lo intentaron, desde la derecha o la socialdemocracia. Pero su decisión de mostrar su solidaridad con las víctimas fue clave para el avance de la democracia, porque trazó una ruta de derechos humanos y de visibilizar a los desparecidos. Con su huelga de hambre en la Catedral por la matanza de Tlatelolco arrancó una Ley de amnistía a López Portillo, que excarceló a 2 mil presos políticos y cesaron otras tantas órdenes de aprehensión contra perseguidos. Ese legado de búsqueda de justicia y paz merece hoy una participación masiva en las urnas como mensaje inequívoco contra la violencia en la elección más cruenta de nuestra historia moderna. A casi medio siglo, sus causas son derechos pendientes que la democracia no ha resuelto, aunque tengamos elecciones libres y equitativas.

Esa generación arrancó una revolución silenciosa, pero constante, que se aceleró en las últimas dos décadas, particularmente en 2019 con la Ley de paridad, que exige ocupen 50% de candidaturas y puestos en el Ejecutivo, Legislativo y Judicial. El punto de inflexión para ganar poder político fue la reforma constitucional de 2014, que estableció la paridad en las candidaturas al Congreso federal y locales. Aunque impuesta por ley, las mujeres todavía tienen que bregar contra resistencias culturales, como el estigma de competir gracias a un mecanismo de justicia visto como concesión o con la imagen de que gobiernan como títeres de los hombres.

La Presidencia será una carrera de obstáculos por las resistencias del machismo a otra forma de ejercer el poder. ¿Cómo serán las relaciones con los militares? ¿La confrontación o subordinación con el expresidente, como se pregunta de la candidata del oficialismo? ¿Con los gobernadores? ¿O Trump?

López Obrador tuvo una relación tirante con el movimiento feminista, incluso de oposición. Pero tampoco puede escatimarse que es el gobierno en que más posiciones alcanzaron y abrió la puerta a este cambio histórico; como tampoco a la oposición por perder el miedo a encumbrar a una mujer.

Ninguna de las candidatas destaca por su perfil feminista, aunque tienen propuestas sobre desigualdad de género. Ser mujer no es sinónimo de feminismo en el poder, como demuestran muchas líderes que han desconocido sus reivindicaciones, como el aborto o la igualdad sustantiva. ¿Cómo será el nuevo tipo de liderazgo político? Los mayores enigmas están después de las urnas, pero algo claro es que la mayoría de los mexicanos está listo para que los gobierne una mujer.